Hace no tanto de una noche en la que al grupo de amigos, conocidos y agregados se sumó un figura de mamporreo fácil. Preguntabas y nadie sabía quién lo había invitado, pero ahí estaba. En distintos puntos de la aventura veíamos factible que su actitud jactanciosa y pendenciera nos metiera en una trifulca de las de activar el artículo 5º del Tratado de la OTAN. El de la defensa de los países miembro si uno es agredido. Al alba, quizá antes, perdimos la pista del figura y en el mejor de los casos hoy viva casado en Nueva Zelanda, que es donde acaban las noches de San Fermín. Otra hipótesis es que siga siendo un chulopiscinas de día y que de noche haga metamorfosis a matón de discoteca, que es lo que le llamaron en una TV a Mikel Oyarzabal mientras defendía a otro jugador de la Real durante el último amistoso. Se llevó una tarjeta amarilla por su reacción airada y a otra cosa, que venía a ser un vuelo de más de 10 horas a una semana de empezar la Liga. La tarde de San Francisco no dio más de sí que ese 0-1, pese a los riesgos que se le intuían. Igual que a aquella noche de Pamplona con peligro matón que, por cierto, terminó como acaban los encierros desde que se echa antideslizante y se saca a los borrachos del recorrido: rápido y sin heridos.