Hace más de un siglo, en Poitiers, un suceso conmocionó a la alta sociedad francesa cuando se descubrió un esqueleto viviente que había permanecido oculto durante 25 años en un altillo. Se trataba de Blanche Monnier, una joven alabada por su belleza de joven y que, cuando la encontraron, apenas pesaba 25 kilos tras haber permanecido encerrada durante un cuarto de siglo en su “pequeña cueva”, llena de inmundicias, insectos y todo tipo de desperdicios en la que su madre la mantenía oculta mientras ella llevaba una vida aparentemente normal. Se dijo que con ello se trató de evitar el matrimonio de la joven de buena familia con un pobre abogado, aunque otras teorías apuntaron a que con esta maniobra la familia esquivaba el escándalo de tener una hija con una esquizofrenia que le hacía exhibirse desnuda en el jardín de su casa. Esta semana, la Audiencia de Gipuzkoa juzga el caso de una mujer que fue hallada entre montañas de heces en un piso donde permanecía confinada por su marido, quien aprovechó la enfermedad mental que sufría para hacerse con su dinero y llevar una vida paralela mientras ella moría en vida entra sus propias defecaciones y junto con la única compañía de dos perros. Más de cien años después, el horror sigue acechando puertas adentro.
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