El alcalde Eneko Goia ha anunciado esta semana que su gobierno va a aprobar una norma para suspender la concesión de licencias de nuevos hoteles y viviendas turísticas. Será una regulación transitoria mientras se modifica el Plan General, que establecerá a futuro las condiciones del negocio de hospedaje. Pese a que algunas voces tratan de negar el problema en un intento de zanjar la cuestión y que la bola siga rodando, la expansión descontrolada del turismo preocupa a los donostiarras, que ni reniegan del negocio ni quieren cerrar la ciudad a los visitantes, pero que han comprobado en carne propia los primeros signos de un fenómeno que amenaza plaga si no se regula en beneficio del interés general. En un espacio de convivencia como el de una ciudad, hay en juego muchos intereses y no es fácil establecer el nivel tolerable de turistas a partir del cual hay que empezar a cerrar el grifo. En Donostia hay actualmente 18.000 plazas de alojamiento, que equivalen al 10% de los habitantes. Pero esa es una visión parcial, ya que en épocas altas, a esta población turística se le suman los excursionistas de día, y como casi todos ellos se mueven por las mismas zonas, las más atractivas, los nativos acaban siendo desplazados de ellas, convirtiendo en una quimera la convivencia amable entre los locales y los de fuera. El equilibro al que apeló el alcalde no solo es una necesidad vital para los vecinos de un destino turístico, el control actúa también en beneficio del negocio bien entendido.
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