Siempre me ha despertado admiración la valentía que demuestran tantas personas anónimas a las que entrevistamos, que no ponen reparos en contar aspectos de sus vidas un tanto delicados. Hay que ser valiente para dejar en manos de un desconocido ese tesoro tan bien guardado que todos llevamos en nuestro interior, y cuya exposición pública puede tener imprevisibles consecuencias. En el caso de las víctimas de violencia de género, esa confianza adquiere su máxima expresión. Es evidente el riesgo de poner el foco sobre asuntos que bien se encarga el maltratador de ocultar bajo las tinieblas del miedo. Así nos lo revela Ana Orantes, que lo pagó con su vida. El 25º aniversario del asesinato de esta granadina, que sufrió un matrimonio atroz y cuyo exmarido la mató después de que contara su historia en televisión, nos remonta a un tiempo nada lejano en el que la violencia machista ni siquiera tenía nombre. Su muerte alentó la contestación social y sirvió para poner los cimientos de una lucha hasta entonces disfrazada de “asesinato pasional” o “asunto de celos”. Gracias a su valentía, como a la de otras tantas mujeres, las cosas han cambiado mucho en el curso de los últimos años, pero no lo suficiente. Una lucha diaria que continúa porque, como se ha denunciado estos días, “enfrente siguen estando los mismos”.