Un día como hoy, tras lo acontecido el pasado 31 de octubre en el Consejo de Seguridad de la ONU, hay que preguntarse: ¿cuál es la misión de este organismo? Naciones Unidas emergió en 1945 con dos claras misiones: la paz y la garantía de los pueblos oprimidos que posibilitó la descolonización. Pero ni la paz mundial ha sido alcanzada (ni parece que lo hará pronto en este planeta), ni mucho menos se defiende a los indefensos como se debería. El contexto internacional actual ha dejado de lado los acuerdos y compromisos adquiridos en décadas anteriores. Trump ha dinamitado todo aquello que parecía tan lógico y sensato tiempo atrás, para actuar como si supiera lo que hace. Y no es así. Se jacta de haber alcanzado pactos que siguen provocando víctimas (Gaza) y resuelve conflictos como quien reparte caramelos, pero no se preocupa del modo en el que esto afecta a los seres implicados, en la situación tan expuesta en la que quedan. Mientras el negocio funcione, todo lo demás es indistinto. 

Por eso, la decisión de resolver el conflicto en el Sáhara Occidental sonaba a partido amañado. Cuando en 1991 se creó la Minurso (Misión de Naciones Unidas para el referéndum en el Sáhara Occidental) para poner fin a la violencia en el territorio reclamado por Marruecos, se reconocía la legitimidad del pueblo saharaui a decidir su futuro en un referéndum de autodeterminación. 

La Minurso debía vigilar, preparar y autenticar que eso fuera posible en condiciones adecuadas. No lo consiguió. Marruecos boicoteó esta labor y ha seguido colonizando el territorio como si fuera una provincia más. La actitud de Mohamed VI ha sido menos cruel y sádica que la de su padre, de acuerdo, pero su postura es igual de inflexible. Ahora bien, tanto el padre como el hijo entendían que para alcanzar su objetivo debían ser pacientes, ganarían esta batalla con tiempo e inteligencia cruel e implacable. Rabat ha firmado tratados comerciales y de defensa muy significativos con Estados Unidos y Europa. Se ha convertido en un muro de contención del yihadismo y de la migración irregular. Se ha vuelto imprescindible y, a cambio, se le ha entregado el Sáhara en bandeja de plata. Hasta España, cuyo papel siempre fue inoperante, a pesar de haber sido la metrópolis colonizadora, decidió reconocer el plan marroquí. Craso error. La autonomía no es más que una ilusión, una manera de acabar con la identidad saharaui de aquí a unos años y dejar en la estacada a los miles de refugiados que se encuentran en Europa y en los campamentos de Tinduf. De hecho, es seguro que algún día Europa y la ONU despertarán y habrá gobiernos a los que les tocará reconocer que se equivocaron. Ya será tarde. 

Marruecos y el espejo israelí

Todo apunta a que el espejo en donde Marruecos parece mirarse es Israel, aunque lo han tenido más fácil, porque no estaban rodeados de un mar de países hostiles. Hoy en día, aguantar la presión implica vencer. Igual que está haciendo poco a poco Tel Aviv con los territorios palestinos, en el momento menos pensado dejarán de existir… el proceso se ha vuelto tan irreversible allí como en el Sáhara. Hay miles de marroquíes que pueblan el Sáhara y, lo que es peor, los saharauis, a los que se les sigue sin preguntar nada son ciudadanos de segunda en él, no deciden. La ONU ha traicionado sus principios. Cierto es que entre las grandes potencias dominadoras con tantos conflictos e intereses contrapuestos, han optado por arrinconar éste que para ellos es un escenario secundario. ¿Qué les importa a Rusia, China o Estados Unidos la suerte de unos cuantos miles de hombres y mujeres de los que desconoce casi todo? Si el origen del pueblo saharaui fuese anglosajón, asiático o eslavo, posiblemente, sería muy distinto. Con menos razones, Rusia ha intervenido en el Donbás y se ha anexionado un territorio que no formaba parte de Rusia. Así que pese a todos los esfuerzos que se han realizado hasta la fecha en favor de los saharauis, han visto cómo una vez más se les dejaba a su suerte. 

El plan de Estados Unidos, subsidiario del marroquí, fue aprobado por once votos a favor, contando con tres abstenciones (Rusia y China, entre ellas) y ningún voto en contra. Argelia, que podía haber votado, se negó a participar, ya que ha considerado que era inadmisible tan siquiera proponer algo así. Pero Trump está en su cénit. Nadie quiere toser al gigante norteamericano ante el miedo de sanciones y aranceles. 

Al magnate le han salido bien sus anteriores apuestas, por eso no dudará. Pretende confeccionar su propio imperio a lo Napoleón (sin conquistas, eso sí), hasta que el sistema (por llamarlo de alguna manera) se derrumbe porque no es real, es tan frágil como inestable, porque no se sustenta sobre la sólida base del consenso, aquiescencia o compromiso sino de la decisión, a veces, alevosa, coaccionadora y arbitraria de una sola persona. Lo dicho, tarde o temprano, Trump dejará de ostentar ese poder presidencial y la herencia que dejará a su paso es fácil de predecir: caos e incertidumbre. Washington ha tomado la vía fácil y al mismo tiempo la más espantosa, pervirtiendo el carácter de la ONU. Es difícil juzgar qué es peor. 

La resolución no resuelve el conflicto

Al aceptar el plan de Rabat de reconocer el Sáhara Occidental como una provincia de Marruecos, no sólo no se resuelve el conflicto, sino que se limita a abandonar a los saharauis (como en Múnich 38, con los checos). A pesar de que el plan también prevé un posible referéndum de autodeterminación, queda opacado por el reconocimiento de la autonomía (nada clara y poco definida, y ¿quién velará por la misma? ¿Marruecos?). Así que en cuanto la Minurso se retire (todavía permanecerá un año más), la ONU se olvidará de los saharauis. 

El embajador estadounidense, Mike Waltz, como habría hecho Trump, se felicitaba por la decisión y auguraba “una nueva era de paz en la región”. Pero, en realidad, no se ha conseguido nada, salvo complacer a Rabat. Los saharauis quedan en sus manos, reconociendo, de facto, la soberanía sobre el territorio. Pero el Frente Polisario ya ha advertido de que esta no es la solución, al contrario, al no contar con los saharauis, se agravará el conflicto...

*Doctor en Historia Contemporánea