Cuando uno está de vacaciones en las Rías Baixas cambia de hora varias veces al día. Al margen de si las luces de Navidad de Vigo, que son las mejores del mundo, están ya encendidas o no. Muy cerca de donde el héroe Cachamuiña derribó a hachazos la puerta de Gamboa en un rememorado episodio de la Reconquista de Vigo en 1809, hay un bar que no llega a los 40 metros cuadrados y que escapa al estándar uniformizador que hace que todos los bares de todas las ciudades sean iguales. Sin alma ni identidad. El Pasillo era, y seguramente seguirá siendo, el bar que más barriles de cerveza venda por metro cuadrado al año. Con las birras sirve aceitunas picantes y cacahuetes con cáscara, o manises. No hay más oferta que esa. La primera vez nos llevó el amigo de un amigo al que conocí al volver de Cangas, que es cuando pasan las cosas en Galicia. Entendió aquello de que los amigos de mis amigos son mis amigos y se abrió a contarnos los últimos capítulos de su vida. Él creía que andaba con una chica, pero ella no andaba con él: “Ella folló y yo hice el amor. Ahí se acabó todo y empezaron mis problemas”. La frase cayó al fondo de una de las jarras de cerveza vacías. Pagamos lo que debíamos y nos marchamos. La vida no tiene más misterio que saber leerla.