Sentarse cerca de una compañera de trabajo que se alegra y se anima con sus pequeños logros de cada día ofrece un buen marco para arrancar el día. Aunque cada una nos dediquemos a una tarea diferente, es inevitable que escuchemos nuestras conversaciones y a veces me salpica un poco de su lluvia de entusiasmo. Este sentimiento es una cualidad que no se puede entrenar. Surge de repente en las personas, en algunas más veces que en otras, y puede ser un regalo. El entusiasmo también se ha notado en la última semana por las calles de Donostia, donde 6.000 bailarinas de entre cuatro y 25 años, de 40 países, han participado en la World Dance Cup, la considerada olimpiada de la danza. Las hemos podido ver por grupos con sus chándales de competición, sus moños bien colocados y el maquillaje para actuar en el escenario del Kursaal. También las hemos encontrado bailando en La Concha al son de un cantante callejero y rebuscando en sus monederos para dejarle un poco de dinero. Han pululado con ellas los adultos que las acompañaban, muchas madres entusiasmadas y felices. Se han ido las bailarinas y han llegado los futbolistas de la Donosti Cup, procedentes de 70 países, y con el mismo rostro fresco del adolescente que mira por primera vez un algo diferente a lo suyo. l