De una posición inicial de apoyo a Ucrania y condena de Rusia por la invasión hemos pasado, casi sin darnos cuenta, a un estado prebélico en el que cada día se perfilan mejor y con mayor claridad los nuevos enemigos mientras se elaboran ambiciosos planes de despliegue militar que se financiarán con el doble del gasto público que se dedicaba hasta ahora y que, al contrario de lo que ocurre con otras necesidades, tienen pista libre para su materialización. No hacía un lustro cuando la OTAN agonizaba entre el hartazgo de Estados Unidos por ser su mecenas y el desinterés de la mayoría de los aliados europeos. El atlantismo había perdido su razón de ser. Hoy, sin embargo, requerido por la guerra de Putin, renace con esplendor renovado e indisimulado entusiasmo. Así lo han reflejado las imágenes que nos han servido las televisiones, en las que se ha mezclado la seriedad propia de los asuntos de defensa con la frivolidad de los actos sociales que los mandatarios han protagonizado acompañados por sus parejas en palacios reales y distinguidos museos. Lo que parecía una oportunidad para avanzar hacia una política europea de defensa común va a acabar en un regreso al pasado con Estados Unidos como mandamás para una guerra en suelo europeo. l