Hemos asistido a un fin de semana trepidante de ciclismo, en el que se ha producido un cambio en la forma física de los ciclistas que encabezaban la general, y que ha permitido una disputa emocionante. En las montañas cántabras y asturianas, en Pico Jano, Fancuaya y Les Praeres, era Remco quien se mostraba como el más fuerte, escoltado por Roglic y Mas un escalón por debajo. Mientras que en el sur, en la Pandera jienense y en Sierra Nevada, han sido Roglic y Mas superiores al belga. Remco llegó a la Vuelta en un estado de forma excepcional que evidenció con su triunfo apabullante en la Clásica de Donostia, tras el que se concentró para entrenar en altitud. Roglic y Mas llegaban tras el fiasco de su abandono en el Tour, el esloveno lesionado tras su caída, el mallorquín afectado por el covid. Era normal que a lo largo de la carrera estos últimos fueran cogiendo la forma, el ritmo de competición, mientras que al belga le sería difícil mantener el mismo estado de gracia, ese magistral golpe de pedal, durante las tres semanas. Es lo que ha ocurrido. Sin embargo, la renta obtenida por Remco parece suficiente para su victoria final, teniendo en cuenta que solo queda una etapa realmente dura, en la sierra de Madrid. De menor entidad que la de ayer en Sierra Nevada, donde venció otra joven promesa, el neerlandés Aresnman, y Remco apenas perdió quince segundos con Roglic después de haber tirado durante toda la subida al coloso granadino.

La víspera, en la Pandera, hubo alguna señal de alarma del belga, cauterizada ayer. Quizá Remco padeció las consecuencias de la caída que sufrió dos días antes. Las caídas son un gaje del oficio de ciclista. No se puede haber corrido en bici sin experimentarlas. Lo son desde el inicio, cuando uno aprende a montar, y lo siguen siendo siempre. A veces debido a patinar bajo la lluvia o la gravilla, otras al roce con algún compañero en el difícil arte de ir en pelotón, pero siempre están. Y los dolores, las contracturas tras una caída, no son instantáneas, sino que aparecen un par de días después, para ir declinando luego poco a poco. Y pienso que la flaqueza de Remco en la Pandera obedeció a esta causa. Y que ayer, por eso, se mostró más solvente.

Remco y Roglic son dos ciclistas que me resultan simpáticos. El primero, como ya comenté, bajo su insolente juventud, se convierte en un espejo que nos recuerda nuestro pasado, que sólo se puede revivir imaginariamente, pero que también así es muy gratificante y rejuvenecedor. Roglic, veterano, aporta otros valores, como los de la tenacidad, la constancia, la lealtad, la perseverancia, esenciales principios de la deportividad. El ciclismo es un deporte a salvo de fanatismos, donde reina el fair play entre todos los contrincantes, y también entre el público. No obstante, como en todo, el alma se nos llena de banderas, y tenemos nuestras preferencias. Que también tejen su reverso, quienes no concitan mi adhesión. Que en este asunto del ciclismo nunca son personas, corredores, sino sus empresas, quienes patrocinan los equipos, excluyendo de mis simpatías a aquellos países patrocinadores, emiratos y reinos, que no respetan los derechos humanos, laborales, ni los derechos de las mujeres. No me guío por lo políticamente correcto sino por los principios. Como el futbolista Eric Cantona, que ha declarado que, como protesta, no verá el próximo mundial de fútbol de Catar, porque desde que comenzaron las obras para edificar sus estadios, en 2010, han muerto la friolera de 6.500 trabajadores, casi todos inmigrantes, debido a las extremas condiciones de trabajo.

Está menguando la temporada estival, lo que para muchos, entre los que me incluyo, significa abandonar las playas donde hemos pasado tantas horas tumbados sobre la arena, evadidos sin más que hacer que otear el mar, contar nubes, mirar el caleidoscopio del sol sobre los párpados. Toca volver a los tajos y los cartapacios. Y en esa huida de las playas reflexiono sobre los conceptos de la preparación que seguirán los corredores, ese arsenal científico de datos, vatios, nutrición, del que ya he hablado. Y al hacerlo recuerdo mis experiencias sobre lo que está bien y está mal para un ciclista. Un corredor joven, insuficientemente preparado para la vida, tenía mucha presión sobre lo que debía hacer y lo que no, lo que era pecado. Y no siempre esas recetas acertaban, por eso creo que hay que tomarse ese cientifismo del deporte con cautela, porque es igual de importante ser feliz con lo que uno hace, para tener la mente limpia, abierta, en crecimiento, también como preparación psicológica. Recuerdo un día lejano en el que fui cazado en la playa por mi entrenador, en la víspera de una carrera. Un grave desliz. Él nos había repetido hasta la saciedad que eso era malo, como tantas otras cosas, porque gastaba fuerzas que debíamos guardar para la bici. Pero como joven, era transgresor, y el verano era inconcebible sin los amigos, la playa, los balbuceos sexuales. Me amenazó con la falta de rendimiento del día siguiente: “Mañana verás”, me dijo. Sin embargo, al día siguiente gané en la cima de Santa Bárbara, en Urretxu. No se puede prohibir la rebeldía de la juventud.

A rueda