A sus 48 años, Amaia Osaba cosecha éxitos allá adonde va. El próximo destino le hace especial ilusión: faltan pocos días para la 85 edición del Descenso Internacional del Sella, que conoce como la palma de su mano y ha ganado siete veces consecutivas en K2 “y dos más en el mixto”, matiza. La experimentada palista de Pamplona tendrá a su lado a la zamorana Eva Barrios, un tándem fructífero que ha logrado tres victorias, incluida la edición de 2022 después de tres años de pandemia. ¿Cómo se presenta la prueba en esta ocasión? “El Sella siempre es complicado. El año pasado estuvo muy bien, porque ganamos ante un plantel muy importante en el que había muchas leyendas. Eso te da prestigio. Repiten las Tanias, que son campeonas del mundo de kayak en la modalidad de maratón, la húngara Renata Csay… Cada año que pasa están más cerca de nosotras”, advierte.

El Sella no es una cita deportiva al uso. Cientos de participantes se suben en sus embarcaciones en medio de una caótica, intensa y emocionante salida. En la mañana del descenso se agolpa una cantidad ingente de público, generando una atmósfera única. Osaba vibra al otro lado de la línea telefónica. “La salida es todo un espectáculo, se crea una sensación muy envolvente. Es una gozada”, explica. ¿Son los sanfermines de las piraguas? Parece dar por válida la comparación: “Para los asturianos se trata de un evento deportivo súper importante que llevan muy dentro. Tiene mucho tirón popular. Luego está el entorno, que es una chulada… Nosotras salimos detrás, lo que supone un pequeño hándicap. En los primeros kilómetros se junta tanta gente que te puede salir una carrera [20 kilómetros de río] más complicada de lo previsto”.

En vísperas de una de las pruebas más populares del mundo, se encuentra en las Rías Baixas gallegas, concretamente en O Grove, donde se entrena en la bravura azul del Atlántico junto con su marido Filipe Besada, su compañero de vida fuera y dentro del agua. La pareja vive en el Valle de Egües, en Sarriguren, y en agosto de 2022 se hizo con el campeonato de España Absoluto en la modalidad SS2 mixto. “Entreno siempre con él y vamos juntos a todas las competiciones; es otro apasionado de las piraguas”, cuenta la palista navarra, seis medallas entre europeos y mundiales, a la que el éxito no se le ha subido a la cabeza. “Pierdo muchas más veces de las que gano. Cuando voy a una regata me fijo en mis contrincantes y en la propia prueba. A partir de ahí te marcas un objetivo, que puede ser quedar lo más arriba posible o intentar ser la primera. Depende”.

Hace tiempo que pasó la barrera de los 40. Y ahí está ella, dando guerra en la piragua. “Mi carrera deportiva es muy larga. Hace 15 años ya era la vieja, había pocas chicas de mi edad, y sigo compitiendo a un buen nivel. Estoy en esto porque me encanta y lo tengo metido en el cuerpo. Lo hago por placer. No puede ser de otra manera”, asegura. Socióloga de formación, durante un tiempo fue orientadora sociolaboral en el Programa de Atención al Deportista de Alto Nivel (Proad). Osaba es desde hace más de una década responsable de la Escuela de Piragüismo de Pamplona, en el edificio rehabilitado del Molino de Caparroso, por donde pasan durante todo el año un total de “3.000 personas menores y adultas”. Toca mirar atrás: Bergen, 2004. Pronto se cumplirán 20 años de su primera medalla, un bronce, que se llevó en el campeonato del mundo de Noruega. Se vuelve a emocionar. “Empezamos torcidas pero, finalmente, conseguimos ir rectas y quedamos terceras. Fue una satisfacción muy grande”.

La familia Osaba

Un curriculum impresionante. Nueve veces ganadora del Descenso Internacional del Sella y seis medallas entre europeos y mundiales. Camino de los 50, nada detiene el empuje deportivo de Amaia Osaba.

Golazo. Su padre, Fernando Osaba, jugó como delantero centro en Osasuna y marcó el primer gol rojillo en el estadio de El Sadar, el 3 de septiembre de 1967, frente al Vitória Setúbal de Portugal. Fue un tanto histórico. Amaia Osaba se decantó por un deporte de agua. 

Amor eterno. El piragüismo “siempre” ha sido su gran pasión, una disciplina deportiva que conoció de “pequeña” y a la que le ha profesado amor eterno. Por encima del paso del tiempo, fantasmas y crisis.