egoña Julián vio un cartel en su portal y decidió probar suerte. No había trabajado en una huerta antes, pero desde febrero es la encargada de gestionar una de las parcelas profesionales acondicionadas por Fomento de San Sebastián en Altza en el marco del proyecto Urban Lur. Desde entonces pasa muchas horas entre fresas, pimientos, calabazas, azadas y desbrozadoras. “Es muy duro, son muchas horas y mucho trabajo, y creo que no se valora; como consumidores, muchas veces compramos el producto más barato y no nos damos cuenta de lo que hay detrás”, reflexiona.

Julián había trabajado antes en proyectos de cooperación y con comunidades productoras y conocía más o menos de cerca el mundo agrícola. También ha trabajado en laboratorios de investigación de alimentos y en proyectos para aprovechar los residuos generados. “Pero me faltaba la práctica”, cuenta, al tiempo que confiesa que tenía ganas de salir de una oficina.

Intrigada por el proyecto Urban Lur, presentó su proyecto y en febrero se hizo cargo de una de las seis huertas ubicadas en Auditz Akular. Desde entonces, produce fresas y frambuesas en el invernadero y pimientos, lechugas y calabazas, entre otras verduras, en el exterior. Tenía claro que su apuesta, además de por la agricultura ecológica, sería por los frutos rojos. “Me decidí porque me gustan mucho y porque cada vez que los compraba en el supermercado me fijaba en que su origen era lugares como Marruecos o Perú, aunque las condiciones de aquí también son adecuadas”, explica la agroemprendedora.

En este proceso ha tenido, por parte de Fomento de San Sebastián, por un lado, asesoría técnica con respecto al proceso productivo y consejos para orientar su comercialización, aunque confiesa que no está siendo nada fácil buscar salida a sus productos. Probó en tiendas pequeñas de su barrio, Altza, aunque en algunas fruterías rechazaron su propuesta. Sí ha tenido mejor suerte con algunas cooperativas de consumidores, “donde el tipo de cliente normalmente es alguien más concienciado”, apunta Julián. También está vendiendo sus productos a varios restaurantes.

De momento confiesa que todavía se está “familiarizando” con este “mundillo”, aunque va aprendiendo, por ejemplo, qué hacer con determinadas plagas, que no la pillarán de novata el próximo año. De todas formas, la posibilidad de poder vivir solo de la huerta es algo que ve bastante lejos. “En mi caso, trabajo a media jornada y esto lo complementa. Creo que sería difícil poder vivir más o menos bien solo de esto, hace falta tener más clientes y asegurar que puedes colocar los productos, ahora mismo es complicado”, explica. Reconoce, además, que al principio, a pesar de que la huerta se cede de manera gratuita (solo debe afrontar gastos como el de agua), es necesario invertir en material y herramientas y que lleva tiempo recuperar esa inversión inicial.

En ese sentido, considera que también a ella le vendría bien que hubiera más gente interesada y trabajando en el resto de huertas públicas. “Podríamos compartir herramientas, clientes, complementar el tipo de productos y trabajar, en cierto modo, más en equipo”, señala. De momento, sin embargo, tendrá que esperar.

Julián cree que le ayudaría que hubiera más emprendedores en el resto de huertas para compartir herramientas o clientes

Reconoce que está teniendo dificultades en la comercialización de sus productos y ve difícil vivir exclusivamente de esto