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Un largo camino hasta Gipuzkoa: "Mi hijo me hizo prometer antes de morir que seguiría delante"

Sheyla Mariela Díaz, nicaragüense afincada en Donostia, huye desde el principio, cuando su familia tenía planes para ella

Un largo camino hasta Gipuzkoa: "Mi hijo me hizo prometer antes de morir que seguiría delante"Iker Azurmendi

Sheyla Mariela Díaz (Nicaragua, 1987) es el fiel reflejo de que, además de haber sufrido muchas dificultades a la hora de migrar, las mujeres siguen sufriendo violencia estructural en casi todas las partes del mundo. Nacida en una familia religiosa, su madre tenía un plan para ella: “Tenía que limpiar la casa y casarme pronto con un hombre que me mantuviese”.

“Yo no quería eso, quería divertirme, como las demás adolescentes de Nicaragua”, añade. Esa misión de vida que le había puesto su madre, le ahogaría durante años en el país centroamericano, hasta que decidió partir en busca de una nueva vida. “Con 17 años, me quedé embarazada de un hombre que no quería, y mi madre no lo aceptó y me echó de casa. Me fui a vivir con él, pero comenzó a pegarme y a tratarme de chacha, y huí”, señala. En 2005, nació su hijo Brian y los dos, sin casa y sin nadie de la familia que les apoyara, tuvieron que buscarse la vida en la calle. “Mi familia no me daba nada, y mi marido, del que me separé, me pegaba. Con un niño de un año en la calle se pasa muy mal, una situación horrible”, refleja. Apegada a la iglesia desde pequeña, fue su cobijo y su salvación durante años. “Me prestaban comida, un lugar donde estar y cosas para Brian. Les debo mucho”, se emociona. 

Trabajaba cuidando personas mayores y niños, porque “en mi casa es lo que me habían dicho que era la única cosa que sabía hacer”, y así estuvo durante años, hasta que sintió la necesidad de buscar algo más. Volvió a quedarse embarazada de otro hombre, pero éste volvió a no quererla y ejerció todo tipo de violencia sobre ella. “Llegamos a los golpes, me decía que no valía para nada y que sin él solo era una prostituta, y que a dónde iba a ir”. Desesperada, decidió viajar a España, a Valencia, porque tenía una amiga que trabajaba allí, y huir del sufrimiento. “Mi amiga me pagó el billete y me hice pasar por turista. A partir de ahí, seguí yo sola”, relata.

Trabajó de cuidadora en Valencia, hasta que le llegó la oportunidad de venir a Lasarte-Oria. “Tuve varios trabajos de cuidadora en Donostia, pero también de frutera y de otras cosas, tenía que pagarme un alquiler y ahorrar para mis hijos”, apunta. Empezó con todos los trámites del asilo para conseguir los papeles. Después de estar 10 meses luchando, lo consiguió.

“Cuando más contenta estaba por haber conseguido el asilo, me llaman de Nicaragua y me dicen que uno de mis hijos tiene un tumor que le recorre todo el pecho y que tengo que ir a cuidarle. Esto fue un jueves, el lunes estaba en Nicaragua”, cuenta.

"En el hospital no quisieron tratar a mi hijo"

Se encontró con una situación muy difícil. Los pequeños, que habían estado viviendo con el padre de su segundo hijo, se convirtieron en algo que Sheyla no quería. “Mi hijo mayor era alcohólico a los 14 años por estar con mi marido, que también lo era, y mi otro niño tenía un cáncer muy difícil de curar. Cuando fuimos al hospital, no quisieron tratar a mi hijo, porque al yo haber pedido el asilo en España, me decían que era responsabilidad española el cuidado de mi hijo”, relata emocionada. 

Estuvo meses cuidando a su hijo en casa. En el hospital le daban dos bombonas a la semana, pero su hijo necesitaba una cada día para respirar. “Comprábamos en el mercado negro, no tenía otra solución”. El 10 noviembre de 2021 falleció su hijo de cáncer sin poder ser tratado por los médicos.

“Me dijo, antes de morir, que ya sabía que se tenía que ir, pero que le tenía que prometer que iba a sonreír y que iba a seguir para adelante”, cuenta. “El día que se murió mi hijo, mi marido se llevó todo de casa y me dejó sin nada. No podía dejar de llorar, pero mi otro hijo me dijo que cogiéramos lo poco que teníamos y que nos íbamos para Donostia”, señala.

"Por fin encontré un hombre y un lugar que me trataban bien"

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Con una mano delante y otra detrás, llegaron a Donostia y comenzaron de nuevo su vida, una de las 101.979 personas que nacieron fuera de nuestras fronteras y que ahora viven, trabajan y disfrutan de Gipuzkoa en su plenitud. “Apunté a Brian en un colegio en Irun, para que estudiara y jugara al fútbol. Yo seguía trabajando en fruterías y cuidando mayores”.

Se casó con otro hombre nicaragüense, el tercero, pero este parece ser el definitivo. “Por fin encontré un hombre y un lugar que me trataban bien, que querían que me quedase a su lado y que fuera feliz”.