“No malgasto ningún segundo pensando en que volveré a ver, aunque no pierdo la esperanza”
Aitor Francesena (Zarautz, 1970) es un ejemplo de superación en todos los aspectos, campeón del mundo de surf adaptado y fundador de la primera escuela de surf del Estado en Zarautz, perdió la vista completamente en 2012, pero eso no lo ha detenido en ningún momento
Aitor Francesena (Zarautz, 1970) es un ejemplo de superación en todos los aspectos. Campeón del mundo de surf adaptado y fundador de la primera escuela de surf del Estado en Zarautz, perdió la vista completamente en 2012, pero eso no lo ha detenido en ningún momento. Nos abre las puertas de su casa y de su corazón para esta entrevista en la que muestra su historia, su carácter y una actitud ante la vida que inspirará a los lectores.
Empecemos a lo grande. Fue el primer invitado de la historia de La Revuelta. ¿Cómo surgió y qué recuerdos guarda?
Me llamaron en agosto a ver si quería ir y dije que sí. Todo el mundo se pensaba que iban a entrevistar a un político o algún pez gordo, después de toda la polémica que hubo, y ahí aparece el baserritarra, surfista y ciego de Zarautz, o sea yo (ríe). Ese programa rompió todos los esquemas y para mí también fue un escaparate bonito. Me salió bien. Yo no sabía quién era Broncano antes de la llamada, me puse algunos capítulos de La Resistencia y pensé a ver dónde me estaba metiendo. Broncano es muy bueno en lo suyo, tenía que entrar como un toro porque sino me pillaba él a mí. Además, está rodeado de un equipo muy majo y profesional. Estuve muy a gusto y me trataron de una manera impresionante.
Infancia
¿Qué recuerda de su infancia?
Nací en 1970, en el caserío Añai de Meagas. Nací con un glaucoma congénito. Mis padres lo notaron desde el principio, porque cuando me hacían gestos no reaccionaba. Me hicieron un montón de operaciones. Y con 14 años perdí el ojo derecho.
"Soy como soy por haber nacido entre ganaderos y agricultores muy trabajadores que trabajaban de sol a sol"
¿Cómo ocurrió?
Bajé a jugar a los playeros, me entró arena, se infectó y lo perdí. Me quedaba el izquierdo, que me lo operaron muchas veces durante muchos años. Tenían el glaucoma controlado con unas válvulas de silicona. Cuando estaba todo bajo control empezó a fallar la cornea y había que cambiarla. Me operaron, pero el ojo rechazó la primera cornea. Me hicieron un segundo trasplante, pero un punto no se cerraba bien, por lo que me tenían que intervenir otra vez. Un día fui a surfear con puntos en el ojo, me caí de la ola, me pegué un buen golpe contra el agua con el ojo abierto. Se reventó. Eso fue en 2012, cuando tenía 42 años. Ahí me quedé ciego del todo y empezó mi nueva vida.
Valores y surf
¿Qué valores le inculcaron en casa?
Estoy muy orgulloso de haber nacido en un caserío. Mis padres eran gente muy trabajadora. Siempre digo que soy como soy por haber nacido entre ganaderos y agricultores muy trabajadores que trabajaban de sol a sol. Ellos han sido mis ejemplos y por eso soy tan trabajador y tan constante. Allí aprendí que si algo quieres, tienes que esforzarte al máximo para lograrlo, aunque no siempre se consiga.
¿Recuerda cuándo comenzó a surfear?
Con 13 o 14 años. Cuando tenía seis años mi tío me compró un skate y aprendí a patinar muy bien. Ese día fui a donde los abuelos, me puse encima de la tabla, se me fue y le hice una marca muy buena a la barandilla de cristal que tenían en la terraza. Esa raja la he visto durante 20 años. Se enfadaron mucho (ríe), cada vez que volvía a esa casa me lo recordaban. Aprendí por mi cuenta, en el caserío, sin información. Cuando llevaba dos años montando en el patinete, estaba bajando a Zarautz para ir a los playeros y unos me gritaron que tenía el skate al revés, con el freno delante. Yo no sabía, ¡menos mal que llegué al pueblo bien, si no sería el hazmereír! Yo frenaba bajándome y a veces me metía unos buenos golpes. Me gustaba patinar, aunque tuve que convencer a mi familia de que sabía hacerlo. Me flipaba el surf, pero lo tenía prohibido. Mis padres me protegían y no querían que les pasara nada a los ojos. Un día conocí a una familia numerosa y a ellos también les gustaba el surf, pero no podían adquirir una tabla, como yo, porque eran muy caras. Nos juntábamos para patinar y un día empezamos a hacer nuestras propias tablas de surf. Teníamos tablas viejas que nos regalaban, les quitábamos la fibra de vidrio y de ahí sacábamos nuevas. Las primeras tablas eran unos submarinos (ríe), las hacíamos muy mal. Poco a poco las hicimos mejores y las usaron hasta nuestros ídolos. Aprendimos mucho con gente que venía a Pukas a trabajar, les sacábamos información porque aquí apenas había. A veces algún surfista del pueblo te dejaba la tabla para coger algunas olas. Eso sí, había que caerles bien.
"Cuando eres joven, eres rebelde. Basta que te digan que no, para decir que sí"
Siguiendo con la infancia, ¿en clase era uno más o se sentía raro?
Nunca me han hecho esta pregunta y le agradezco que me la haya hecho. Yo iba a clase con gafas de culo de botella y las vaciladas siempre estaban ahí. He sufrido mucho. No me gustaba estudiar, pero igual era por eso: no veía bien, ni la pizarra, ni el libro... Como se burlaban de mí no me gustaba ir. Yo hacía que veía, pero apenas veía. Siempre estaba tenso, porque si la profesora me mandaba leer, lo hacía mal si no me acercaba mucho al texto. Creo que esos momentos malos me han forjado. Cuando pasas malos momentos te hacen adaptarte, aprender y buscar alternativas para no sufrir. Yo creo que por eso empecé a trabajar desde muy joven. Ahí me sentía realizado, nadie me molestaba. Aunque muchos no confiaban, poco a poco fui convenciendo a todos.
¿Cómo logró convencerles?
Tener prohibiciones me ayudó, yo creo. Mis padres no querían que hiciera surf, que lo entiendo. Al final, además de ser surfista, tuve mi propio taller y mi propia escuela de surf. La prohibición te hace seguir adelante con más ganas. Al principio no querían saber nada de ese deporte y al final comíamos según las mareas. El surf acabó siendo todo.
Al final, le estaban protegiendo.
Claro. No les guardo rencor, para nada. Tuve que hacer un gran sacrificio y esfuerzo para convencerles de que ésa era mi vida, mi camino. Mis padres trabajaron mucho para poder cuidarme de la mejor manera posible. Éramos tres hermanos y el fin de semana trabajaban mucho en el caserío. ¿Cómo les voy a culpar de que no me dejasen surfear? Si me estaban protegiendo. Pero a mí me dio fuerzas para ir en su contra. Cuando eres joven, eres rebelde. Basta que te digan que no, para decir que sí. Mis padres son mis referentes y mis mejores ejemplos.
Superación constante
Ha ido superando muchas adversidades, como si de un videojuego se tratara.
Sí. Siempre a tope y adelante. Rompiendo barreras. Han sido etapas duras, pero eso te hace ser constante y trabajador.
En el momento que pierde el segundo ojo. ¿Se le cae el mundo?
Al final estuve 42 años intentando evitar ese momento. En ese instante pensé a ver cómo podía darle la vuelta a la situación, estaba ante una nueva vida. Fue muy duro, mi hija estaba en la playa y tuvo que escuchar que se habían llevado a Gallo al hospital porque había perdido el otro ojo. Cuando sabes que te puedes quedar ciego vives la vida a un ritmo muy bestia, muy acelerado.
¿Disfrutó de esa etapa o siente que la perdió por vivirla muy rápido?
No sé. Cuando estaba haciendo algo ya estaba pensando en lo de después o en lo de mañana, pero lo disfrutaba. Cuando me quedé ciego bajé mucho el ritmo: cada momento, lo que toca. Antes de ello, quería hacer lo máximo que pudiera, en todos los aspectos. Ahora hago las cosas con más calma. La clave es buscar la armonía, la felicidad, dentro de la “putada” que es quedarte ciego.
Al menos tiene la ‘ventaja’ de haber visto.
Está claro. Naciendo ciego quizás también hubiese aprendido todo lo que sé ahora, pero de otra manera. Soy campeón del mundo del surf adaptado porque hago un surf diferente al de los demás. Como he visto, sé lo que es un surf de calidad. Tengo suerte de haberlo aprendido antes de quedarme ciego. Eso es una ventaja para mí, pero si naces ciego te adaptas desde ese primer momento a la vida. Yo soy ciego, pero mi mente no funciona como la de un ciego. He aprendido sobre la marcha a ser ciego.
Sabía que tenía muchas papeletas para quedarse ciego. ¿Por qué no se preparó para ello?
Llevaba toda mi vida escuchando eso, pero yo no quería, aunque sabía que podía pasar. A veces hasta soñaba que me quedaba ciego. Me metían mucho miedo con eso. Yo no afrontaba esa realidad, aunque vivía a tope. Vivía a lo fácil, con lo que me gustaba. Me decían que tenía que ir a la Once a aprender a andar para cuando me quedase ciego, pero yo miraba para otro lado. No quería saber nada de eso.
Disfrutar de la vida y siempre a tope
Exprimió la naranja al máximo.
Sí. Muchas veces me preguntan a ver si estoy enfadado con la vida y digo que no. ¿Por qué? La he aprovechado y la he disfrutado al máximo. Mi vida era como ir delante de un tren que sabes que te va a pillar, pero que vas más rápido que él. Llega un momento en el que llegas a donde querías llegar, paras y te pilla.
¿Ha hecho todo lo que quería hacer antes de quedarse ciego?
Claro. Sólo me quedaron dos cosas por hacer con visión; viajar a Nías (Indonesia) y saltar de un avión, aunque lo puedo hacer ciego. Todo lo demás lo he hecho. Por eso soy feliz, he dejado muy poco por hacer. Ahora, ciego, disfruto repitiendo las cosas que me hicieron feliz y yendo a los mejores sitios en los que he estado. Las hago con mi hija y las disfruto a mi manera. Yo vivo como las personas que ven; voy a conciertos, al cine, al monte, monto en bicicleta... Aprendí a adaptarme a muchas situaciones.
¿Diría que compró papeletas para quedarse ciego, como nos cuenta cuando hizo surf con puntos en el ojo?
Sí, pero ¿qué iba a hacer? ¿Estar parado? Entonces no habría disfrutado todo lo que te estoy contando. Además, en las operaciones también me podía quedar ciego. Estuve un buen tiempo sin entrar al agua, cuando empezaron a hacerme trasplantes de cornea, no podía surfear por lo que he comentado. Los médicos me veían triste, me conocían de toda la vida. Me dijeron que surfeara, que fuera feliz. Volví andando desde Donostia a Zarautz con una sonrisa de oreja a oreja. Empecé a surfear otra vez, poco a poco, hasta que pasó lo que pasó. ¿A quién iba a echarle la culpa? El que tomó la decisión fui yo y apechugué con la situación. Llevo muy bien estar ciego, dentro de la faena de lo que es. No me arrepiento de nada. Dicen que de lo malo sale algo bueno, yo lo digo con certeza. He pasado por muchas situaciones que no estando ciego no hubieran surgido.
La tecnología avanza muy rápido. ¿Cree que volverá a ver?
Aún no existe esa tecnología. Aun así, siempre digo que sigo manteniéndome en forma por si vuelvo a ver. Si algún día llega el momento, saldré como a correr Forrest Gump y no pararé. No pierdo ningún segundo pensando en ello, pero tampoco pierdo la esperanza.