Decenas de vecinos de Deba acudieron a la iglesia de Sasiola la mañana del jueves para celebrar el día de San Antonio, rescatandola así del olvido en el que vive el resto del año. El encuentro se abrió con una misa en el viejo recinto, iluminado por la luz que se colaba del exterior a través de dos aberturas laterales y por el óculo situado encima del renovado coro. La pobre iluminación, unido al deterioro de la iglesia, con suelos en mal estado y unas paredes que piden a gritos una restauración, generaron una particular y sugerente atmósfera que trasladó a los fieles al tiempo en el que los franciscanos habitaban en el monasterio y la iluminación eléctrica era una entelequia. Para dar mayor dramatismo a la situación de abandono, la escenografía se completaba con las figuras de los santos que en el pasado ocupaban el retablo construido por Domingo de Laca y Domingo de Pellón en 1773, y en la actualidad están situadas a ras de suelo, acompañando a los fieles, a la espera del paso definitivo que lleve a su restauración y a recuperar su lugar encima de altar.

Pese a todo, la cita del jueves volvió a ser un éxito. Decenas de vecinos de Deba se acercaron a pie hasta este enclave, mientras que otros optaron por el coche y el autobús para cubrir los cinco kilómetros que separan Sasiola del casco urbano. Tras la misa, tuvo lugar un hamaiketako con pinchos de chorizo, caldo y vino en el pórtico de acceso a la iglesia, y, entre bocado y bocado, los asistentes tuvieron la ocasión de departir con amigos y viejos conocidos, y disfrutar del espectacular entorno de Sasiola.

Un viaje en el tiempo

Uno de los debarras que no falló a la cita con el día de San Antonio en Sasiola fue Alex Turrillas, un apasionado de la historia de Deba. De hecho, los Sasiola, una familia banderiza de “buenos escuderos e mucho fazendados”, como los describió Lope García Salazar en el libro Las bienandanzas y fortunas (1470), han sido tema de estudio para Turrillas durante muchos años. Esa labor investigadora le llevó hasta el matrimonio formado por María Ibáñez de Sasiola y Juan Pérez de Licona, tío-abuelo de San Ignacio de Loiola. Ellos fueron los responsables de la llegada de los franciscanos a Deba y, por extensión, a Gipuzkoa. ”Los franciscanos habían intentado instalarse junto al santuario de Itziar pero el cabildo eclesiástico y el concejo no se lo permitieron. Fueron María Ibáñez de Sasiola y Juan Pérez de Licona los que les cedieron la torre y los terrenos de Sasiola para instalar en ellos el monasterio. La donación se produjo en 1503, 11 años antes de que los franciscanos se asentaran en Arantzazu con todos los derechos, por lo que se puede decir que los franciscanos de Deba son los primeros religiosos de esta orden en Gipuzkoa”.

Turrillas junto a la mesa del juez, con la pared del frontón al fondo. Aitor Zabala

Los franciscanos fueron añadiendo otras edificaciones a la torre, como la iglesia, el refectorio, la sala capitular, las celdas de los frailes, la casa del síndico (administrador), el cementerio y el hospital que acogía a los peregrinos camino de Santiago. Ese auge se vio apoyado en buena medida por el l prestigio de los franciscanos. “Los frailes de Sasiola eran muy reconocidos por su oratoria y sus conocimientos musicales. Eran requeridos en los pueblos de alrededor para dar sermones y participar en oficios religiosos. Juan Sebastián Elkano es un ejemplo de ese reconocimiento. A su muerte dejó 40 ducados en herencia a la Virgen de Itziar y 10 a los franciscanos de Sasiola, mientras que para su parroquia, la de San Salvador de Getaria, dejó seis”.

Su estratégica ubicación, en plena ruta jacobea y en una de las vías de salida desde la meseta castellana al mar, impulsó su desarrolló, pero también le hizo ser el escenario de una cruenta batalla en la Guerra de la Convención, a finales del XVIII. El siglo XIX y las medidas anticlericales y las desamortizaciones marcaron su declive, iniciando un proceso que terminó con el abandono del monasterio por sus últimos moradores en 1840.

Junto a la iglesia y las ruinas del convento, Turrillas destacó también los restos de un antiguo frontón, “probablemente”-afirma-“el más antiguo de Euskal Herria”. Se trata de un espacio en el que se jugaba una modalidad de pelota diferente a la del frontón clásico, ya que en él los contendientes se colocaban frente a frente, como en el tenis. “La cancha mide 58 metros de largo y 12 de ancho. Conserva el rebote,una pared de piedra de tres metros de alto, aunque presenta peligro de derrumbe. También conserva la mesa del juez, una losa de piedra redada por un banco corrido también de piedra. Las catas nos han permitido localizar también unas losas a medio metro de profundidad que se corresponderían con la cancha de juego. Es un elemento que merece una especial atención y que habría que pensar en recuperar, al igual que el conjunto de Sasiola”, terminó indicando Turrillas”.