El parque automovilístico está inundado de coches cada vez más grandes, cargados de tecnología y sistemas de control de las emisiones, junto con elementos de seguridad y de ayuda a la conducción que dan forma a un galimatías de abreviaturas (ABS, ESP, ISA, LWD…) en muchos casos incomprensible. Elgoibar no es una excepción y sus calles son un muestrario de monovolúmenes, suv, híbridos y coches eléctricos similares a los de otros pueblos y grandes urbes.

Sin embargo, en medio de todos ellos destaca desde hace un tiempo un pequeño coche pintado de un vistoso color rosa claro que, pese a su reducido tamaño, hace girar la cabeza a cuantos lo ven pasar. El coche que genera tanta expectación no es otro que un Fiat 500, un icono del motor italiano conocido con el nombre de Cinquecento. Se empezó a fabricar en 1957 con el objeto de dar respuesta a la demanda de una clase media que ansiaba prosperar y lanzarse a la carretera con su propio vehículo, tal y como sucedió en España con la aparición de las primeras unidades del Seat 600 en esa misma época. Quien lo conduce es otro italiano, el pizzero Erminio de Carlo, dando forma así a un dueto muy especial en el que al origen transalpino de ambos se le suma el hecho que los dos tienen la misma edad, ya que tanto el coche como el popular restaurador llegaron a este mundo en 1974.

La relación entre Erminio de Carlo y el Cinquecento responde a un capricho que el hostelero italiano arrastraba desde su juventud. Las particulares características de este coche, que llama la atención por sus reducidas dimensiones y por contar con una potencia más que limitada, responden, además, a una forma de conducción que resulta especialmente atractiva para el pizzero italiano. “Hoy en día todo es più veloce, todo tiene que ser cada vez más rápido. La gente sólo quiere bólidos, coches supergrandes, y yo pienso justo lo contrario. La velocidad a la que se conduce no te permite disfrutar del viaje, y yo quiero viajar más despacio. Con el Cinquecento no te queda otro remedio, ya que la potencia de su motor no da lugar a ir rápido. Pero es algo que no me importa, y, como se dice en italiano, piano piano si va lontano (“despacio, despacio, se llega lejos”)”.

1957-1975

La primera serie del Cinquecento marcó la vida de muchas generaciones en Italia desde 1957 hasta que se dejó de fabricar en 1975. La familia de Erminio de Carlo fue una de esas familias que compartió parte de su vida e infinidad de horas de viaje por carretera con este pequeño vehículo. “El Cinquecento fue el primer coche para muchas familias. Mis padres fueron emigrantes en Suiza. De hecho, yo nací en Zúrich. Cuando tenía tres o cuatro años, regresamos a Lecce, de donde era originaria la familia, y cubrimos los cerca de 1.400 kilómetros que separan a ambas ciudades con el Cinquecento que habían comprado mis padres. Iba cargado hasta los topes. Dentro íbamos mis padres, los tres hermanos y todo el equipaje que traíamos de vuelta a casa. En los coches de antes se viajaba así, por muy pequeños que fueran; íbamos juntos los padres, los hijos, la abuela, el perro y hasta el canario, si lo había”.

La huella que el Cinquecento dejó en Erminio quedó latente en su interior hasta que hace 18 años tuvo la oportunidad de comprar uno en su país. El vehículo en cuestión era un Fiat 500 amarillo con matrícula de Lecce, la ciudad de origen del hostelero. Ni corto ni perezoso, lo cargó en un remolque y lo trajo a Elgoibar, donde desde hace 24 años (el próximo año celebra su 25 aniversario) regenta la que fue la primera pizzería de la localidad, el bar Salento. Lo primero que hizo al llegar a Elgoibar fue cambiarle el color y pintarlo de rosa, como un guiño en homenaje a su hija Carlota. El siguiente paso era legalizarlo y cambiarle la matrícula italiana por una española que le permitiera circular por carretera, pero el trámite se terminó demorando en el tiempo. El coche permaneció guardado en un local, sin apenas ser usado, hasta que Erminio decidió que había llegado el momento de darle una nueva vida.

Recientemente le ha puesto una matrícula española, lo ha asegurado y lo ha dejado en condiciones de volver a pisar el asfalto. En ese proceso ha tenido que llevar a cabo algunas reparaciones en las que el principal problema ha sido encontrar piezas originales. “Es un coche que se dejó de fabricar hace muchos años y es complicado encontrar recambios originales. He tenido que comprar una dinamo nueva y, a día de hoy, en Italia sólo hay siete, pero el esfuerzo ha merecido la pena, Todas las piezas que tiene el coche son originales y quiero que siga así”.

Cómo es el Cinquecento

El Cinquecento es un coche muy pequeño. Mide 2,97 metros de largo, 1,32 metros de ancho y tiene un peso de 500 kilos que mueve con un motor de 479 cc y una exigua potencia de 21 caballos. Pese a todo, no duda en mostrarse pretencioso y su cuentakilómetros indica una velocidad máxima muy alejada de su capacidad real. “El cuentakilómetros señala que puede alcanzar los 130 kilómetros hora, pero no es cierto, ni ahora ni cuando era nuevo. Su velocidad máxima era de 95 kilómetros y la velocidad más alta a la que suelo ir es de 70 a 80 kilómetros. Con este coche hay que tomarse la conducción con tranquilidad”.

Esa falta de potencia no es un problema para Erminio. De hecho, su confianza en el pequeño coche es total. “Si por mí fuera ahora mismo me lanzaba a dar la vuelta al mundo con él. Pero quiero ser realista y empezaré poco a poco. Estoy pensando en hacer un viaje a Donostia, pero vista su velocidad, necesitaremos todo el día para llegar a la capital y volver a Elgoibar”.