Alegre, vital y bondadosa. Así se muestra esta zumarragarra por cuya casa han desfilado todos aquellos niños y jóvenes del pueblo que querían aprender a tocar el piano. Defensora acérrima del color y la alegría, un día decidió pintar la fachada de su casa de un llamativo color morado, y esto se ha convertido en una especie de señal que advierte de que dentro habita una persona muy especial, como salida de un cuento.  

¿Cómo fueron sus inicios en la música?

–Mi ama quería que estudiara música y así empezó todo. Después, decidí dar clases a unos pocos niños en mi casa, y con el tiempo llegarían a pasar por aquí más de 100 chavales. Te diría que todos los jóvenes de aquella época Zumarraga que querían estudiar música pasaron por mi casa. La mayoría de los profesores de la escuela de música han sido alumnos míos.  

¿Cómo recuerda aquella época?

–Yo tenía muy claro que no iba a quedarme en casa como tenían que hacer la mayoría de las mujeres en aquella época. Tengo recuerdos muy bonitos de esos años. Por ejemplo, de cuando acompañaba en tren a Donostia a los alumnos que se examinaban.Íbamos tan contentos, que siempre íbamos cantando.  

Fue una de las fundadoras de la escuela de música Secundino Esnaola.

–Aquello fue maravilloso. Uno de los logros más importantes fue lograr la oficialidad, pero lamentablemente esto se perdió. Una pena, con lo que nos costó…

¿Está jubilada?

–Hace mucho que me jubilé, pero he seguido dando clases de piano y órgano, en mi casa, hasta que llegó la pandemia. Después no las he vuelto a retomar.

“En mis tiempos, cuando un alumno no estudiaba lo suficiente, el profesor tenía el respaldo de los padres para que se pusiera las pilas”

¿Echa de menos estar en activo?

–Es que nunca me ha pesado el trabajo, todo lo contrario. Dar clases de música no ha sido un trabajo para mí, porque he disfrutado muchísimo. No miraba si llevaba seis horas o diez enseñando. Incluso, si veía que un alumno estaba verde antes de examinarse, le decía que viniera el fin de semana a casa a ensayar. No miraba si era lunes o sábado. Nunca me importó. 

¿Cree que ha cambiado la forma de enseñar?

–En mis tiempos, la forma de educar era distinta, en el sentido de que si un alumno no estudiaba lo suficiente, el profesor tenía el respaldo de los padres para que se pusiera las pilas, y de hecho, en cuanto hablaba con ellos, notaba enseguida que avanzaba. Ahora, por el contrario, los padres defienden a los niños y dejan al profesor vendido. 

Aunque ya no ejerce como profesora, ¿sigue vinculada a la música?

–Además de dar conciertos como organista, soy miembro de un grupo de organistas de Bilbao, Donostia, Zarautz, etc., que tiene al maisu Esteban Elizondo al mando, y nos juntamos una vez al mes para tocar y pasar un buen rato. 

¿Tiene ventajas hacerse mayor?

–Sabiendo lo que sé, que gustaría volver a ser joven. Si volviera a tener 18 años, haría muchas cosas que no hice porque en aquel entonces había muchas prohibiciones. Y a Mila le diría: ¡Espabila!