Elegancia, comodidad, simplicidad y armonía. Son los cuatro pilares sobre los que basó su filosofía de trabajo el diseñador getariarra Cristóbal Balenciaga. Un savoir faire presente en cada pequeño detalle de sus prendas y que ahora, coincidiendo con el 50º aniversario de su fallecimiento, el Museo Balenciaga ha querido encapsular en una exposición, Carácter, que se abre mañana al público y se podrá visitar hasta el 1 de marzo de 2023.

La muestra se ha dado a conocer esta mañana, en un acto en el propio museo, situado en el pueblo natal del creador, donde han estado presentes la directora del mismo, Miren Vives; el delegado del Gobierno en la CAV, Denis Itxaso; el viceconsejero de Cultura del Gobierno Vasco, Andoni Iturbe; y la directora de Cultura de la Diputación de Gipuzkoa, María José Telleria. A continuación, el comisario de la exhibición, Igor Uria, ha ofrecido una visita guiada por sus cinco salas.

La exposición es un nuevo homenaje a la dilatada trayectoria del Maestro de la alta costura, como lo consideraban coetáneos diseñadores como Coco Chanel, Christian Dior o Hubert de Givenchy. A lo largo de 90 prendas, repartidas en cinco espacios, se enseña su obra desde una perspectiva novedosa, que pretende responder a la pregunta de qué es lo que hace reconocible un Balenciaga.

La respuesta más obvia a esta cuestión sería la etiqueta, pero ese no es siempre el caso. Tal como Vives ha recordado, hay falsificaciones que la incluyen y, como Uria ha apuntado en el tour, les han llegado piezas originales en las que falta, y eso “no significa” que sea menos auténtico.

La solución a esta hipótesis artística reside en otro tipo de detalles. Un fruncido, unas hombreras, una costura, o un cuello son suficientes, si con ello pervive la filosofía de Balenciaga de crear una silueta armoniosa adaptada a cada cuerpo, con una comodidad que permitiera el libre movimiento de las mujeres que los vestían. La elegancia sin constricciones.

El recorrido por Carácter comienza en una primera sala que precisamente explora la etiqueta, ese identificativo no siempre definitivo de lo que es o no es un Balenciaga. Un elemento que el diseñador colocaba en los lugares más insospechados, como la costura lateral, la cintura o el cuello. En las fotografías expuestas en alguna de las paredes se pueden observar las que utilizó en las piezas producidas en las diferentes empresas que tuvo. Las imágenes están rodeadas por creaciones como un vestido crema con cuerpo de pedrería, otro burdeos con cierto aire folclórico o un kimono que recuerda al país del sol naciente, pero que fue confeccionado para una prima del creador, que también era modista.

La segunda estancia pone el foco en el Balenciaga de los años 40, aquella primera etapa en el taller de París, que había abierto pocos años antes, en 1937. En esta época de “siluetas historicistas” para noche y prendas de sastrería en las que cuidaba con especial mimo la línea del talle, abundan detalles como pinzas curvas, faldas al biés, hechas con una sola tela, o los drapeados, que Uria describe como “reminiscencias” del siglo XIX.

Adentrarse en la tercera sala es hacerlo en la sastrería del Maestro. Desde amplios abrigos o capas con una caídas exquisitas a trajes de chaqueta azul marinos, fondo de armario de las mujeres de la época, el arte de estas piezas se encuentra en el “corte magistral”, que permite que encajen como un guante en cada una de sus clientas.

El tour avanza hacia el cuarto espacio, dedicado a la línea túnica, que empleó a partir de 1955. La sencillez del diseño se funde con la modernidad, en blusas, o vestidos de verano con poca manga o ausencia de ella, con cuellos casi imperceptibles y desechando las hombreras, que quedan relegadas. También realiza vestidos de cóctel, para ocasiones algo más formales, con detalles que elevan la elegancia de la pieza, como una mangas murciélago que evocan lo etéreo.

La quinta y última sala es el colofón final, el homenaje definitivo, el recuerdo de lo que un genio de la alta costura como Balenciaga era capaz de crear. Piezas de ricas telas, trajes de noche con los que, como afirma Uria, quienes los vestían podían realizar “dreamwalking” o caminar entre sueños. Un diseño tricolor que perteneció a Grace Kelly o un vestido negro que bien pudo haber sido de Audrey Hepburn figuran en esta estancia, donde un largo vestido, que se debate entre el azul y el gris, brilla con luz propia, y no únicamente por sus hilos de lamé.

Quien quiera sumergirse en el universo Balenciaga, tendrá la oportunidad de completar la visita al museo con La elegancia del sombrero, la muestra disponible hasta el próximo 8 de mayoLa elegancia del sombrero, que refleja la aportación que hizo el diseñador getariarra a este complemento que ocupó un lugar esencial en la moda del siglo pasado.