La salida de José Ignacio Munilla hacia el Obispado de Orihuela-Alicante activa un mecanismo regulado y de sobra conocido en la Iglesia católica para encontrar su nuevo obispo, decisión que depende siempre en última instancia del papa Francisco. Mientras tanto, la sede vacante quedará regida por un tiempo indeterminado por un administrador diocesano cuya identidad se conocerá a finales de esta semana.

De acuerdo al Código de Derecho Canónico, es el papa quien "nombra libremente a los obispos, o confirma a los que han sido legítimamente elegidos" (Can. 377.1). Como es lógico, al no poder conocer él mismo a todos los candidatos de las diócesis a lo largo y ancho del mundo, el máximo responsable de la Iglesia católica suele requerir ayuda.

Ahí entra en acción la figura del Legado pontificio (que en el Estado español es el nuncio, Bernardito Auza), clave en este proceso. El mismo Código recoge (Can. 377.2) que corresponde a dicho Legado elaborar y enviar una terna de candidatos a la Congregación de Obispos (órgano vaticano encargado de recibir las propuestas). Se desconoce si en el caso de la diócesis donostiarra Auza ha remitido ya sus propuestas.

Antes de remitir esa terna, el nuncio habrá tenido que investigar esos nombres separadamente y "comunicar a la misma Sede Apostólica, juntamente con su opinión, lo que sugieran el Arzobispo y los Sufragáneos de la provincia (€) así como el presidente de la Conferencia Episcopal", además de oír a "algunos del colegio de consultores y del cabildo catedral y, si lo juzgare conveniente, pida en secreto y separadamente el parecer de algunos de uno y otro clero, y también de laicos que destaquen por su sabiduría".

Distintas fuentes señalan la importancia que el Vaticano otorga a que dichas propuestas cuenten con el visto bueno de los cardenales españoles, con las complicaciones que conlleva entre unos purpurados de trayectoria e intereses dispares. De hecho, la Santa Sede puede mandar de vuelta a España la terna enviada por el nuncio, con la solicitud de que vuelva a presentar otra.

A partir de ahí, la deliberación y la designación llegará desde Roma, que marca los siguientes criterios generales a los aspirantes:

  1. insigne por la firmeza de su fe, buenas costumbres, piedad, celo por las almas, sabiduría, prudencia y virtudes humanas, y dotado de las demás cualidades que le hacen apto para ejercer el oficio de que se trata;
  2. de buena fama;
  3. de al menos 35 años;
  4. ordenado de presbítero desde hace al menos cinco años;
  5. doctor o al menos licenciado en sagrada Escritura, teología o derecho canónico, por un instituto de estudios superiores aprobado por la Sede Apostólica, o al menos verdaderamente experto en esas disciplinas.

En el caso de la diócesis donostiarra, cinco son los nombres que en distintos momentos han salido a la palestra desde que se anunció la salida de Munilla. Uno de ellos es el del claretiano Fernando Prado Ayuso (Bilbao, 1969). Ordenado sacerdote por el obispo Uriarte en mayo de 2000 en la parroquia Mariaren Bihotza, el claretiano estuvo destinado en la capital guipuzcoana a finales de los 90 y la década siguiente. Periodista de formación, entre los libros que ha publicado se encuentra un libro entrevista al actual papa, La fuerza de la vocación.

Otras opciones que han aparecido sobre la mesa en las últimas semanas van desde el actual obispo de Vitoria, el navarro Juan Carlos Elizalde, que también suena para Pamplona; o los jesuitas Juan José Etxeberria y Juan Miguel Arregui.

A día de hoy, la Santa Sede se enfrenta a una importante renovación de destacadas plazas, porque además de las tres sedes vacantes (Donostia, Menorca y Plasencia), otros nueve obispos han cumplido 75 años en 2021 y enfilan su retiro, entre los que se encuentran los arzobispos de Madrid, Barcelona, Valladolid, Pamplona y Santiago de Compostela.