No era tan habitual a principios de la década de los 30 del siglo pasado construir un edificio amplio y noble para crear una maternidad. En Donostia, la Caja de Ahorros Municipal y el Ayuntamiento impulsaron la creación de un edificio de piedra de sillería y mosaico, con grandes terrazas, en la cuesta de Aldakonea. Costó 500.000 pesetas y la construcción estuvo dirigida por el arquitecto municipal Ramón Cortázar.

El edificio sigue en pie y acoge, actualmente, el centro Nazaret de Kutxa. En sus orígenes, sin embargo, vio nacer a miles de donostiarras entre los años 1933 y 1953. Tras diez años de duro trabajo, el enfermero e investigador Manuel Solórzano acaba de publicar un libro en el que describe el papel que tuvo en la ciudad la maternidad municipal durante esos 20 años, a la que se sumaron, también, las instalaciones de Ategorrieta en Villa San José algo más adelante. Fueron las dos maternidades más importantes de la ciudad hasta la del actual Hospital Universitario de Donostia y vieron nacer a varias generaciones de donostiarras.

Autor de más de una docena de libros sobre el ejercicio y las instalaciones sanitarias de Donostia y Gipuzkoa y centrado, específicamente, en el trabajo de los y las profesionales de la enfermería, Solórzano apunta que, aunque es parte y testigo de la evolución de la ciudad, el sanitario es un ámbito poco estudiado. Por eso sus investigaciones parten, en su mayoría, de conversaciones y contactos con veteranas profesionales que relatan su trabajo cotidiano en una clínica y en otra y aportan, además de testimonios detallados, fotografías y documentos que engordan el archivo de Solórzano e ilustran sus publicaciones. Es un trabajo minucioso y largo, confiesa, pero también enriquecedor, y sus charlas con unas y con otras le abren nuevos contactos y nuevos testimonios que no se cansa de recopilar.

Acaba de publicar el libro sobre las maternidades, pero trabaja ya en otro sobre las clínicas que ha acogido la ciudad en los últimos más de 100 años. “Más de diez”, confiesa, muchas de ellas pioneras. Eran clínicas privadas de las que no hay mucha información y que respondían, en parte, a la clase adinerada que residía o veraneaba en la ciudad y que han ido cerrando sus puertas, entre otras cuestiones, por el “alto nivel de la sanidad pública”.

200 partos el primer año

Respecto a las maternidades, la publicación, además de datos históricos y detalles sobre el funcionamiento de los dos centros, recoge también el testimonio directo de algunas de las matronas que trabajaron en ellos, como el de Carmen Martínez Valdés, que, entre otros, atendió el parto de Juan Mari Arzak.

Sus datos reflejan que el primer año de funcionamiento la maternidad municipal trató a 199 embarazadas que dieron a luz a 205 niños y realizaron 125 intervenciones ginecológicas y obstétricas.

La gran mayoría de ellas eran personas sin muchos recursos (generalmente de los partos se atendían en casa), aunque una de las condiciones del centro era que la madre se quedara con la criatura y no la abandonara tras el parto. También se atendían los alumbramientos con complicaciones. Así, había habitaciones comunes pero también algunas individuales para pacientes “distinguidas”.

Tras los primeros años en funcionamiento, bombardearon el edificio durante la Guerra Civil y la maternidad se trasladó a la villa San José de Ategorrieta. Existía un proyecto para convertirla en clínica que, sin embargo, no cuajó hasta años después. El permiso llegó en 1945 y esta maternidad se inauguró dos años más tarde.

La maternidad municipal de Aldakonea cerró en 1953 y la de Ategorrieta se transformó en los años 60 en la residencia San José, dependiente de la Seguridad Social primero y de la Diputación de Gipuzkoa después. Desde 2009 el edificio, completamente transformado, es sede del servicio foral Uliazpi.

Los tiempos han cambiado desde entonces y los partos también, reconoce Solórzano, pero asegura que tras escuchar los testimonios de algunas de aquellas profesionales, el buen trato a las pacientes no ha cambiado tanto. “Los datos de mortalidad estaban por debajo de la media en Donostia y la atención era muy buena”, apunta el investigador.