El nuevo largometraje de Agustín Díaz Yanes, Un fantasma en la batalla, es un thriller ambientado entre los años 90 y los 2000. Inspirada en hechos reales, la película revive la operación encubierta más ambiciosa contra ETA, una misión que marcó un antes y un después en la lucha antiterrorista. Protagonizada por la actriz alavesa Susana Abaitua, sigue a Amaia, una joven guardia civil infiltrada durante más de una década en el corazón de la organización. Su objetivo: localizar los zulos de armas ocultos en Francia.

Pero esa doble vida, bajo la identidad de una profesora vasca simpatizante de ETA, la empuja a un abismo emocional donde la frontera entre verdad y mentira se desdibuja. Mientras España hierve de tensión política y social, Amaia lucha por mantener su tapadera y su cordura, sabiendo que cada paso puede ser el último

¿Qué fue lo primero que le atrapó de esta historia para decidir llevarla al cine?

-Lo que me atrapó fue que era un tema muy interesante para escribir, pero, sobre todo, muy interesante para estudiar antes de escribir. Para leer, investigar, documentarte. Es uno de esos guiones que te obligan a profundizar. Porque cuando abordas algo como la lucha antiterrorista o el terrorismo, se abre un universo que te da mucho material para leer y explorar. Y eso me encanta. Siempre prefiero que un guion me obligue a informarme, a sumergirme en el tema, y no tener que inventármelo todo. 

¿Cómo se documentó para construir el personaje de Amaia y de los demás agentes encubiertos? 

-Te advierto que, en España, es muy difícil documentarse sobre agentes encubiertos. Apenas hay información pública. Lo poco que se sabe es que existieron, que algunos estaban infiltrados, por ejemplo, en la Guardia Civil, pero no te dicen quiénes fueron ni qué hicieron. Y es lógico: si algún día tienen que volver a infiltrarse en otra organización, no pueden revelar sus métodos. Así que la documentación directa es casi imposible. En ese sentido, te nutres más de la literatura de espionaje, John le Carré y otros autores, que sí describen muy bien ese mundo. Después, claro, entra en juego la imaginación. Lo complicado no es tanto escribirlo, sino lograr que el espectador se lo crea. Porque al final estás hablando de personas que viven una doble vida, que están aisladas de su familia, que saben que, si los descubren, los matan. Ese nivel de tensión y soledad es muy fuerte. A mí siempre me ha gustado mucho la novela de espías.

Susana Abaitua lleva sobre sus hombros un papel muy exigente. ¿Qué buscaba en ella?

-Buscaba una actriz con un rostro potente en primer plano, y ella lo tiene, pero, sobre todo, quería a alguien que actuara desde dentro, no desde fuera. Me interesaba una interpretación contenida, en la que los silencios tuvieran más peso que las palabras, y donde todo se expresara desde lo interior. Decirlo es fácil, hacerlo no tanto… Y ella lo hace de forma brillante. Desde el principio nos entendimos muy bien. Se preparó el personaje a fondo, llegó con el trabajo muy hecho y se notaba. Si en el guion el personaje funcionaba, ella lo elevó en pantalla. Verla trabajar era, sencillamente, un espectáculo.  

Tiene fama de escribir pensando en la cámara. ¿El guion sufrió muchos cambios durante el rodaje?

-Siempre acaba sufriendo cambios, aunque no a nivel estructural. La estructura en sí casi nunca la modifico, pero sí retoco algunos diálogos. Yo, hasta que no llegamos a las localizaciones, no empiezo a hacer cambios importantes. Es en ese momento, ya rodando sobre el terreno, cuando empiezas a ver que sobran frases, que el escenario sugiere otras cosas… Ahí es cuando más ajusto. 

¿Hubo alguna escena del rodaje que le impactara especialmente al verla materializada en pantalla?

-Más que el propio rodaje, lo que más me impactó fueron algunas de las imágenes que tuvimos que seleccionar, como las relacionadas con el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Especialmente todo lo que rodeó a las manifestaciones, a ese momento colectivo tan potente. También me marcó mucho cuando fuimos a rodar a Mondragón y entramos en la nave donde Ortega Lara estuvo retenido más de 500 días. 

Susana Abaitua interpreta a Amaia en la película. Netflix

¿Qué fue lo más complejo de sacar adelante en esta producción? 

-Para mí, lo más complejo fue que teníamos 72 localizaciones. Eso nos obligaba a desplazarnos constantemente, a veces de forma casi enloquecida, rodábamos mucho en Francia. Aunque estábamos basados en Donostia. Pero, salvo por eso, todo lo demás fue muy bien. 

Una de las productoras de la película, Belén Atienza, le pidió que la historia fuese “algo más que un thriller”. ¿Qué fue lo más difícil a la hora de equilibrar la tensión narrativa con la dimensión humana de los personajes?

-Creo que lo que más me asustaba, y también lo que más nos costó al principio, eran los personajes: su humanidad o su falta de ella. Nos preocupaba cómo iban a encajar en un escenario tan realista. Pero cuando llegaron las actrices y los actores, esa preocupación se fue disipando. Aun así, los personajes siempre son lo que más conflicto genera a la hora de escribir un guion, la verdad. 

PERSONAL

Carrera profesional. Agustín Díaz Yanes (Madrid, 1950) es licenciado en Historia por la Universidad Complutense, además de director de cine, guionista y novelista. Trabajó como profesor, traductor y crítico literario antes de dedicarse plenamente al cine. Su debut como director llegó en 1995 con Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, película que le valió el Goya al Mejor Guion Original, el Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Donostia y el Premio Revelación en las Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos. En 2001 dirigió Sin noticias de Dios y en 2006 llevó a la gran pantalla Alatriste. Posteriormente estrenó Sólo quiero caminar (2008) y Oro (2017). En 2012 publicó la novela Simpatía por el diablo, un thriller con trasfondo político y mirada crítica sobre la sociedad contemporánea. 

ETA es una herida aún cercana. ¿Sintió vértigo a la hora de tratar un tema tan delicado? Sobre todo porque además de en salas de cine se ha estrenado ya en Netflix y, por tanto, está llegando a un público global.

-Lo primero que me dijeron mis productoras, Belén (Atienza) y Sandra (Hermida) fue que, al estar en Netflix, teníamos que hacer una película que pudiera entender tanto un noruego como una brasileña. Así que, desde el principio, el objetivo fue hacer una historia con un lenguaje universal. Ahora bien, cuando entras en la cuestión de ETA, inevitablemente surge cierto pudor. Porque todavía hay muchas personas con familiares que fueron asesinados, y eso impone respeto. Es un tema delicado, especialmente para quienes somos de una generación que vivió muy de cerca aquellos años. Para la gente más joven, no lo sé, quizás lo perciban de otra manera. Pero, en cualquier caso, no es lo mismo abordar una historia sobre ETA que hacer un thriller policíaco al uso, con atracadores, por ejemplo. Es otra dimensión, mucho más compleja.

Agustín Díaz Yanes ha dirigido 'Un fantasma en la batalla'. Netflix

El director de cine, y también productor de esta película, José Antonio Bayona, dice que usted es “testigo de excepción de la historia reciente”. ¿Se siente también un cronista de lo que hemos vivido?

-No, no, lo que pasa es que Jota me quiere mucho. ¿Sabes qué ocurre? Que Jota es muy joven, y yo soy bastante mayor. Entonces, cuando te preguntan por cosas que has vivido, claro… Yo he vivido muchas. No me considero ni un cronista ni un espectador: simplemente soy alguien que ha vivido muchas de estas cosas y que disfruta contándolas. Nada más.