En Asesinato en la Casa Rosa, la donostiarra Arantza Portabales vuelve al pueblo gallego en el que veraneaba de niña y crea una trama entre rumores, viejas rencillas y secretos que crece al ritmo de un lugar en el que la intimidad no existe y el silencio nunca es inocente.

Ha escrito una novela que se desarrolla en un entorno rural, Asesinato en La Casa Rosa. ¿En qué se diferencia de sus anteriores obras con ambientación urbana?

Loeiro es Loira, el pueblo de mi madre donde yo veraneaba hasta los 13 años. Nosotros vivíamos en Donostia e íbamos a Galicia a veranear, por eso la implicación sentimental es muy grande. Pero hay una frase que se dice y no es mía, aunque es casi un refrán ya: “Pueblo pequeño, infierno grande”. Esto ayuda muchísimo a crear ambiente de tensión y a que todo se magnifique. En los pueblos pequeños no es que solo te encuentres al ex, sino que todo el mundo sabe que tu ex era tu ex antes que tú (risas). En ellos pasa algo terrible y es que todo el mundo lo sabe todo. Aunque hay algo peor, cuando no lo saben se lo inventan. 

Portada de 'Asesinato en la Casa Rosa'.

Portada de 'Asesinato en la Casa Rosa'. Cedida

No solo vivió en Donostia, sino que también nació allí. ¿Ve a Euskadi como un escenario posible para alguno de sus casos?

Nací en Euskadi y cuando me fui con 13 años para mí fue muy doloroso dejarla. Estaba en plena adolescencia, en la época de mi vida en la que ya estaba empezando a ser más feliz. Una vez me preguntaron por qué no ambientaba en Donostia o en Euskadi nada, y yo decía que para mí Euskadi seguía siendo doloroso, porque me recordaba todo lo que podía ser y no fue. Creo que lo voy a vencer y que en el siguiente crimen de Loeiro habrá algún personaje vasco.

Hablando de personajes, Iria Santaclara rompe el estereotipo de la detective fría e inquebrantable. ¿Era su intención al crearla?

Nunca pienso en eso, pero sí me gusta hacer personajes complejos, no moralmente ejemplares, reales. Iria Santaclara pasa muchas veces por encima de sus ideales y convicciones como consecuencia del momento vital en el que se encuentra. Descubre que tiene un precio, que todos lo tenemos, aunque digamos que no. En la práctica de la vida real, al final, siempre hay algo que queremos más que nuestra dignidad.

Otro de los protagonistas es César Araújo, un jubilado con alma de sabueso. ¿Cree que el retiro hace mejores a los inspectores porque ya no tienen que rendir cuentas ante el sistema?

El retiro hace mejores a los que son buenos y sigue haciendo estúpidos a los que lo son. El tándem Araújo-Santaclara me gusta porque estamos en un momento en el que parece que tendemos a despreciar la voz de la experiencia, aunque no voy a decir que es más importante que la del conocimiento. También me parece brutal el respeto, incluso las relaciones de amor solo funcionan si tienen una base de respeto y admiración.

En cuanto a relaciones, Ulises Villamor y sus hijos son el retrato de una familia que, a pesar de ser poderosa, es disfuncional, porque está llena de tensiones generacionales y de clase...

Esta novela habla mucho de cómo hay gente que se cree que el dinero lo compra todo, incluida la verdad. Ulises Villamor llama a Iria Santaclara y le pide que investigue una verdad que él necesita saber. Esta gente se cree que habla del poder, pero habla de lo que se puede llegar a hacer por el poder. 

¿Qué lugar ocupan la moral y la legalidad en este mundo donde los poderosos pueden comprar casi todo? Incluso una investigación como en la novela...

Una investigación, el enfoque que los medios hacen de la misma, la cobertura mediática... E incluso, es verdad que la justicia no es en absoluto igual para todo el mundo. Aunque este libro tiene muchas visiones de ella, porque la justicia de cuando uno llega a casa y se mira al espejo también existe, y de esa no se escapa nadie.

Pese a su trama de suspense, hay personajes secundarios, como Sinda, la Gestapo, que aportan un tono más costumbrista. ¿Qué papel juega el humor para usted?

El humor a mí me ha salvado siempre, necesito hacerlo en los momentos más tristes. Soy de las que se ríe en los entierros (risas) y hace bromas negras, me salva. Ese personaje me encanta, porque pone en valor algo que es la sinceridad. Absolutamente nadie reconoce que le interesa la vida de los demás, pero a todo el mundo le interesa. Sin embargo, hice un personaje amable, porque yo creo que hay que saber distinguir entre que a uno le interese lo que está pasando afuera y el juzgar lo que hace la gente. Yo siempre digo que tengo una amiga cuyo propósito de año nuevo es no juzgar a nadie y me parece mucho más loable que ir al gimnasio, la verdad.

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Hablando de gente que finge ser lo que no es, ¿cree que el mal en la novela moderna es más creíble cuando se oculta bajo la apariencia de lo cotidiano?

El mal en la novela moderna está muy lejos de ser tan terrible como el mal en la vida real. Y punto, no hay más descripción.

Su anterior saga, Inspectores Abad y Barroso, fue un éxito. ¿Siente presión por repetirlo con esta nueva novela?

Si hubiera sentido presión, hubiera hecho el cuarto libro de Abad y Barroso, que era el contrato que tenía firmado. Cuando iba por la meta me di cuenta de que la novela no era mejor que la anterior y, sobre todo, que yo no me lo estaba pasando bien. A mí esto me coge mayor, hablé con las editoriales y no les sentó bien, pero no les queda otra. Cuando la leyeron dijeron: “Gracias Arantza por haber cambiado de escenario y creado personajes nuevos tan increíbles”. Hay que saber parar, tenía que haber sacado el libro el año pasado. No lo saqué y no se cae el mundo. No hay que escribir lo que la gente espera que tú escribas, sino la historia que tú necesitas contar de la mejor manera posible. Así que no, no cedí a la presión.