Miguelín, Miguelín el cashero… ¿Quién no ha tarareado y bailado alguna vez el famoso y pegadizo tema de los gasteiztarras Potato? ¿Y quién no se ha preguntado si ese tipo sencillo, campesino y nada pendenciero existió realmente, está inspirado en alguien o es solo una invención del autor de la letra? Se lo preguntamos a este, Pedro Aianai Espinosa, quien nos revela que la canción está ligerísimamente basada en un amigo suyo, un tendero que dispensaba sus hortalizas y frutas en las inmediaciones de la madrileña plaza del Cascorro “como si estuviera en permanente estado de tripi”, y al que Pedro conoció durante su etapa de estudiante en la capital del reino. Pese a lo cual, añade, son varios los desconocidos que a lo largo de su vida se le han acercado para agradecerle que les hubiera dedicado la canción (a aquel Miguelín original de Lavapiés, por su parte, Ramocín también le dedicó otro tema: Cómete una paraguaya).
La prosa garbancera
Las canciones se encienden a veces en la mente de sus autores de maneras peregrinas: a partir de casualidades, alentadas por chispas que prenden residuos de la memoria, en noches de insomnio (fue el caso de Miguelín el cashero, como veremos más adelante)...
Un gran insomne es, por cierto, El Drogas, el que fuera bajista y cantante de Barricada, grupo con el cual a lo largo de su carrera Potato compartió cartel y escenario en más de una ocasión. El Drogas, ya en su carrera en solitario, escribiría muchos años más tarde una canción titulada Soy el oso, que parte de un relato de Julio Ramón Ribeyro, al que descubrió de manera casual durante una de sus caminatas, al toparse en un puesto callejero una colección de cuentos del escritor peruano que le llamó la atención y en la que se incluía Fénix, la impactante historia de un circo, narrada desde la perspectiva de seis narradores.
Ribeyro es uno de los grandes escritores peruanos, no quizás tan conocido como César Vallejo, Alfredo Bryce Echenique o Mario Vargas Llosa, con quien Ribeyro mantuvo una larga amistad que acabaría deteriorándose y distanciándolos (lo mismo le sucedería al Premio Nobel con tantos otros, como Gabriel García Márquez, a quien propinó un puñetazo tan célebre como casi cómico, de tebeo; de hecho, García Márquez estuvo aplicándose para sanar el hematoma chuletones crudos en el ojo averiado). Vargas Llosa, por lo demás, no solo acostumbró a ajustar cuentas con sus contemporáneos, sino que también se despachó a gusto ejerciendo como crítico literario con autores que lo precedieron, como Benito Pérez Galdós, a quien dedicó un libro, La mirada quieta, en el que si bien ensalza al tímido autor canario (aunque al parecer, el autor de Fortunata y Jacinta no se mostraba nada tímido en las fogosas cartas que escribía a Emilia Pardo Bazán, con quien mantuvo un apasionado romance), también le reprocha alguno de los defectos que ya décadas atrás hizo célebres Ramón María del Valle-Inclán, quien en Luces de Bohemia se refirió a Galdós como “Don Benito, el garbancero”, acuñando la famosa y despectiva expresión “prosa garbancera”.
Un cura trabucaire
Es bien sabido que Valle-Inclán (y después de este paréntesis literario vamos volviendo poco a poco al terreno musical) sintió una fuerte atracción estética, más que ideológica, hacia el carlismo, que se refleja en obras como Sonata de invierno o la trilogía La guerra carlista, la última de cuyas novelas, Gerifaltes de antaño, cuenta la historia del trabucaire, temerario y fanático cura Santa Cruz, quien tras realizar todo tipo de escabechinas al mando de una sanguinaria partida de guerrilleros carlistas obtuvo el perdón de la pena de muerte a la que fue condenado y la absolución del mismísimo Papa de Roma (es lo que tiene ser católico) y pasó sus últimos años de vida como misionero jesuita, primero en Jamaica (a donde, para variar, se querían pirar los de Potato) y más tarde en Colombia, donde murió tras cuarenta años de abnegada entrega a la enseñanza, y donde no consta que fusilara a ninguno de sus alumnos.
Al cura Santa Cruz le dedicó una canción el grupo de folk radikal vasco Bizardunak: Santacruz apaizaren kondaira. Los navarros han vuelto por sus fueros −nunca mejor dicho− recientemente a los escenarios, con un ímpetu juvenil y rabioso, alentados por el espíritu rebelde y festivo de Shane MacGowan, cantante de The Pogues, la principal referencia del grupo. The Pogues, por cierto, tocaron en el Teatro Gayarre de Iruña, en el año 1991, en un concierto en el que, dicen los que se acuerdan de algo, rodaron las botellas por el patio de unas, aquel día, sufridas butacas.
James Bond a ritmo reggae
Y The Pogues, por supuesto, compartieron cartel en diversas ocasiones con grupos de ska y música jamaicana, como UB40. El diario El País, por ejemplo, publicó la crítica de un concierto de ambos grupos durante las fiestas de San Isidro de 1989, acompañados por unos teloneros de urgencia llamados Death Paquirri y los Pantojas, en la que, además de señalar algunos despropósitos de la organización (como cachear celosamente en la entrada a los asistentes al concierto en busca de botellas u otros objetos arrojadizos y encontrar una vez dentro del recinto un suelo cuajado de piedras del tamaño de un puño o barras de bar en las que se dispensaba la cerveza en latas), se describe la actuación del cantante irlandés en estos términos: “Shane MacGowan, cantante del grupo, no tomó en ningún momento las riendas de la actuación, desentendiéndose de cualquier responsabilidad vocal, seguramente por encontrarse bajo los efectos de una aparente sobrecarga etílica. Entre este desbarajuste escénico, y un sonido infernal, discurrió el decepcionante directo de una banda que tenía fama de hacer de sus canciones pequeñas fiestas”.
En lo que respecta a UB40, seguramente interpretaron en ese concierto alguna de las versiones de los clásicos de reggae jamaicanos que acostumbraban a incluir en su repetorio, como Sweet Sensation, un tema original de Byron Lee & The Dragonaires, grupo que fue una institución de la música caribeña y que se popularizó internacionalmente al interpretar en Dr. No, la primera de las películas de la saga de James Bond, la banda del hotel en la que se alojaba el Agente 007.
Pues bien, hablando de versiones, Byron Lee & The Dragonaires versionaron a su vez un tema del cantante jamaicano Eric Monty Morris titulado Sammy Dead, que si lo escuchan les resultara tremendamente familiar, pues −volviendo al inicio de este artículo y a nuestra conversación con el miembro fundador de Potato, Pedro Espinosa−, como nos hace saber este, Miguelín el cashero no es sino otra versión de la susodicha Sammy Dead, cuya letra (“¿Te acuerdas de Miguel? Se enrollaba muy bien…”) prendió en su “drogada mente” tras escuchar dicho tema (el original de Eric Monty Morris) una noche en blanco de 1984.