La Unión Europea (UE) precisa activar sus estructuras y su capacidad de adoptar decisiones estratégicas que le permitan acomodarse al nuevo ciclo geoestratégico en ciernes, con implicaciones políticas y económicas que le afectan muy directamente. Para Europa es preciso definir una estrategia clara y compartida sobre su flanco sur en materia de estabilidad de un Oriente Próximo en guerra y el temor a su extensión, pero también de inmigración, cuyos flujos pueden verse incrementados también por estos conflictos. Igualmente, la persistente crisis de su frontera oriental se agrava con la internacionalización de la guerra en Ucrania y Rusia. Y, a este marco, se suma la inminente llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, con un equipo en el que priman los perfiles más duros de la ideología ultraconservadora, con la consiguiente afectación a las relaciones transatlánticas en materia comercial y de defensa. Solo con esta perspectiva geopolítica –a la que deben añadirse como mínimo las perspectivas climática, demográfica, tecnológica e industrial sobre las que deben cimentarse las próximas décadas del desarrollo europeo– ya demandan una iniciativa que no se está dando. Las tradicionales locomotoras de París y Berlín están inmersas en sus propias crisis políticas, con un liderazgo cuestionado de Macron que no ha sido reforzado por las urnas y una perspectiva electoral en Alemania en febrero, amenazada por el crecimiento de la ultraderecha y una ruptura de la coalición gobernante que parece apelar, una vez más, a una difícil reedición de la grosse koalition de democristianos y socialdemócratas. La alternativa al compás de espera que implica esta situación debería ser una acción coordinada y firme de las instituciones comunes, pero, en ellas, las prioridades partidistas –el Partido Popular Europeo cede a las pretensiones del español y retrasa en la Eurocámara, si acaso simbólicamente, la ratificación de los comisarios pactados en el Consejo para beneficiar la campaña de desgaste del Gobierno español cuestionando a su vicepresidenta y candidata Teresa Ribera– están dilatando la configuración del nuevo Ejecutivo de la Comisión. No es buen augurio esta política mezquina y cortoplacista para afrontar con las necesarias firmeza y proactividad el horizonte de inestabilidad que se avecina.
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