La actualidad política española ha entrado en una inercia estéril en la que la dialéctica sustituye la función principal de los partidos en democracia: canalizar los debates para la resolución de las necesidades ciudadanas. La sucesión de procesos deja la estabilidad dependiente de los juzgados, suplanta a la actividad política. Sumar y el liderazgo de la vicepresidenta Yolanda Díaz están azotados por el escándalo de la denuncia contra Íñigo Errejón por agresión sexual; el juez que investiga a Begoña Gómez sigue ampliando la causa general contra la esposa del presidente del Gobierno; la pareja de Isabel Díaz Ayuso vuelve a ver activada la instrucción por fraude fiscal; el propio Sánchez se ve salpicado por informaciones, hasta el momento circunstanciales, en el denominado caso Koldo; varios alcaldes del PP se encuentran denunciados por presunto acoso sexual...
Todo ello compone un panorama de actualidad en el que los parámetros de la gestión de lo público se han vuelto secundarios frente a un escaparate mediático que roza, cuando no abraza, el espectáculo sensacionalista. Este estado de cosas permite una oposición sin propuestas, amparada por la inercia de los titulares, que sustituyen el rigor de las garantías procesales por producto de ocio de la opinión pública.
Para desactivar esta estrategia, de la que Alberto Núñez-Feijóo se ha convertido en desatado adalid, Pedro Sánchez pretende aprovechar a su vez la inercia de los datos económicos positivos que intenta asentar en el imaginario colectivo. En ambos casos, las estrategias enfrentadas tienden a agotarse –y sobre todo a generar agotamiento en el resto del panorama político–, pero la del presidente del Gobierno corre más riesgo de desgaste porque depende de datos objetivos. Y, mientras, el ciclo económico que debe servir para consolidar un modelo de crecimiento pospandemia capaz de proyectar en la próxima década la estabilidad del bienestar colectivo corre el riesgo de tocar a su fin durante una legislatura de escasa agenda transformadora. Otra ventaja para la oposición de puro desgaste y construcción de malestar social, que dilapida a su vez la oportunidad de reconducirse a la política proactiva. El espectáculo, dentro y fuera de los juzgados, no es sostenible y tendrá que agotarse. Pero, ¿cuántas oportunidades pueden perderse para entonces?