Una semana después del asalto protagonizado por miles de bolsonaristas al Congreso, el palacio presidencial y el Tribunal Supremo de Brasil, las informaciones que se van conociendo apuntan de manera clara a que, como se sospechaba, el ataque no tuvo nada de espontáneo y, por el contrario, estuvo diseñado, dirigido, impulsado y ejecutado por el entorno del expresidente Jair Bolsonaro, sin que sea en absoluto descartable la implicación directa del propio líder ultraderechista, con el objetivo de dar un golpe de estado contra el gobierno del recién nombrado Luiz Inácio Lula da Silva. Las investigaciones que se están llevando a cabo indican un grave intento de subvertir el orden constitucional deslegitimando la voluntad popular expresada en las urnas para imponer un gobierno de corte ultraderechista de manera manifiestamente ilegal. De momento, el Tribunal Supremo ha decidido investigar al propio Jair Bolsonaro por su posible intervención, participación, complicidad o connivencia con este golpe de estado. Asimismo, el que fuera su ministro de Justicia y director de Seguridad Pública en el momento en el que tuvo lugar el asalto, Anderson Torres, aunque estaba de vacaciones en Florida, está detenido también por su vinculación con los hechos. La implicación de Torres parece fuera de toda duda, habida cuenta de que, además, recibió un informe de los servicios de inteligencia brasileños dos días antes del asalto en el que se advertía de las intenciones bolsonaristas e incluso se le acusa de tener ya redactado un decreto para anular la victoria electoral de Lula. Todo apunta, por tanto, a que la firme determinación de subvertir la democracia en Brasil no comenzó con el asalto a las instituciones, sino que se diseñó prácticamente desde que se conocieron los resultados electorales que certificaban la derrota de Bolsonaro. La tensión política y social en Brasil es máxima. También la preocupación, dentro y fuera del país, por el futuro y por la fuerza que pueda tener el bolsonarismo para imponer su antidemocrática voluntad. El peligro de la ultraderecha y del populismo es cada vez más visible y más preocupante, porque demuestra que tiene voluntad, medios y respaldos muy poderosos para implantarse cueste lo que cueste. De ahí que la comunidad internacional no puede dejar solo a Brasil en la defensa de la democracia y la libertad.