La política británica lleva varios años deslizándose peligrosamente por una pendiente de descrédito, populismo, patrioterismo impregado de nostalgia del viejo imperio y, sobre todo, mucho desconcierto, ineptitud e incapacidad en sus principales dirigentes, fundamentalmente del Partido Conservador, aunque afecta también a los laboristas. La dimisión el pasado jueves de la primera ministra Liz Truss tras permanecer apenas 45 días en el cargo es la punta del iceberg hacia el que parece navegar –y con riesgo de choque y hundimiento– el Reino Unido. La situación es especialmente grave porque este lamentable espectáculo tiene lugar en medio de una extraordinaria crisis económica y con una guerra en el corazón de Europa. Es obvio que el recorrido del brexit, desde su mismo planteamiento hasta el desenlace de la salida de la Unión Europea de la que el Reino Unido fue fundador, incluyendo las negociaciones –que continúan sin resolverse– sobre algunos aspectos importantes, pasando por el referéndum celebrado tras una campaña en la que estuvieron muy presentes la manipulación y la mentira, es un aspecto clave en el actual caos. Los efectos del abandono de la UE han sido demoledores para el país cuando se han cumplido poco más de dos años y medio de su materialización. La caída del PIB y de la inversión, la inflación y la crisis energética están golpeando duramente a amplios sectores de la sociedad británica, que pasaba por ser una de las economías más potentes del mundo. Puede decirse que el brexit se ha llevado por delante a cuatro primeros ministros: David Cameron, Theresa May, Boris Johnson y, ahora, Liz Truss, los tres últimos forzados por su inoperancia y la falta de apoyo de su partido. La posibilidad del regreso de Johnson, aunque parece escasamente viable, es aterradora. La dimisión de Truss está motivada por el estrepitoso fracaso de su política fiscal de corte neoliberal radical al intentar imponer viejas recetas thatcherianas inviables en el siglo XXI mediante una bajada generalizada de impuestos, muy similar, por cierto, a la que una y otra vez plantea el PP en el Estado español. Pero este descalabro va mucho más allá e implica a todo el partido tory, inmerso en una profunda crisis de identidad, sin que los laboristas, también en aprietos, parezcan de momento en situación de tomar la alternativa tras doce años fuera del poder.