Los titulares incidían ayer en el hecho de que los precios de la electricidad en el mercado libre triplicaban los del año anterior en el Estado a pesar de las medidas de contención aplicadas por el Ejecutivo español. Medidas paliativas que han tenido su efecto limitado por la profundidad de la dependencia energética y el calado de la crisis de suministro que se anticipa para el otoño. La energía, tanto la eléctrica como los hidrocarburos, está en la base del incremento de la inflación, para la que también se articulan medidas paliativas que se prevé prorrogar en los próximos meses. Pero las diversas fórmulas de subvención con las que el Gobierno español trata de contener el impacto de los precios de la energía y de la cesta de la compra sobre el bolsillo de la ciudadanía es insuficiente aunque no deje de ser loable y necesaria. En tanto no se acometan las medidas estructurales precisas, el círculo vicioso de coste energético e inflación no se romperá. A él se añaden las perspectivas de conflictividad laboral motivada por la demanda de subidas salariales alineadas con un IPC desbocado. El panorama conjunto dibuja un escenario en el que la espiral redundaría en pérdida de competitividad y, tras ella, de empleo. Es complicado para cualquier gobierno, con las herramientas en su mano, incidir sobre los mercados libres de bienes de consumo y servicios que redundan en un alza de precios. Igualmente, con un factor constante e incisivo como el precio de la energía, las políticas industriales y tecnológicas también sufren para materializar proyectos por muy bien orientados que estos estén a crear valor, extenderlo en la sociedad y materializar en riqueza y empleo. Por todo ello, es momento de incidir con firmeza en estrategias que se orienten a crear condiciones estructurales menos dependientes. Iniciativas en el campo de las energías renovables, las únicas que propician soberanía energética no contaminante o peligrosa; mecanismos de corresponsabilidad en la sostenibilidad del tejido productivo que comprometan salarios y beneficios en un mismo objetivo de pervivencia y calidad. Lo peor que puede suceder a las economías europeas, a la española y a la vasca, es que caigan en un pulso de intereses sectoriales parciales que compiten entre sí y, tal y como acredita la experiencia, debilitan el empleo, la empresa, el consumo y la calidad de vida.