uando todavía resuenan los ecos de la última edición del Rally París-Dakar -que ni sale de París ni termina en Dakar, pero que cada comienzo de año nos llena de emoción al ver de nuevo a las bestias del desierto volar sobre las dunas-, y todavía se antoja lejano el comienzo de la primera prueba del Campeonato del Mundo de Motociclismo, los aficionados a las dos ruedas nos sentimos durante un tiempo huérfanos, también porque el desapacible invierno no invita precisamente a rodar en moto. Se impone, en cierto modo y contra nuestro deseo, un periodo de inactividad y hasta de reflexión.

Y es precisamente en este paréntesis cuando uno rememora tiempos pasados y experiencias de antaño. Aquellos años, a finales de los setenta, en los que las marcas de motocicletas españolas, casi siempre de dos tiempos -las Sanglas, de cuatro tiempos, las asociábamos a los beneméritos agentes de tráfico, con la carga negativa que atribuíamos a su presencia ante la probable multa-, nos trasladaban a recorridos a lomos de Montesas, Bultacos y Ossas de campo, con sus manillares anchos, ruedas de tacos y dos dedos de la mano izquierda sobre el embrague por si llegaba el temido gripaje. No era extraño entonces ver por nuestras carreteras motos de enduro, cross y hasta de trial, ejemplares que servían tanto para pequeños desplazamientos del pueblo a la ciudad y viceversa como para incursiones por el campo, en una época en la que las restricciones medioambientales eran muchos menores que las actuales y también es probable que se respetara más la naturaleza.

Los más legales -los ilegales usaban lo mismo sus modelos de cross en carretera que en campo- y ávidos de sensaciones fuertes se deleitaban subidos en las Montesa Enduro H6, Bultaco Frontera y Ossa Desert, todas motos de todoterreno (TT) matriculables; mientras que los más tranquilos y amantes de la naturaleza disfrutaban a los mandos de las motos de trial, también de esas tres marcas. Un servidor siente una incontenible nostalgia recordando pequeños paseos, caballitos, ascensiones y alguna que otra caída sobre Montesas Cota (247, 349 y 310) y con las azules Bultaco Sherpa 350. Todas me parecían maravillosas, fáciles de manejar, ligeras y tremendamente nobles. Es cierto que mi nivel era realmente bajo, pero el disfrute, enorme, porque siempre podías progresar, aprender cosas nuevas y experimentar.

Por aquel entonces seguía a través de la prensa especializada las pruebas nacionales e internacionales en las que participaban nuestros pilotos en unos años en los que ni de lejos podíamos aspirar a ser campeones del mundo; como mucho, a que nuestras motos sí lo lograran. Y fue en 1980 cuando el sueco Url Karlsson se coronó campeón del mundo de trial sobre una Montesa Cota 349. Ni en nuestros mejores sueños podríamos imaginar que años después surgiría una superestrella llamada Jordi Tarrés que sería capaz de ganar siete títulos mundiales.

Sin embargo, todos estos éxitos quedaron eclipsados por un hombre que se ha convertido en el dueño y señor de la especialidad, en el mejor piloto de trial de la historia, el auténtico mago del equilibrio, Toni Bou. Este catalán de 34 años (nació el 17 de octubre de 1986) lleva ganados desde 2007 todos los campeonatos del mundo de trial tanto en la modalidad de campo (TrialGP) como en la celebrada en estadios (indoor). Un total de 28 títulos mundiales, 185 victorias y 245 podios jalonan una trayectoria que, a día de hoy, se antoja insuperable. Siempre a los mandos de la Honda Montesa 4RT, la única moto de cuatro tiempos del Mundial, y de la mano del sobresaliente equipo Repsol, el piloto barcelonés nacido en Piera es el hombre a batir; y lo seguirá siendo tras renovar hasta 2024 con su escuadra.

Él se define como "una persona tranquila, aunque haya gente que no lo pueda creer; perfeccionista con el tema de la moto y, después, como un competidor muy agresivo y que lo da todo en la pista". Amante de la naturaleza -le encanta desconectar caminando- y de la bicicleta de montaña, fue dos veces campeón del mundo de Trialsin antes de pasarse a las motos, a las que le gustaría estar vinculado en el futuro porque le "encantaría seguir ayudando a pilotos jóvenes para que puedan lograr lo que yo he conseguido y disfrutado".

Este pasado año reconoce que ha sido duro por la pandemia, algo que se percibe en todo momento cuando falta el calor del público. Y es que la ausencia de aficionados deja, como en otros muchos deportes, sin un aliciente fundamental al trial; una modalidad que quizá en el futuro, si las motos de trial eléctricas -sin ruidos ni emisiones contaminantes- terminan cuajando, pueda conciliar el difícil matrimonio entre moto y respeto medioambiental.