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omienza el nuevo año con los típicos ingredientes de la climatología invernal. Bajas temperaturas, fuertes precipitaciones y este año destaca sobremanera la importante presencia de la nieve en las zonas montañosas.

La población, confinada y con la movilidad amputada, se ha lanzado en tromba a los montes, con sus potentes vehículos hasta el límite de la parcela, ocupando calzadas y cunetas, obstaculizando así el acceso y la movilidad de los paisanos y, de paso, dañando las praderas, escenario de los juegos familiares con el incansable subeybaja de los trineos de plástico.

Los hay de todo pero me sulfuran especialmente aquellos que suben al monte basándose en el erróneo principio, asumido por una inmensa mayoría, de que es de todos y por lo tanto, su disfrute, no así su cuidado y su trabajo, es libre, general y gratuito.

Arrancamos, por otra parte, el nuevo año con los mismos síntomas del año pasado. En euskera existe la expresión "zaharra berri", que viene a significar algo parecido a "de nuevo, lo mismo, lo viejo".

Pues bien, hace exactamente doce meses arrancamos el año calentito, sectorialmente hablando, con la gente del campo revuelta, con los tractores en la carretera, harta de sufrir por la inexistente rentabilidad de la actividad agropecuaria y por el ninguneo con el que son tratados por el resto de la sociedad.

Creo, personalmente, que cuando menos lograron concienciar al conjunto de la sociedad de la gravedad de sus problemas estructurales y los medios de comunicación hicieron que se provocase una tímida reacción de las autoridades gubernamentales que, incluso, despertó al durmiente ministro.

La pandemia y la prudencia de los dirigentes agrarios retiraron los tractores de las carreteras pero, tal y como recoge la minimalista expresión vasca, los viejos problemas vuelven a estar presentes y ni el frío reinante es capaz de congelar la rabia contenida de los productores que, impotentes, ven cómo la política de bajos precios de esta alimentación low cost sigue minándoles el bolsillo y la moral.

Mientras, los cambios legislativos introducidos en la cadena alimentaria mediante una ley de medidas urgentes necesitarán tiempo, puesto que ha sida publicada justo en víspera de Navidades y porque el conjunto de las medidas no serán efectivas hasta que, primero, se apruebe la Ley de Cadena Alimentaria en su integridad y, en segundo lugar, cuando los integrantes de la cadena asuman la imperiosa necesidad de dotar al sector productor de cierta rentabilidad para poder seguir al pide del cañón.

Hace unos pocos meses, los informativos nos mostraron unas penosas imágenes de agricultores arrojando varias toneladas de pepinos por sus bajos precios, mientras desalmados empresarios hortofrutícolas (españoles, al parecer) se afanan en introducir en el mercado español hortaliza producida en Marruecos por cuatro duros y reventar el mercado interno.

A la par, los olivareros claman por la ruina del olivar tradicional mientras otros olivareros, azuzados por fondos de inversión y empresas envasadoras, plantan miles de hectáreas de olivos súperintensivos con los que se incrementa exponencialmente la ya de por sí sobrante producción y se presiona a la baja los irrisorios precios. Y así suma y sigue en otros muchos subsectores productivos que conforman el sector primario.

Al mismo tiempo que escribo, me percato de que, una vez más, me va a quedar un alegato de lo más pesimista pero créame, estimado lector, que he observado la cuestión desde diferentes puntos de vista y analizado diferentes informes e informaciones sobre diferentes subsectores pero, lamentablemente, no he encontrado agarradero alguno para el optimismo.

No me gusta jugar al catastrofismo ni lanzar mensajes derrotistas que hundan aún más a los actuales profesionales y/o ahuyenten a los jóvenes que opten por la profesión pero, como le digo, no encuentro el ansiado agarradero.

El sector vacuno, tanto el de carne como el de leche, no vive su mejor momento.

Según un informe de Cooperativas Agroalimentarias de España, en el año 2020, y también en las previsiones a medio plazo que se contemplan, se vislumbran preocupantes cifras de rentabilidad negativa en el conjunto del sector vacuno de carne, bien sea en vaca nodriza, bien sea en cebo de hembras y machos.

Concluye que, en lo relativo al subsector del cebo, en la mayor parte de las granjas típicas analizadas los costes efectivos de producción son superiores a los precios de referencia del mercado. Finamente dicho, el cebo de terneros vende por debajo de costes de producción.

El sector vacuno de leche, por su parte, continúa con su política de precios abisales, es decir, precios bajo el umbral de la dignidad y de la rentabilidad con una media de 0,341 euros/kg, 0,340 del año 2019, lo que ha provocado que la producción se reduzca en un 0,4% con respecto al 2019 y con una bajada del 0,7% del censo de vacas. Paralelamente, se reduce en un 6% el número de ganaderos bajando de los 12.847 de diciembre de 2019 a 12.123 de noviembre de 2020.

Si redondeamos el relato ganadero con la notable subida de la alimentación animal, el pienso, para que me entiendan, comprenderá el letal impacto que tiene en la rentabilidad de estas explotaciones de vacuno que sufren en sus propias cuentas la estrategia del sandwich con unos costes al alza y unos precios de venta a la baja o en el mejor de los casos, congelados.

Nada nuevo. Lo que desconozco es si en esta tesitura de precios bajos, con la no rentabilidad a flor de piel y con unos precios percibidos por los productores por debajo de eso que yo califico como el umbral de la dignidad, existen ingredientes suficientes para, haciendo nuestro el lema "zaharra berri", volver a retomar lo dejado a primeros del 2020 y sacar, nuevamente, los tractores a las carreteras. ¡Veremos en qué acaba la historia!