hifus es el seguidor, y crítico, más fiel que tengo. Aunque desconozco su verdadera identidad, recibo sus críticas, a veces hasta más largas que mis propias filípicas, casi todas las semanas y, aunque la inmensa mayoría de sus comentarios son para criticarme, la verdad sea dicha, sin ser masoquista, agradezco el tono y el respeto de sus comentarios.

Habitualmente, más allá de Chifus, apenas recibo comentarios y/o reacciones sobre mis artículos y, qué quieren que les diga, no será por falta de empeño por mi parte en provocar con ciertos temas y debates que me interesan. No obstante, mi artículo sobre la apertura de Amazon en Oiartzun y las contradicciones de la izquierda abertzale ha soliviantado a los afectos a la causa y, sorprendentemente, he recibido algún epíteto que otro. No se preocupen, entra dentro del generoso sueldo que percibe este juntaletras.

Mi rechazo a Amazon no proviene de su identificación como multinacional malévola sino porque con su tendencia al monopolio de la distribución comercial puede, con el tiempo, si no ya, suponer la aniquilación de miles de pequeños y medianos establecimientos comerciales que dan vida a nuestros pueblos y nuestras calles.

El uso abusivo de Amazon, o plataformas similares, supone ir cerrando, una a una, las persianas de esos establecimientos que dan movimiento, luz y vida a nuestras ciudades, que tanto echábamos de menos y por los que tantas lágrimas de cocodrilo derramamos en el primer confinamiento total.

Ahora bien, más allá de la polémica con y entre partidos políticos al frente de las instituciones, todos, empezando por uno mismo, debemos tener bien claro que el futuro está en nuestras manos.

Al igual que insisto en la máxima de que cada vez que alargamos el brazo para hacer un acto de compra de alimentos, hacemos política alimentaria y agraria, no es menos cierto que cada vez que hacemos un clic en el comercio online, hacemos política comercial y, de paso, definimos el horizonte comercial y paisaje vital de nuestros pueblos y ciudades.

Al referirme a Amazon no quisiera pasar por alto la cuestión fiscal. La empresa matriz de la sonrisa malévola tributa en Luxemburgo para ahorrarse un pastón en impuestos en otros Estados con una carga impositiva más alta y son las filiales, en el caso de España, Amazon Spain Fulfillment, las que tributan aquí por una ínfima parte de lo que debieran.

Amazon, en este sentido, juega en la misma liga que otras grandes tecnológicas como Google, Apple y Facebook, que se refugian fiscalmente en Irlanda. Por ello, no debe extrañarnos que diferentes gobiernos europeos como el francés y el español quieran impulsar un traje fiscal a medida de estos monstruos tecnológicos a través de lo que se ha venido llamando tasa Google para así poder incrementar la recaudación.

Una vez más, cada uno de nosotros debemos ser conscientes de las consecuencias de nuestros propios actos porque, por poner un ejemplo, cada vez que clicamos en Amazon estamos, además de cerrando persianas de miles de comercios, achicando las arcas de nuestras instituciones y, consecuentemente, con los ojos empañados de lágrimas, reduciendo su capacidad inversora en sanidad, educación, infraestructuras, política social, política agroalimentaria, etc.

Por no hablar, y con esto acabo, de las consecuencias medioambientales de esos miles de vehículos que van distribuyendo a domicilio todo tipo de envíos, por muy diminutos y ridículos que nos parezcan, y de las no menos importantes consecuencias laborales, cuando menos, para las personas que se encargan de estas tareas de distribución que, lo digo por experiencia, veo cada vez más desamparados y vulnerables.

Aún así, la realidad es muy tozuda y, según un informe de la consultora Kantar Worldpanel, el sector del gran consumo, hasta inicios del mes de octubre, ha crecido un 13,7% en valor, con un consumidor que visita menos las tiendas, cayendo un 3,2% la frecuencia de compra, pero cargando sus cestas hasta un 14,6% más. Justo al contrario de lo que venía ocurriendo hasta hace unos meses, con compras pequeñas pero muy frecuentes.

Eso sí, el consumidor es muy diverso y, como se diría, le da a todos los palos, pero destacan dos estilos de compra más bien propios de una identidad bipolar del consumidor. Por un lado, la proximidad física y cercanía de los super regionales, y, por el otro, la practicidad y seguridad del comercio electrónico.

Este año 2020, las grandes cadenas de distribución sufren un pequeño retroceso. Por ejemplo, Mercadona retrocede un 0,8% aunque sigue manteniéndose en cabeza, con un 24,8% de cuota de mercado que para sí lo quisieran sus competidores, mientras las cadenas regionales refuerzan su peso en la cesta de la compra con un 14,5% de cuota (conjunta), subiendo un 0,7% con respecto a 2019.

Por otra parte, volviendo al carácter ciertamente bipolar del consumidor, conviene subrayar el notable crecimiento del comercio on line, con un incremento del gasto de casi un 60% respecto a 2019, que le supone alcanzar un 3,6% de cuota de mercado. El confinamiento y las restricciones a la movilidad le han dado el último empujón al comercio online, logrando afianzarse como un hábito de compra, incluso entre nosotros, los mayores de 50 años.

El consumidor ha y hemos perdido miedo al comercio electrónico. Por ello, todos nosotros, incluidos los pequeños comerciantes, agricultores y ganaderos, pymes agroalimentarias, etc. debemos ser conscientes de que ya no es posible afrontar el futuro dando la espalda al comercio electrónico. Corrijamos, ajustemos y modifiquemos lo malo. Aprovechemos y pongamos en valor lo que tenga de bueno.