D ecíamos ayer... Con esta frase con la que comenzaba sus clases en la Universidad de Salamanca, el escritor y teólogo Fray Luis de León se dirigió a sus alumnos tras permanecer cinco años encarcelado por la Inquisición y salir absuelto por falta de pruebas. Salvando las distancias del personaje y de la época, la frase puede servir de excusa para, tras dos meses de ausencia, volver a asomarme a este rincón del periódico, retomar el contacto con los lectores y tratar de aportar cada domingo algunas impresiones sobre la actualidad económica. Por eso, como Fray Luis de León, decíamos ayer...

Hace unos días, al comentar lo que ha ocurrido en estos dos meses, el ejecutivo de una empresa me advertía de lo convulso de la situación económica y la incertidumbre sobre el futuro de un cambio de tendencia y de recuperación. La verdad es que, desde mi retiro forzado, no me ha parecido ver durante este tiempo hechos relevantes que confirmasen aún más esa situación, salvo la sorpresiva fusión -¡por fin!- de las cajas vascas.

Sin embargo, ahondando un poco más, es cierto que el panorama no da para tener motivos de optimismo, a pesar de que hay sectores como el de automoción, máquina-herramienta,... que están teniendo un comportamiento positivo por la demanda del mercado exterior, y que la tasa de paro no acaba de concluir con su tendencia alcista.

Y en esta situación, me ha llamado la atención la forma con la que se ha cerrado una empresa como Ramón Vizcaino y como 400 trabajadores han ingresado en la lista de 153.000 parados vascos, sin que se haya expresado, al menos desde las instituciones públicas, algún motivo de preocupación ante la desaparición de una compañía que, reordenándola bien y fijando su nicho de valor añadido, podía tener futuro.

Sobre todo, cuando en el año 2000, desde el Departamento de Industria, dirigido en aquel entonces por Javier Retegui, se ideó todo un sistema de ingeniería jurídica y financiera con el Gobierno Vasco, la Diputación Foral de Gipuzkoa, la Tesorería de la Seguridad Social, la Agencia Tributaria y el Fogasa, para salvar la empresa, a través de convenios y de una ayuda financiera de 4,2 millones de euros.

Todo ese esfuerzo, en el que se tuvo que luchar denodadamente con los organismos estatales para evitar que las ayudas no fueran a otras empresas del Estado, parece que, a la luz de los acontecimientos, no solo no ha servido para nada, sino que ni tan siquiera ha valido para que los actuales gestores del Departamento de Industria hayan demostrado mayor capacidad imaginativa para salvar, al menos, lo realmente importante de Ramón Vizcaino, como es su conocimiento como ingeniería de instalaciones frigoríficas.

De la misma forma, es llamativo el silencio que mantiene el secretario general del PSE de Gipuzkoa y consejero de Transportes, Iñaki Arriola, sobre la fusión de las cajas, sobre todo cuando el proceso parece que poco tiene que ver con el modelo de Sistema Institucional de Protección (SIP) que preconizaban los socialistas por querer mantener a toda costa la marca y la personalidad de Caja Vital, cuando el camino parece que tiene como objetivo la creación de una caja vasca única que responda proporcionalmente a los intereses de cada territorio y dueña de un gran banco. Todavía no hemos visto aquellos folletos que repartió el PSE de Gipuzkoa en noviembre de 2008 para oponerse a la fusión de Kutxa y BBK, alegando que la caja vizcaina iba a absorber a la guipuzcoana.

Asimismo, la reciente colocación de 600 millones de euros de titulización de cédulas hipotecarias por parte de Kutxa en los mercados internacionales, a los que hay que sumar otros 700 millones hace cuatro meses, pone de relieve que, frente a lo que pretende el Banco de España, las cajas como modelo financiero no son un fracaso, sino, como todo en la vida, depende de sus gestores. Si en Alemania existen cajas de ahorros, algunas de ellas muy locales, ¿cuál es el motivo para que aquí se quiera hacer desaparecer estas entidades histórica?