Aromas del viejo Chofre
Una bella y pura faena de Morante de la Puebla, sin premio tangible, devolvió a illunbe el sabor del mejor toreo
Las corridas de toros volvieron hace tres días a San Sebastián, como ya es notorio y conocido, pero el buen toreo no había hecho aún acto de presencia. El suceso tuvo que ser al tercer día y de la mano, cómo no, de Morante de la Puebla.
La que el torero sevillano le hizo al mediocre y descastado cuarto toro de la tarde, de medias embestidas de escaso celo, no fue una faena espectacular ni rotunda, sino que resultó todo un pausado catálogo de clasicismo, un memorandum de añeja torería. Pase a pase, serie a serie, la muleta de Morante evocaba a muchos de los grandes toreros que pasaron por el viejo Chofre.
Y es que, sobre un magistral pero oculto esquema lidiador, todo lo que le hizo a ese vulgar ejemplar, incluidos los adornos, tuvo un brillante sentido, con guiños a todos esos maestros de otras épocas que conviven en el culto concepto del artista sevillano. Con calidad, gusto, arte y pureza, Morante fue encelando al toro en el engaño hasta construir un trasteo impensable al que sólo él supo dar contenido y hondura, porque a las medias e insulsas arrancadas él puso siempre la salsa y el sabor de la intención, el empaque de un pecho entregado al trazo de los pases.
Y antes y después del toreo fundamental, como alivio o decoración de la más bella simplicidad torera, envolvió la obra con medias belmontinas, ayudados por alto en versión gallista o rondeña, alegrías sevillanas, doblones orteguianos y, ya para rematar, hasta con una efectiva media lagartijera. La duda es si fue un pinchazo previo a esa estocada lo que cohibió a la gente de sacar los pañuelos, o que ya no queda suficiente memoria en esta plaza para paladear el toreo de más sabor. Pero el caso es que tan bella antología morantista se quedó sin ese premio tangible con el que en estos tres días de feria se han valorado en esta plaza faenas de mucho menor mérito y calado artístico.
Sí que hubo orejas, en cambio, para Sebastián Castella y Alejandro Talavante, porque ambos se impusieron a la escasez de raza de los primeros toros de sus lotes.
El francés se pasó muy cerca, con una quietud algo mecánica, a un ejemplar soso al que logró afianzar paciente en la arena, pero que respondió bien cuando se lo trajo enganchado a la muleta con la izquierda. Por ese lado llegaron los mejores momentos antes de una gran estocada, con muerte fulminante, que motivó incluso la petición de una segunda oreja.
El trofeo de Alejandro Talavante llegó en el tercer turno, de un toro de muy escaso fondo y brío al que consintió y ayudó con suavidad, con el mérito del temple pero sin lograr una mayor intensidad.
Antes, Morante no perdió mucho tiempo ante un primero sin voluntad de embestir. Y después, Castella y Talavante intentaron en vano sacar partido de dos “juanpedros” desrazados y negados a la pelea. - P.Aguado/Efe
Toros. Seis toros de Juan Pedro Domecq. Faltos de celo, dieron un juego deslucido en conjunto.
Morante de la Puebla. Pinchazo y estocada caída (palmas); pinchazo y media estocada (ovación tras leve petición).
Sebastián Castella. Estocada fulminante (oreja con petición de la segunda); estocada trasera y descabello (ovación).
Alejandro Talavante. Estocada trasera desprendida (oreja); pinchazo y bajonazo (silencio).
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