Artillero, ¡dale fuego!
fuego a la fiesta nacida a mediados del siglo XIX para entretener al turismo de elite que veraneaba en Donostia. Nos sumaremos una vez más a este ceremonial en olor de multitud porque esperamos unos días gloriosos. Déjenme recordar cuánto han cambiado las cosas desde aquellos fuegos artificiales que se hicieron famosos porque coincidieron con la visita del conde Ciano al general Franco que ya para entonces solía pasar el mes de agosto de cada verano en el Palacio de Ayete. El Ayuntamiento de la ciudad había comprado el histórico edificio y se lo brindaba al dictador para su veraneo. Para los que vivimos unos años antes y durante toda la posguerra, la Salve de Réfice en Santa María por la tarde del día 14 y unos fuegos artificiales normalitos constituían la casi única atracción. Más tarde se añadió el rito, hoy clásico, del helado después de la pirotecnia.
No puedo dejar de comparar la actual Semana Grande con las que vivimos durante nuestra juventud. El “todo Madrid” se trasladaba a veranear aquí atraído por la estela del Caudillo. Se notaba especialmente en eventos como la ya citada Salve. ¡Franco bajo palio! Daba no sé qué acercarse al templo rodeado de políticos y policías. Paradoja pura, pasado el año 1975, también los periodistas íbamos con miedo a la citada ceremonia porque pocas veces faltaba un enfrentamiento de policías y “borrokas” que intentaban reventar el paseíllo protocolario de la corporación municipal desde el Ayuntamiento hasta la basílica. Salve y miedo seguían juntos. Poco gas nos quedaba para ir a ver los fuegos, siempre magníficos.
¿Cómo era Donostia hasta la denominada Transición? Fueron tiempos divertidos para los ricos y escasos para los demás. Corridas de toros, carreras de caballos, ópera, saraos en el Tenis y elegancia a gogó para ellos.Veíamos pasar en coches y calesas a la gente guapa que iba al Chofre. O por La Concha, con lo último de lo último en moda. Los nativos llevábamos la situación con elegancia de personas sensatas. Sabíamos que los oropeles no eran para nosotras pero estábamos en nuestra casa.Los veraneantes eran aves de paso. La falta de paga semanal condicionaba los modos de divertirnos los domingos. El sábado era día de estudio o trabajo. Aprendimos en casa a ayudar, a esforzarnos en los estudios, a respetar a los demás. Y nos enseñaron también a ser educados, a perdonar. Si aquella Donostia me dolía, también me duele la de hoy. Veo que masas de jóvenes tienen mucho tiempo libre y lo desperdician. Los y las veo colgados de sus artilugios digitales, hablando a grito pelado, desanimados por la crisis que les cierra un futuro digno. Alcohol y droga, acoso sexual? ¿quién frena esta deriva? La ciudad está pidiendo líderes que se afanen en serio por mejorar el porvenir de las futuras generaciones. De ellas dependerá también el futuro de la Ciudad. Disculpen el desahogo que me ha llevado desde el artillero hasta esta artillera sin cañón. ¡Dale fuego!