nada permanece siempre en el mismo lugar, ni en la misma posición. Hay ocasiones en las que las cosas van bien. Otras veces, en cambio, comienzan a decaer, pero siempre hay opción de volver a alzarse. Puede decirse que la historia de los casinos en Donostia ha seguido una trayectoria como la nombrada: es decir, llena de altibajos.
Tras publicar a finales de 2011 el primer número de la revista San Sebastián que se basó en las cinco infraestructuras donostiarras que este año han cumplido su primer centenario, apenas ocho meses después Lola Horcajo, Carlos Blasco y Juan José Fernández han vuelto a la carga con la publicación de un segundo tomo sobre la historia de los salones de juego que ha tenido Donostia. La obra, titulada esta vez Casinos donostiarras, salió ayer a la venta a un precio de 25 euros.
Horcajo, en palabras a este medio, destaca la importancia que tuvieron estos salones de juego a finales del siglo XIX y hasta mediados de la década de 1920. "Hay que recordar que el juego en aquella época estaba prohibido", aclara, aunque posteriormente añade: "Estaba prohibido, pero era tolerado". La prensa de la época denominaba a los salones de juego "salas del crimen". No obstante, la tolerancia se impuso a la ley y "este juego" dio pie a "la etapa dorada de la ciudad, en la que tuvo su mayor y mejor desarrollo urbano, adquiriendo un renombre mundial entre las ciudades de veraneo" a nivel europeo, reconocen los autores.
antecedentes
Indo y Cursaal
A mediados del siglo XIX muchas ciudades de Europa comenzaron a construir casinos como elemento que permitía el desarrollo de la ciudad. La misma idea se implantó en Donostia. Se deseaba construir un casino "al estilo del de Baden-Baden y Homburgo, en Alemania". Este tipo de casinos eran edificios ligados a la moda del baño, "primero de balneario y luego del baño en el mar", tendencia que también comenzaba a cobrar presencia en la capital guipuzcoana.
Con el derribo de las murallas en 1864, se planteó construir una infraestructura de este tipo en la zona que actualmente ocupa La Bretxa. No obstante, este proyecto no salió adelante. Al mismo tiempo, se proyectó en una zona más cercana a la bahía, junto al Boulevard -donde se encuentra en este momento el ayuntamiento, que antes fue, precisamente, el Gran Casino-. Pero los terrenos pertenecían al ejército y se tardaron dos décadas en conseguirlos.
Durante ese tiempo, se abrieron dos casinos. El primero de todos fue el Casino Cursaal, que se situó en el actual Hotel de Londres e Inglaterra. Este edificio era el palacio de Balda-Mateu, de donde meses antes, en septiembre de 1868, la reina Isabel II escapó al exilio, tras La Gloriosa.
Posteriormente, en mayo de 1869, el Ayuntamiento concedió otra licencia para habilitar un casino en el palacio Indo, el mismo lugar en el que en la actualidad se encuentra el edificio de la delegación de Hacienda en la calle Okendo.
beneficios para la ciudad
El Gran Casino
Tras décadas de dimes y diretes, el Ayuntamiento consiguió la permuta de los terrenos del Estado de Alderdi Eder en 1875, tras lo que convocó un concurso público del que resultaron vencedores en 1882 los jóvenes arquitectos Luis Aladrén y Adolfo Morales de los Ríos -tenían 27 y 23, años, respectivamente-, con su proyecto denominado Aurrera. El Ayuntamiento cedió los terrenos durante un plazo de 60 años, hasta 1947.
El Gran Casino fue culminado en 1887 -este año cumple 125 años- y fue el lugar en el que los donostiarras y foráneos pasaban un rato agradable, en su restaurante, en los baños de su sótano o su salón de baile. Pese a todo, Horcajo subraya que los donostiarras no podían pasar a las salas de juego, que se situaban en el segundo piso y se denominaban Círculos Privados.
Aun no pudiendo jugar -se reservaba a los extranjeros-, los donostiarras tuvieron la oportunidad de ser accionistas del centro. De esta manera, antes de su construcción, en 1880, 363 personas lograron en un mes el millón de pesetas necesario para construir el casino. Se repartieron 1.817 acciones, con un valor de 500 pesetas cada una. En Casinos donostiarras se reúne, por primera vez, la lista completa de accionistas que tuvo el Gran Casino. Ente ellos, expone Horcajo, se encuentran muchos comerciantes, concejales y nobles de la ciudad.
"Fue el motor que movía toda la ciudad. El casino daba mucho dinero que, a su vez, revertía en la ciudad", reconoce la historiadora. Parte de los beneficios se destinaban a la beneficencia y con ese dinero que el juego dejaba en Donostia se construyeron infraestructuras importantes como, por ejemplo, el paseo Nuevo.
Uno de los momentos más prósperos de este casino fue en la Primera Guerra Mundial, dado que en Europa el juego estaba prohibido, pero en el Estado -que no participó en la contienda- aún se practicaba.
Pese a todo, la decadencia llegó pocos años después, a mediados de la década de 1920. A finales de 1923, el Gran Casino pasó a ser hospital de sangre y tras la prohibición definitiva del juego en 1924, durante la dictadura de Primo de Rivera, nunca se volvió a jugar en este edificio.
Durante este periodo, otros casinos de la ciudad consiguieron "reinventarse", como es el caso del monte Igeldo -construido en 1912-, que pasó a ser parque de atracciones. Pero el Gran Casino no tuvo tanta suerte.
En 1941, seis años antes de vencer el periodo de la concesión de los terrenos, el Ayuntamiento adoptó la decisión de colocar las dependencias municipales en el edificio del Gran Casino. El arquitecto Luis Jesús Arizmendi fue el encargado de la reforma del edificio y uno de sus cambios más notables fue el del diseño de la entrada de la calle Igentea. Por fin, el 20 de enero de 1947, el consejo de munícipes se trasladó en solemne procesión desde la plaza de la Constitución a la calle Igentea, estableciéndose en este edificio hasta hoy en día.
intento de recuperar el juego
Estraperlo
Durante los años de prohibición hubo varios intentos de recuperar el juego. Durante la Segunda República, por ejemplo, surgió la ruleta denominada Estraperlo -con este nombre se conocería posteriormente al comercio ilegal de artículos-. El creador de esta ruleta, David Strauss, sobornó a varios políticos de la época para que su invento fuese permitido en los casinos. Entre los políticos con los que contactó Strauss se encontraba Alejandro Lerroux, sobrino de Aurelio Lerroux, líder del Partido Radical Republicano y presidente del Gobierno.
Gracias a sus contactos, Strauss consiguió reabrir el Gran Casino de Donostia el 24 de marzo de 1934, pero a las tres horas de su apertura unos agentes entraron para desalojarlo. Enfadado y viendo que no podía recuperar el dinero invertido, y amenazó con hacer públicas la relación de nombres de aquellos a quien había sobornado. Cosa que al final hizo, provocando la dimisión de Alejandro Lerraoux y, en última instancia, la disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones, que ganó el Frente Popular el 2 de febrero de 1936.
"gafado"
El Gran Kursaal
Los accionistas del Gran Kursaal tenían muchas esperanzas puestas en el negocio. No en vano, fueron capaces de construir un puente que unió las dos orillas del Urumea, pero la autora afirma que "el Kursaal nació gafado". Éste se inauguró en julio de 1922, y apenas dos años después, sobrevino la prohibición total al juego. El 31 de octubre de 1924, a medianoche, cerró el Kursaal. Los crupieres salieron del casino, cruzaron el puente y echaron sus chalecos al río.
No se volvió a jugar en Donostia hasta llegada la democracia. En 1977 se permitió el juego y fue en Donostia en junio de 1978 donde resurgieron los casinos. La Sociedad Nuevo Gran Casino del Kursaal habilitó unas salas del Hotel de Londres y de Inglaterra e invitó a lanzar la primera bola de la ruleta a Leandro Dendariarena, quien fue, precisamente, el último crupier que hizo mover la ruleta en el antiguo Kursaal.
Años después, el Hotel de Londres decidió recuperar esos salones de juego y usarlos como comedores, por lo que tuvo que buscarse una nueva ubicación para el juego. En 1999 se inauguró el Casino Kursaal en el Petit Casino de la calle Mayor. Desde entonces no se ha dejado de oír en Donostia esta llamada: "¡Hagan juego!"