Ay, los paisajes de Italia, la montaña asomándose en la barandilla trenzada por el sol sobre el Lago de Garda. Las postales bellas del Giro subyugan, hipnóticas, abrasivas, estimulantes. Stendhal, el del síndrome, cuando le arrobó la belleza hasta hacerle enfermar, dijo: “El viaje a Italia se ha terminado, volvemos a lo feo”.

La carrera no está siendo la más bella, de tanta lluvia, tormenta y tempestad que ha zarandeando a los ciclistas, pero al Giro nunca le abandonarán las vistas y el renacimiento. La museística Italia es aún más bonita entre las montañas enciclopédicas, crueles, brutales y afiladas. No conviene desestimar el poder narcotizante de belleza.

En ese estado todo puede suceder porque el ser humano queda desarmado, sin ancla a la realidad, en proceso de hipnosis. Los hay que entran en trance, como en una experiencia mística y escriben una pasaje para leyenda y los incunables, como Charly Gaul, cuando descubrió Monte Bondone en el Giro de 1965. Joao Almeida encontró la luz en Monte Bondone, donde trazó una enorme victoria.

El luso, el hombre que nunca flaquea, el que siempre llega, el que remonta como un salmón, encaró la subida con energía y poderío. Tomó la iniciativa y le encaramó a la cumbre, en la que se personó con Geraint Thomas, el hombre que siempre está ahí. El galés, vencedor del Tour de 2018 y podio en el Tour de los fenómenos, recogió la maglia rosa que le había prestado a Armirail, perdido entre la foresta del Bondone.

Ahí se resquebrajó Roglic, desnudo cuando Almeida se encrespó. Al esloveno, 25 segundo por detrás del portugués y Thomas, le rescató su inseparable Kuss. Al hombre de la máscara de hierro se le abrieron los poros.

Pudo ser una derrota peor la del esloveno, que aún se mantiene en el alambre tras ascender Monte Bondone como un funambulista. No se cayó del todo. Aún aspira al Giro, pero se encorvó ante el gigante. Se le ha torcido la carrera, que parecía ser una autopista para él.

El gran día de Almeida

Almeida, reivindicativo, se entrometió en los planes de Roglic. Hizo palanca. También empujó Thomas, que supo interpretar el juego de espejos que promovió el esloveno para distorsionar la realidad. Quería que no se supiera que estaba mal. Almeida descubrió el truco. Thomas le acompañó en el asalto a Roma.

Ambos comparten baldosa en un Giro apretadísimo. El galés tiene una ventaja de 18 segundos sobre el luso. Roglic, que perdió el hilo y 29 segundos, sobrevivió. No conviene enterrar al esloveno. Queda por determinar si su actuación en Monte Bondone es un asuntó puntual o una tendencia para lo que resta de Giro.

En Monte Bondone, la montaña de Trento, aún se recuerda a Charly Gaul, el gran escalador luxemburgués, abriendo las fauces nevadas del Bondone para conquistar el Giro de 1956 después de una etapa de 242 kilómetros. A punto estuvo de costarle la vida. Eran otros tiempos.

El Ángel de la Montaña, así se conocía a Gaul, se adentró en el infierno blanco y lo conquistó. Llegó seminconsciente después de sobrevivir a la tormenta de nieve. Gaul, temerario, se adentró en el averno. Se desató una tempestad de nieve en la subida a Monte Bondone. Pedaleó, a ciegas, a través de la niebla para lograr un imposible. Los muros de nieve fueron testigos de su proeza.

La montaña de Charly Gaul

Vencedor, pero apenas lúcido, a Gaul tuvieron que bajarlo de la bicicleta en cuanto pasó la meta. El luxemburgués se desmayó tras un esfuerzo inhumano. Para recuperarle, le cortaron el maillot con un cuchillo y lo llevaron al hotel. Allí, le sumergieron en un baño de agua caliente durante una hora.

Minutos después, Gaul despertó. Le informaron que era el nuevo líder del Giro. Después de aquella hazaña logró su primer Giro. Gloria y honor a Gaul. El primer Giro de Almeida o Thomas puede marcarlo Monte Bondone. También el de Roglic.

La fuga, cuantiosa, con Jonathan Lastra en esa veintena larga, espabiló pronto después del segundo día de descanso que se encaminaba hacia Monte Bondone, el remate de una día por las alturas, un paseo por las nubes a través de los tejados del Giro.

El skyline, 5.300 metros de desnivel, lo marcaban los ascensos a Santa Barbara, Bordala, Matassone y el mastodóntico Monte Bondone, 21 kilómetros al 6,7% de desnivel y con empalizadas al 15%. Un muralla después de 203 kilómetros. Allí se estamparon los fugados.

El truco de Roglic

Dennis, el tractor del Roglic, fue desbrozando la ascensión, limpia, sin huella de la nieve, el frío y lo sobrehumano. En un momento dado, el australiano que derribó el Stelvio años atrás, encogió los hombros y se retiró del frente. A Roglic le custodiaba Kuss. El esloveno quería intimidar porque sabía que no estaba bien. Le convenía una subida sin sobresaltos.

Los sherpas de Almeida tomaron el relevo para encender el ritmo. Armirail, el líder, se apagó. Del rosa al negro en el coloso que retuerce hasta el alma. Se sube de rodillas. Jay Vine, fogoso, llevaba a hombros a Almeida. A su lado quedaron Roglic, Thomas, Kuss y Dunbar. El resto, se resquebrajó. Caruso, Carthy y Arensman se arrugaron.

Ataca Almeida y se une Thomas

El portugués, abierto el maillot blanco, la cadena bamboleando, brilló con ambición. Despegó. Roglic le vio, pero solo su mirada pudo seguirle. Kuss observó a su líder. Entendió que no danzaba alegría. El portugués tomó un chasquido de metros. El rasguño se hizo brecha.

Thomas radiografió el rostro de Roglic, que parecía impenetrable. El esloveno, con dos caídas en el Giro, abrió la boca. La torció. Una mala señal. Sufrimiento. Thomas se apresuró. Era el momento. No tardó en conectar con Almeida.

Alianza. Roglic es el enemigo común de ambos. Se entendieron sin hablar. Les bastó con el lenguaje de los codos. La mímica para derrotar a Roglic, al que sostenía el fiel Kuss. El colibrí de Durango aleteó por el esloveno. Le alimentó la moral y le deletreó la subida. Le dio cobijo bajo sus alas. Socorrista.

Roglic, que es un tipo duro, no estalló por dentro. Thomas y Almeida tomaron una veintena de segundos respecto al esloveno, que minimizó la pérdida de tiempo. Hizo un torniquete. En Monte Bondone, Almeida agita el Giro.