Profeta en su tierra, dueño de las calles de su infancia en Alcantarilla, donde embocaba la carrera, Antonio Jesús Soto pintó del naranja de Euskaltel-Euskadi la Vuelta a Murcia. La dicha de Soto se empapó de lluvia, que se mezcló con los sentimientos que brotaron de sus ojos, acuosos por la emoción. Lágrimas de felicidad. Esa sensación empapó la piel del Euskaltel-Euskadi, una familia, amigos que comparten pasión. La felicidad recorrió de inmediato el espinazo del equipo vasco, que abrió la vitrina de la campaña.

La llave la giró Soto, que se manejó mejor que nadie entre los fugados. Sabía la combinación de la cerradura. Conocía cada palmo del recorrido. Esa capacidad de gestión le concedió el aliento necesario para componer el primer cuadro triunfante del Euskatel-Euskadi, que se abrazó de inmediato para compartir la conquista de Soto en Alcantarilla. “Sólo ahí me vi ganador", ha asegurado el ciclista tras hacerse con su primer triunfo en el profesionalismo. Soto se bautizó en su casa. No hay mejor lugar que el hogar para festejar la alegría.

Soto enseñó la cresta en la Cresta del Gallo. En la subida se hizo grande. Su despegue no pudo seguirlo nadie entre sus compañeros de fuga. El murciano, corajudo, les obligó a dimitir. A partir de ese instante, el ciclista del Euskaltel-Euskadi completó un soliloquio maravilloso. Una huida hacia los brazos de la victoria. Los perseguidores, con las sirenas puestas y los colmillos afilados, no pudieron hacer presa. Soto se les había escurrido en la lluvia. Era un torrente.

Desatado, desencadenado, convencido de que era su oportunidad, Soto no aflojó ni un centímetro. Ahora o nunca. "Debía atacar con todas mis fuerzas al empezar la subida y luego afrontar una cronoescalada. Luego, en la bajada, intentar aumentar un poco la ventaja porque me la conozco”, ha comentado Soto, que fue capaz de coreografiar su victoria con la mímica de la sorpresa. Soto canta bajo la lluvia. Baila el Euskaltel-Euskadi.