e trata de un discurso que ya se ha transformado en manido y que asoma todos los meses de mayo cuando empieza a oler a Grande Partenza. "A mí el Giro es la grande que más me gusta, por delante del Tour de Francia", sostienen muchos aficionados. Y motivos tienen, la verdad. Yo me adhiero a su punto de vista, principalmente porque la carrera italiana conserva espíritu añejo, aroma a ese ciclismo que nos enganchó hace décadas y nos atrapó para siempre: etapas largas, grandes puertos encadenados, cimas nevadas e imposibles... En definitiva, una prueba de fondo en toda regla. Como tiene que ser. Sin embargo, que el Giro satisfaga nuestros más primitivos instintos txirrindularis no debe impedirnos llamar a las cosas por su nombre, y esquivar esa especie de bula de la que goza a menudo la corsa rosa. Si sus responsables también hacen cosas mal, se dice y punto.

Porque el protagonismo de ese espectáculo con el que soñamos siempre de cara a la tercera semana recae única y exclusivamente en los corredores. Y ya son demasiadas las ocasiones en que nos hemos quedado sin ver a actores principales del reparto por culpa de infortunios evitables. Puede parecer ventajista meter en el saco lo de Mikel Landa. Quizás su accidente el miércoles respondiera solo al carácter indudablemente peligroso de este deporte. Igual esa isleta estaba bien señalizada y simplemente se alinearon desgraciados factores. Pero esos kilómetros finales camino a Cattolica ya venían teniendo mucho de ginkana. Con pasos peligrosos. Con curvas estrechas y cerradas. Con mobiliario urbano de difícil convivencia con un pelotón. Lo peor de todo es que empieza a llover sobre mojado. Que un teórico favorito alcance sano y salvo la fase decisiva de un Giro se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en una especie de milagro. El asunto trasciende ya los riesgos que lleva intrínsecos la práctica del ciclismo profesional.

Landa sabe bien de lo que hablamos. En 2017, su segunda temporada en el Sky, llegó a Italia en muy buena forma. Y cuando todo iba a empezar, la general se le acabó. Al pie del Blockhaus, el primer puerto de entidad en aquella edición, la moto mal estacionada de un Carabiniere terminó con todas sus opciones. Como la caída del miércoles. Como se está convirtiendo ya en triste costumbre. El año pasado, sin ir más lejos, el saldo de la primera semana del Giro fue el siguiente. Contrarreloj inicial en Palermo, con un descenso en larga recta urbana y de botoso asfalto sobre el que los ciclistas alcanzan los 90 kilómetros por hora: Supermán López Supermánse come un bache cuando se desacopla del manillar de triatleta y tiene que abandonar. En la tercera etapa, salida neutralizada en una bajada con adoquines sobre los que saltan de las bicis bidones por doquier: Geraint Thomas a casa. Cuarta etapa: un helicóptero vuela bajo, provoca la caída de las vallas de meta y obliga a retirarse a dos ciclistas del Vini Zabú. Octava etapa: cae contagiado por coronavirus Simon Yates, después de que en el pelotón se denunciara que personal ajeno a la carrera había compartido hotel con los ciclistas en la salida de Sicilia. Primera jornada de descanso: otro candidato que dice adiós por culpa del covid, Kruijkswijk.

Semejante enumeración mezcla circunstancias de todo tipo y de distinta naturaleza. Vaya esto por delante. Pero parece evidente que el gran reto futuro del Giro pasa por encontrar un equilibrio. Por seguir ofreciéndonos ciclismo del antiguo, de ese que ya casi no se estila. Por hacerlo conservando el carácter popular de la prueba, la carrera de los tiffosiPero también por eliminar ciertas travesías y por dotar de una mayor seguridad a los ciclistas. Por proteger como oro en paño, en definitiva, a quienes tiñen su historia de épica.

UN DETALLE...

el mareante desayuno de taco van der hoorn

El lunes levantó los brazos en el Giro. Dio la sorpresa. Pero la de Taco Van der Hoorn no es la típica historia de ciclista menor que vive un día de gloria con permiso del pelotón. Para ganar esa etapa se necesitaban muy buenas piernas. Este corredor de Rotterdam (1993) estuvo más fuera que dentro del pelotón cuando en noviembre de 2017 sufrió una caída y se produjo un fuerte traumatismo cranoencefálico. "Durante meses me sentí más planta de invernadero que persona". Cinco semanas después del accidente, se animó un día a salir de su habitación, simplemente para desayunar. El mareo que aquello le provocó le obligó a volver a su cuarto para tumbarse a oscuras. Poco a poco fue mejorando y durante el verano posterior llegó la victoria que le cambiaría la vida, una etapa en el BinckBank Tour con el maillot del Roompot.

...y un nombre propio

tom dumoulin regresará en la vuelta a suiza

El pasado 23 de enero, el Jumbo Visma anunció que Tom Dumoulin cesaba su actividad profesional. El ciclista neerlandés adujo que ya no disfrutaba con lo que hacía, y se dio un tiempo para replantearse las cosas. El asunto tenía mala pinta de cara a un hipotético regreso al pelotón, porque situaciones como la descrita no suelen vivir una vuelta atrás. SIn embargo, el equipo anunció ayer que Dumoulin regresará a la competición en junio, en la Vuelta a Suiza. Durante este periodo de inactividad, el ganador del Giro 2017 ha perdido su sitio en la alineación para el Tour, siendo relevado por Vingegaard. Pero no parece que le vaya a importar mucho, porque todo apunta a que se ha fijado la crono de los Juegos de Tokio como gran objetivo. ¿Llegará en forma para rendir a su nivel? Todo dependerá de cómo haya entrenado estos meses.