Los brazos de Cees Bol dan para abarcar a toda una familia. El neerlandés, estatura de pívot, 1,94 metros, acogió a los suyos con un triunfo sin mácula. Agarró la gloria en la segunda etapa de la París-Niza y lo celebró abrazándose a los suyos, aunque la UCI (Unión Ciclista Internacional) abogue por la prohibición de los abrazos debido a la pandemia. Antes de ponerse la mascarilla y decir que fue su mejor victoria, Bol se anunció con un grito gutural. Fue la llamada a la reunión de amigos del DSM, que le rodearon tras vencer en un esprint que dominó de punta a punta ante gigantes de la velocidad, tipos con más currículo que el suyo. Velocistas de la talla de Bennett, Matthews, el nuevo líder tras sisar varios segundos en los esprints bonificados, Ackermann, o Pedersen, que pintó su vida con un arcoíris, campeón del Mundo en 2019.

Bol eligió otro color más cálido. Se decoró con el pantone del sol. Enérgico, pasional. Puro fuego. Bol, el sol de invierno que saluda a la primavera. El neerlandés solía acumular más nubes que rayos de luz. Bol sumaba buenos puestos, pero le esquivaba la euforia que otorga el laurel, siempre única. El ciclismo está lleno de historias similares a la suyas, la de tipos que cosen muy bien pero les cuesta con los bordados. No es sencillo posar con cara de ganador en la foto. No era el más fotogénico. Bol era más de muecas y gestos de casi, un rostro que indica empeño pero escasa felicidad. Victorias de puertas adentro, íntimas.

En Amilly, donde perecía la jornada tras un amago de abanicos que enfatizaron el Trek y el Deceuninck y que no tuvieron más intriga, se asomó al balcón de la felicidad y bramó su dicha a los cuatro vientos. Se liberó al fin Bol, preso de su pasado, en el que siempre alguien se le adelantaba. En el Tour le destempló Van Aert en un esprint agónico. Bol necesitaba redimirse, dar con esa camino de confianza que conceden las victorias. Disparado, varios cuerpos por encima del resto, Bol no tuvo rival. Bennett se entretuvo en la colocación y perdió el paso. También el amarillo que se lo quedó Matthews, que había puntuado en un esprint bonificado con anterioridad al desahogo de meta.

Dislocado Bennett, Bol no miró para atrás. Apretó el botón del turbo y el resto de velocistas solo pudieron rastrearle con la mirada. Venció con enorme autoridad. Nadie le llevó la contraria. Ni le discutió. Inalcanzable. Asintieron. El vuelo de Bol, un albatros. Después, una vez aterrizado en el nido del bienestar, abrió los brazos para dar la bienvenida a sus compañeros de equipo, que le sirvieron de catapulta. Su envergadura sirvió para acogerlo a todos. Un albatros con sus polluelos. Juntos brindaron por la victoria, abrazados.

El éxtasis de la alegría compartida les borró de la memoria la prohibición de la UCI, que pretende que los corredores no se abracen en los festejos para enviar un mensaje de lucha contra la pandemia. Después de dos jornadas para sublimar a los velocistas, la París-Niza se adentra este martes en despejar la general. Primoz Roglic tiene ante sí la opción de dejar huella en una crono de 14 kilómetros. El esloveno, un competidor formidable, testará su estado de forma ante Tao Geoghegan o Vlasov.