Al Mont Ventoux, la cumbre que sirve de tejado al Tour de la Provenza, aunque la carrera no alcanzó la cota más alta y el día se meció en Chalet Reynard, un antiguo refugio, le abrió la niebla la ambición de Iván Ramiro Sosa. El colombiano rasgó el velo de la mirada del gigante de la Provenza. En el puerto pelado de aspecto lunar, donde aún se recuerda el desplome de Tom Simpson, víctima de los excesos del dopaje, asomó Sosa con las tijeras afiladas a poco menos de cinco kilómetros de la meta para coronarse por delante de Egan Bernal, su compañero en el Ineos, y Julian Alaphilippe. Al vuelo de Sosa hacia el liderato de la prueba francesa contribuyó el ancla de Bernal, que lastró el arcoíris de Alaphilippe.

El francés quiso mostrar sus colores entre el paisaje escaso de vegetación y la carretera vieja y rota de las batallas, mitos y leyendas de una montaña que asusta. La presencia de Bernal, el campeón del Tour de 2019, le encapsuló. Esposado Alaphilippe, Bernal quiso desprenderse del francés con una maniobra que le recriminó el galo, que no entendió el movimiento del campeón colombiano a un kilómetro de meta. Liberado Sosa, un alfil del Ineos, Bernal pastoreó a Alaphilippe, que perdió algo de cuerda en el vis a vis con Bernal a un palmo de la llegada. Para entonces, Sosa festejaba su conquista y paladeaba el doblete del Ineos a un día de la conclusión de la cita francesa.

Antes de que la niebla volviera opaco el final y una vez extinguida la ilusión de la fuga del día, el Astana elevó el mentón con la idea de catapultar a Vlasov hacia la gloria. Omar Fraile, muy activo, se personó en el felpudo para llamar a las puertas del Ventoux, que recibió a los visitantes con su aspecto hosco y áspero, más si cabe en el corazón de febrero. El santurtziarra abrió la cremallera de la montaña recortada y a Ballerini, el hombre que lucía el maillot del líder, se le deshilacharon las ilusiones entre la humedad, el frío y los jadeos que se dibujaban en el aire a modo de volutas de humo.

El velocista italiano dimitió tras ganar dos etapas. Hay peores salidas del escenario. El Astana, siempre dispuesto al combate, con ese aire dinamitero que gasta, pensaba en el proyectil de Vlasov, su sputnik para la general. Al menos esa era la idea. Harold Tejada sería la mecha. El colombiano prendió fuego, pero fue incapaz de iluminar a Vlasov, con la mirada apagada y las piernas tristes.

Nada que ver con la alegría de Sosa, que se encendió con entusiasmo. El filamento de su luz se mantuvo intacto, incandescente. Alcanzó una veintena de segundos en las alforjas mientras Vlasov parpadeaba en la reserva. El ruso lo intentó, pero su agitación fue una gota en el océano. Una invitación para el repunte de Alaphilippe, al que se enganchó la percha de Bernal, que de las montañas francesas recuerda el dolor y la derrota del pasado Tour de Francia. En el Ventoux se quitó cierta pena. Poels que se anudó a la cordada, se desgastó poco más tarde.

Con Sosa apartando la niebla de su visión, Alaphilippe y Bernal compartieron una estrecha habitación. El francés trató de saltar por la ventana y atrapar a Sosa, pero era tarde. El colombiano recogió el testigo de Quintana, vencedor en esa cumbre en 2020, para danzar entre la niebla y convertirse en el gigante de la Provenza a la espera de cerrar mañana la carrera con una sonrisa. Sosa cuenta con 19 segundos de renta sobre su camarada Bernal y con 21 respecto Alaphilippe.