En este periódico estamos desbordantes de Navidad. Se lo digo por si nos nota usted, a falta de una docena de días para la Nochebuena (lo que sería una caja de huevos clásica), con la ilusión desmedida ante las entrañables fechas (que decía aquel) que están por venir y que hasta este año, vamos a reconocerlo, no alteraban demasiado las paredes negras ni las cristaleras sin ventanas de esta redacción. Sí, en los 20 años que llevamos aquí, al principio se ponía, donde no molestara, un pequeño árbol y se colgaban los christmas que llegaban. Luego, las felicitaciones en papel se disfrazaron de email y el árbol se quedó guardado en algún sitio. Ya sabe, mucha tarea, poco tiempo libre y demasiada gente descreída. Y de repente, un día, al entrar en la redacción te sorprende un árbol de Navidad, donde nunca estuvo, que las cristaleras tienen bolas gigantes y gorros de papá noel, que hay motivos navideños en las puertas de los despachos y hasta bastones de caramelo y chocolatinas junto a un montón de adornos para pintar entre todos con una nota que anima a recuperar el espíritu infantil de la Navidad, por muy mal que vengan dadas. Y de pronto, la redacción se transforma, la gente pinta su Navidad y el negro es ya solo el fondo de una noche estrellada. Y todo eso lo consigue una sola persona: Mera. Hay milagros reconocidos que consiguen menos.
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