e Rimini a Cesenático. El Giro recorrió durante las dos últimas jornadas la vida de Marco Pantani. Lo hizo al revés, desde su muerte en Rímini hacia su nacimiento en Cesenático. Los organizadores de la carrera, al proponer ese orden inverso, parecen provocarnos con una pregunta, frente a una vida convulsa, con un final tan dramático, ¿hay que empezar por dónde murió, o al contrario, por sus orígenes, por el escenario de sus hazañas? Porque pensar en Pantani no nos deja indiferentes ante ambas cuestiones. Se trató de un escalador de los mejores de la historia, capaz de las mayores gestas, pero también de un corredor estigmatizado por el dopaje, la trampa, y que murió en circunstancias enigmáticas en un hotel de Rimini. Pantani lo tiene todo. La cima más alta, y la sima más profunda, en la que se hundió finalmente. Su historia es la del héroe roto, a quien venció el éxito cuando la gente pudo ver que no todo era brillo, cuando aparecieron impurezas en su oro. Como los boxeadores, Urtain, Perico Fernández, y algunas estrellas eclipsadas que nos ha mostrado el cine negro americano. La de Pantani es la historia del hombre, con su pasado y su lastre a cuestas, al que doblega, al que vence con su individualidad, pero vendiendo su alma para tal fin, haciendo lo que sea para imponerse. Es la vieja historia de Mefistófeles. Cuando cree ser él no es sino una víctima, un ser alienado, un ser construido para satisfacer a los demás, para ser lo que otros quieren. Pero, precisamente porque es la vida de los hombres, que luchan, que pactan, que pierden, que hacen trampas para seguir adelante, para sobrevivir, no vemos en Pantani a un impostor, sino a uno de nosotros envuelto en circunstancias difíciles. Como tantas veces nos pasa. Pantani, tras ser sancionado por su hematocrito excesivo y ser expulsado del Giro, ya no volvió a ser nunca más el mismo. Y al sentirse descubierto, se hundió. Nadie sabe qué pasó en aquella habitación desierta de un hotel de Rimini, si se suicidó, o si su sobredosis sólo fue un accidente. Pero es probable que en su cabeza pasaran ideas como las que cantaba Leonard Cohen:

"Sonrío cuando estoy furioso/hago trampas, miento/ Hago lo que tengo que hacer/ para continuar adelante/ Pero yo sé lo que está mal/ y sé lo que es correcto/ Y moriría por la verdad/ en mi vida secreta.

Pantani murió por la verdad en su vida secreta. No era un héroe, era un hombre en dificultades.

Era tan verde y llovía tanto estos días en Italia que era inequívoco que la carrera se dirigía al norte. Italia es un país con una diferencia muy marcada, paisajista, climática, económica, entre el norte y el sur. Algo que me sorprendió en mi primera visita. Pues en mi imaginario predominaba la idea de un país mediterráneo, inundado por un sol casi perenne, por al azul de sus dos mares. Las canciones, como aquella Azzurro de Adriano Celentano, las de Raffaela Carrá, recuperada ahora en el cine, y un cierto folclore generalizado, abundaban en esa idea. Y sin embargo, en la Toscana, en la Emilia, y de ahí para arriba, no había nada de eso. Llovía mucho, oscurecía pronto, y a partir de las nueve no había un alma por las calles. En estas etapas de lluvia norteña lo más destacado ha sido el triunfo de Peter Sagan.

Llevaba un año largo sin vencer, 461 días, pero Sagan no se rendía. Nos había conquistado el corazón por su entrega, su combatividad, su perseverancia a pesar de las derrotas. Nos admiraba que un tipo como él, con tres campeonatos del mundo, victorias en las pruebas más importantes, con las grandes clásicas en su palmarés, no cejara en el empeño. Y al fin lo logró. Y lo consiguió a lo gran campeón. La victoria de Sagan en Tortoreto fue espectacular. A pesar de tener más cualidades que las de un hombre rápido, sus triunfos al esprint le habían orientado hacia esa especialidad. Al verse superado por esprínteres más veloces, como Arnaud Demarre, tuvo que reinventarse, volviendo a sus fuentes. Y, en una etapa de media montaña, reapareció un Sagan magistral. Se metió en un grupo de escapados, a los que fue dejando, desgranando uno a uno en las subidas. En la última cuesta se deshizo del último acompañante, Swift, y cuando Pello Bilbao estaba a punto de cazarle, aceleró y se lo impidió. Llevó durante treinta kilómetros al pelotón a sólo treinta segundos, y ni los escapados ni el grupo de los favoritos consiguió cazarlo. Una exhibición que encierra un ejemplo. Hay que entrenarse para estar preparado, para cuando llegue el momento oportuno, nuestro momento. Hay que persistir, hay que mantenerse fiel a uno mismo sin abatirse en las adversidades, permanecer siempre en la batalla, porque la suerte no existe. El azar aparece sobre las personas si éstas se mueven, cuando éstas se mueven. Estoy convencido que en esos ásperos 461 días, en esa otra vida, Peter Sagan pensaba en esto, que era lo que le mantenía en pie. La fortuna te alcanza cuando haces cosas, cuando vives con intensidad. Así es en el ciclismo, en el amor, en la vida.

A rueda

Pantani lo tiene todo. Su historia es la del héroe roto, a quien venció el éxito cuando la gente pudo ver que no todo era brillo y aparecieron impurezas en su oro