El tenis es ese deporte en el que en su modalidad individual se enfrentan dos jugadores, separados por una red, y casi siempre gana el que se llama Novak Djokovic. El serbio venció el domingo a Grigor Dimitrov en la final del Masters 1000 de París-Bercy y se anotó su séptimo título en el torneo, su cuadragésimo torneo de esa categoría y su septuagésimo gran título: 24 Grand Slams, 6 Finales ATP y 40 Masters 1.000. Da igual cómo llegue él y cómo lleguen los demás, Djokovic juega y gana y parece ajeno a todas las polémicas que rodean ahora mismo a su deporte en los dos circuitos, que tienen que ver con la densidad del calendario y con las cuestiones económicas y organizativas, que suelen ir de la mano.

El torneo parisino bajo techo fue un ejemplo de esa mala gestión de los horarios, que lleva los partidos hasta bien entrada la madrugada. Jannick Sinner acabó su duelo de segunda ronda pasadas las dos de la mañana y renunció a disputar el de octavos, que le habían programado apenas catorce horas después. Las quejas del italiano no son las primeras este año ya que cada vez son más los torneos, con la excepción de Wimbledon, que se apuntan a las sesiones nocturnas para buscar más ingresos de público y televisiones. Que eso vaya en detrimento del espectáculo y de la salud de los jugadores y jugadoras parece importar poco.

Al mismo tiempo que en París, las mujeres acaban de jugar en Cancún las Finales WTA. La final entre Swiatek y Pegula se disputó anoche después de un desastre organizativo, empeorado por el clima caribeño de noviembre, que ha puesto a las protagonistas, no sólo a las ocho que han peleado por el título de maestra, en pie de guerra, ya que ellas también son víctimas de un calendario sin sentido. Porque ayer concluyó la cita de maestras y hoy mismo arrancará en Sevilla la fase final de la Billie Jean King Cup, con un desfase horario que ha alejado a las mejores jugadoras del mundo de la antigua Copa Federación, ya que resulta imposible atender los dos frentes. El año pasado ya ocurrió lo mismo y ni la WTA ni la ITF han podido encontrar una solución.

Las jugadoras se sienten ninguneadas, reclaman un mejor liderazgo y organización de su circuito y ya habían protestado hace unas semanas vía carta por los cambios de ubicación de algunos torneos, los criterios de acceso a los mismos y las malas condiciones en que se disputan, de las que la cita de Cancún ha sido un ejemplo perfecto. Todo esto mientras de fondo se rumorea con la posibilidad de que el dinero árabe, para seguir la costumbre reciente, compre el circuito WTA o se produzca una fusión con la ATP que conduciría a una estructura anual de grandes torneos de dos semanas de duración, además de los Grand Slams, y muchos pequeños torneos de rango menor. En este sentido, también se está hablando de que el Fondo de Inversión Saudí anda detrás de hacerse con los derechos de Indian Wells o el Madrid Open para instalar un Masters 1.000 en el Golfo.

En este río revuelto, con semanas en las que llegan a coincidir tres torneos y otras en las que no hay ninguno, sigue pescando Djokovic, insaciable en su ambición y a quien aún le quedan dos retos en este año: las Finales ATP que comienzan el domingo en Turín y la fase final de la Copa Davis en Málaga. El número 1 del mundo querrá ganar las dos para completar un año extraordinario. Y la rueda seguirá girando porque a finales de diciembre ya tocará empezar el curso siguiente. La exigencia física y mental del tenis va dejando gente por el camino, temporal o definitivamente como es el caso de Garbiñe Muguruza, las retiradas en muchos torneos comienzan a ser habituales, mientras Novak Djokovic parece inmune para confirmar que es el mejor de la historia. Él se puede permitir jugar lo que le apetece y siempre está preparado.