Agosto es el mes en el que muchos han desconectado ya de la rutina laboral y disfrutan de un merecido descanso durante las semanas estivales. Pero en la hoja de ruta del verano de Ane Mintegi (Idiazabal, 2003) la palabra ‘vacaciones’ no parece que vaya a tener hueco. La tenista gipuzkoana, campeona júnior de Wimbledon 2021, sigue haciendo “unas 3,5 horas de entrenamiento en pista y físico” todas las mañanas y “otra hora y media más de preparación física y deportiva” por las tardes. Mintegi forma parte de la escuela de tenistas de élite TEC Carles Ferrer Salat de Barcelona, donde apura su regreso después de una larga lesión en el codo que, tras una fugaz reaparición en agosto de 2022, la ha tenido apartada de la competición durante año y medio. Es mucho tiempo. Y todavía no se atreve a poner fecha para su vuelta. “Estoy en pleno proceso de recuperación y no sé la semana exacta en la que podré empezar a competir”, dice. La joven promesa, consciente de la dureza y los vaivenes del deporte de élite, se ha apuntado al grado de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte. Anteriormente, cursó primero el de Gestión Deportiva. Lo ha dejado. “Tengo ganas de estudiar. Me apetece. Nunca sabes con qué te vas a encontrar. He estado año y medio lesionada y en la vida siempre tienes que tener un plan B”, reflexiona. Después del petardazo de Wimbledon y de que fuera reclamada y señalada como la gran esperanza de nuestro tenis, ella mantiene la cabeza fría y trata de blindar su futuro por otras vías. 

De aficiones sencillas

Mintegi huye de las estridencias. Si se le pregunta por el tirón popular de las gafas que utiliza en los partidos, responde con una naturalidad aplastante: “No me importa que me reconozcan por eso. Tengo astigmatismo. Sin gafas no podría ver bien”. Si se indaga en sus planes veraniegos, habla de juntarse con amigos y familiares en el monte o en la playa. Se decanta por La Concha porque es la que le pilla “más cerca” de su localidad natal. Al tenis llegó después de probar suerte con la pelota, donde jugaba de zaguera con los chicos de su pueblo. Pertenece a la misma generación de Carlos Alcaraz, con quien compartía éxitos y coincidían “en casi todos los torneos”. “Teníamos súper buena relación”, apunta. También se lleva muy bien con el resto de jugadoras. Aparcan la rivalidad de la cancha y comparten amistad. En Idiazabal (2.331 habitantes) solo existe “una pista municipal de tenis”, así que de niña empezó a frecuentar las pistas duras del Real Club de Tenis de Ondarreta en Donostia, pero si tiene que elegir entre una superficie rápida o la tierra batida, se queda con la segunda, pese a su hazaña en la hierba londinense en el torneo más prestigioso del mundo, porque se “adapta mejor” a su estilo de juego. Ya queda menos para su vuelta. Al fin. El plan A está a punto de volver a ser ejecutado.

Vocación

Heroína. Los dos héroes de este municipio del Goierri son el conocido queso al que le ha dado nombre y una tenista que, con 17 años, hizo historia y ganó la categoría júnior de Wimbledon tras derrotar a la alemana Nastasja Mariana Schunk con un resultado de 2-6, 6-4 y 6-1. Una remontada épica.

Presión. El tenis tiene fama de ser un deporte exigente, duro y solitario. Mintegi asume la presión como algo normal e intrínseco al camino que ha elegido. “La presión llega por todos lados, pero tienes que aprender a convivir con ella. Yo la llevo bien”, asegura.