donostia - El Giro es lo que Simon Yates quiera. Es suyo. El inglés, dictatorial, es un exhibicionista. Para él todo es una pasarela con flashes en los que lucir su sonrisa de ganador. La suya es una carcajada que retumba en cada rincón de la carrera italiana. En los Dolomitas se subió otra vez al tiovivo desde donde gira el Giro. El inglés enlazó en Sappada su tercera victoria con un enorme descaro. Fotocopia rosa. Tres golpes en el corazón. Yates tumba a sus rivales a puñetazos. El enjuto escalador posee la fuerza de un gorila. Tanto que le alcanzó para atacar a 18 kilómetros de meta ante el gesto atónito de Dumoulin, que buscó un alzamiento en el Passo di Sant’Antonio. El holandés, Pinot, Pozzovivo, Miguel Ángel López y Carapaz se quedaron con el pasmo como único argumento ante Yates, que iba en fueraborda mientras ellos no eran capaces de ordenar la remada en una trainera. Perdieron 40 segundos frente al líder, que posee todas las tonalidades de rosa imaginables. Al día de descanso Simon Yates llega con un tremendo colchón, aunque él cree que apenas dispone de una esterilla donde esperar a la crono de mañana. “Es una buena renta, pero Tom podría sacarme dos minutos en la contrarreloj. Llevo luchando desde Israel para obtener una buena ventaja y ahora la tengo, pero podría desvanecerse en 35 kilómetros. Ya veremos”.
El líder dispone de dos minutos de ventaja sobre el defensor del título, Dumoulin y dos y medio sobre Pozzovivo y Pinot a una semana de la conclusión. Al inglés, un tirano, los vatios se le caen de los bolsillos. Espectacular en el Etna, cuando dejó que ganara Esteban Chaves; magnífico en el Gran Sasso e imparable en Osimo, en Sappada colocó otro calificativo a su grandilocuente paseo triunfal. Yates agota el diccionario del ciclismo, que es una enciclopedia. Simon Yates es la hormiga atómica. El día después del Zoncolan, cuando de mañana en el autobús del Sky celebraban el cumpleaños de Froome, nadie esperaba el viaje a la Luna de Simon Yates y la derrota de Froome, que pareció rejuvenecido en la mítica mole y avejentado por la tarde tras cruzarse en un puerto de segunda. En los Dolomitas, el líder fue carretera y trueno. Fulminó a todos. “Yates se encuentra demasiado fuerte para los demás, y nos restan otras tres jornadas en los Alpes”, dijo lacónico Dumoulin, molesto “por la falta de ambición” de los perseguidores del inglés. “El objetivo es el podio”, cerró Pinot.
Yates desató la tormenta perfecta que dejó a la intemperie a sus rivales, aún boquiabiertos ante el despegue del líder. “Mi ataque fue instintivo, vi que se había creado una pequeño hueco y decidí probarlo. Es fantástico”, expuso sobre su estacazo. El inglés de la chistera infinita fue pura efervescencia en un final adrenalítico entre cumbres borrascosas bajo el sol. Caminaba Denz, el último de los fugados, con cojera, masticando dolor, cuando Miguel Ángel López se aceleró en Costalissoio. Entró bufando Superman, colgado de su capa, y el puerto mutó en un paredón. Se hincharon las piernas y se pinchó el globo de Froome, que perdió el paso y no lo encontró jamás.
el líder, desatado Al arrebato de López acudieron de inmediato Yates, Dumoulin, Pinot, Pozzovivo y Carapaz. Los jerarcas compartían teleférico. Yates olió la desintegración de Froome, que no era el del Zoncolan, sino el del Giro. El líder agitó la coctelera. El meneo acalambró a sus contendientes, que se recompusieron a duras penas, sujetados por hilos, sobre todo, Dumoulin, lejos de la finura, racaneándole el motor. Yates suena como un bólido. Aceleraba y frenaba. Jugó con el destino de todos. El sastre del Giro sacó las tijeras. Afilado, cortó las hebras. De cuajo. Lanzó una mirada autoritaria. Nadie fue capaz de aguantársela. Genuflexión. Los ojos al suelo. Yates, el monarca de la carrera, se elevó a los cielos. Alado sobre un terreno de repechos, con constantes cambios de ritmo, el inglés se hizo más grande que las montañas. Obsesionado con obtener la mayor renta posible con Dumoulin, cargó con todo. Una crono.
Por detrás se cruzaron tantos intereses que el líder acumuló un buen puñado de segundos en las alforjas. Lo que ganaba Yates lo perdían los perseguidores. Se desesperó Dumoulin, que pedía colaboración. El resto miraba para otro lado. Se enredaron de mala manera. Hechos un ovillo pensando en el futuro. Para Yates no había mañana.
Valeroso, entregado a su misión, no ahorró ni una pulgada. Peleó cada palmo de la carretera, entusiasmado ante la parálisis de Pinot, Pozzovivo, Miguel Angel López, Dumoulin y Carapaz. El ecuatoriano, que no gastó ni un relevo, atacó y al holandés se le vieron las costuras. Dumoulin actuó con frialdad. A su ritmo. Yates viajaba al suyo. En cohete. Es su manera de sobrevolar la carrera. Froome apenas podía resistir el goteo de segundos desde el segundo grupo de rastreadores, en el que también estaba instalado Pello Bilbao. Dumoulin conectó con sus excolegas antes de que todo acabara. En Sappada, Simon Yates retumbó su autoridad. para secuestrar el Giro.