donostia - Bajo la lluvia, envuelto en la maglia blanca, la que distingue la mejor joven del Giro y da color a la paz, Richard Carapaz enseñó el rostro de los guerreros, el de un combatiente feroz y enérgico. Carapaz, dinamitero, enfatizó su latido golpeándose el pecho en pleno éxtasis. La carretera, un espejo líquido, le devolvió la mejor de las imágenes. “Tenía buenas piernas, así que decidí atacar desde lejos, a 2 kilómetros del final. Era el momento adecuado para irme solo, sabía que no podía ganar en un esprint”, dijo el Carapaz tras su triunfo más “emocionante”. No le asustó la lluvia porque creció entre nubes altas, en Ecuador, que en su estandarte rinde tributo al cóndor, la gran rapaz de los Andes. Carapaz, enjuto, magro, no es hidrosoluble. Es alado. Vuela alto. En medio del aguacero, el ecuatoriano fue una cascada salvaje que le sirvió para surfear la mejor ola, la que le colocó en la cresta de su mejor victoria en Montevergine di Mercogliano, preludio del Gran Sasso, donde se espera un combate cruento entre los favoritos. Allí tintinean los recuerdos fabulosos de Pantani antes de que Marco dejara de serlo en el Giro del hematocrito.
El Gran Sasso es todo eso y más, un escenario que se espera violento. Tal vez por eso los favoritos prefirieron abrazarse. Una gran noticia para Chris Froome, al que le patina el Giro. Tras resbalar en el entrenamiento anterior a la crono de Jerusalén Oeste, el británico se deslizó de mala manera en una de la s curvas de la montaña. La carrera italiana repele a Froome, que pudo rehabilitarse en la subida y alcanzar la cumbre con el resto de jerarcas. Entró con el gesto doliente y la tos hablando por él. Mala señal. A Froome el Giro no le ajusta nada bien. Le persigue su maldición.
A Carapaz, sin embargo, la Corsa rosa le sienta de maravilla. Se ha enfundado a él con su mejor cara, la de un vencedor, que abrió la vitrina de su gran victoria; la del primer ecuatoriano en la historia en asomar en el palmarés de una grande. A Carapaz, que gasta aspecto de Billy el Niño, apenas tiene 24 años, se le esperaba como el agua de mayo que regó el Giro. El escalador, con ese estilo que remite a la vieja escuela, se impuso frente a los más capaces con un vuelo poderoso. Cóndor en Montevergine di Mercogliano. El ecuatoriano es una de las perlas del Movistar que pasó por la academia del Lizarte, la despensa de la que se abastece la escuadra de Eusebio Unzué.
Carapaz se activó en el momento preciso, cuando Bouwman -el superviviente de la fuga formada por Villella, Van der Sande, Montaguti, Rodolfo Torres, Mohoric y Polanc- boqueaba, y Geniez, que intentó esposarle, no poseía motor. Al francés lo descartó Carapaz con el mismo gesto con el que uno se quita una mota de polvo. El destino de Bouwman no tenía mejor aspecto. Carapaz le aniquiló. El mejor joven del Giro hizo viejo a Bouwman, otro jovenzuelo.
los favoritos, juntos Se abalanzó con fe hacia el santuario Carapaz. La fe, dicen, mueve montañas. El ecuatoriano, que cree en sí mismo, la crujió con violencia. “Estoy muy feliz, he trabajado mucho antes del Giro. Me resulta emocionante esta primera victoria en el World Tour”, indicó. Agitó el monte. Terremoto. Subió con celeridad, en cierta medida colérico, como si tuviera prisa por llegar al templo y tocar el altar de la gloria. Nadie pudo quitarle esa idea. Estaba demasiado lejos, fuera del radar de los favoritos, otro vez en rebaño. Con el imponente Gran Sasso amenazando un guerra de trincheras, el grupo de jerarcas decidió tamborilear los dedos en el refugio, más si cabe cuando Froome dispuso a su séquito para establecer una melodía que no le desafinara después de la caída en la cremallera de asfalto acuoso. Golpeado el codo y la rodilla derecha, el mismo costado que se dañó en Israel, el británico no deseaba una subida a jirones de piel.
El líder Yates, Chaves, Pinot, Dumoulin, Pozzovivo y Pello Bilbao, entre otros, aceptaron la propuesta del Sky. No se iba mal así. Ni mucho ni poco. Richard Carapaz tenía otros planes y su estacazo dejó a todos en la estacada a un par de kilómetros de la cima. Creció con fuerza el suflé del ecuatoriano, al que parece que el reloj del futuro le señala. En Montevergine di Mercogliano se presentó en sociedad. Una onza del porvenir le pertenece. Por detrás, Formolo y Pinot esprintaron para rascar algún segundo antes de la irrupción del Gran Sasso, una montaña que asusta y que puede marcar los rostros de lo que queda de Giro. A su encuentro saldrá Carapaz, dispuesto para la guerra.