aretxabaleta - ¿José Javier Barkero ya es exfutbolista?

-Sí, puede decirse que ya he colgado las botas. Mi cabeza ya no estaba para seguir rindiendo al máximo nivel. Rescindí el contrato con el Zaragoza a finales de agosto. Y después la verdad es que no había muchas ganas de empezar en otro sitio. Siempre te queda un pequeño gusanillo dentro, así que en septiembre me dije: “Vamos a esperar a que pase enero. Si entonces no sale nada que me convenza, lo dejo definitivamente”.

Y no ha salido nada...

-Algunas cosas ha habido. Pero yo desde el principio le dije a mi representante que solo me trasladara aquellas que él supiera que realmente me podían motivar. Porque al final no es el físico el que ha dicho “basta”. Ha sido la cabeza. He pasado muchos años fuera de casa. Y me apetecía disfrutar, aquí en Aretxabaleta, de una vida más tranquila, con todos los míos. No me merecía la pena marcharme otra vez y correr el riesgo de vivir una mala experiencia en lo personal y en lo deportivo.

El último partido de Barkero fue...

-Oficial, un Alcorcón-Zaragoza de Liga, en junio. Pero la última pretemporada también la hice con el equipo. En verano jugué el amistoso de presentación en La Romareda, contra el Villarreal. Ese fue mi último partido.

¿Y el primero?

-¿El primero? ¿Te refieres al primero de todos? ¿De cuando era pequeño? Bufff... (trata de hacer memoria) No sabría decirte. Sí me acuerdo del primero que jugué con la camiseta de la Real. Tenía once años, y fuimos a Vitoria a disputar un torneo organizado por el Aurrera. Allí anduvimos, con Mikel Aranburu, Joseba Llorente... Luego en cadetes se nos unió Igor Gabilondo. Éramos los de la generación del 79. Los partidos de casa los jugábamos en Urnieta, uno de los primeros campos de hierba artificial en Gipuzkoa. Eso sí, te caías y te dejabas la pierna (risas). Cómo raspaba...

En Zubieta fue superando etapas.

-Eso es. Hasta el Sanse, donde estuve tres temporadas. La primera, en Segunda B. Las otras dos, en Tercera. Durante la última debuté en el primer equipo, con Krauss.

Lo hizo en octubre de 1998. Jugó de titular, en Anoeta contra el Valladolid, pero fueron sus únicos minutos de la campaña. ¿Le sorprendió no jugar más aquel año?

-Bueno, era difícil entrar en el primer equipo durante aquella época. Aún así, seguí yendo convocado varias veces. Estuve en el banquillo el fatídico día del asesinato de Aitor Zabaleta, por ejemplo. Y tres días después también fui al Bernabéu con el equipo. Pero no volví a tener minutos.

La temporada la recordará, sobre todo, por el Mundial sub’20...

-Sí, en abril de 1999. Fue una de las experiencias más espectaculares de mi vida. Conseguimos el título, pero pasamos un mes muy malo allí en Nigeria. Salías del hotel y veías a gente tirada en la calle durmiendo. Ibas a dar un paseo y pasabas por mercados con cerdos colgando llenos de moscas. Tienes 19 años y el impacto de todo eso es enorme.

¿Mucho contraste cultural?

-Y deportivo también. Jugábamos a cerca de 50 grados, los campos no eran los mejores... Nos sobrepusimos a muchísimas cosas. Recuerdo que durante el torneo murió la madre del entrenador, Iñaki Sáez, pero él se quiso quedar allí, solo por nosotros. Pasamos un día entero sin comer porque en el hotel nos pusieron unos macarrones que no se podían ni probar. Dormíamos por parejas en camas de matrimonio, en habitaciones que daban directamente a la calle. Teníamos miedo. El médico nos obligaba a beber el agua con pajita, para evitar enfermedades. Y hubo incluso un momento, previo a los cuartos de final, en el que nos queríamos volver para casa.

¿Se llegaron a plantear perder aquel duelo intencionadamente?

-No, porque todos esos pensamientos negativos los teníamos fuera del campo. Dentro era otra cosa. Decíamos: “Eh, que esto es un Mundial y tenemos que ganar”. En los cuartos de final eliminamos a Ghana en la tanda de penaltis, con Casillas jugando un papel decisivo. Fue el partido que marcó nuestro torneo y nuestros recuerdos actuales.

¿Más que la final? La ganaron 4-0, contra Japón, y usted marcó el primer gol.

-Es que metí el gol muy pronto. Y resultó ser nuestro partido más sencillo de todo el torneo. Teníamos un equipazo: Xavi Hernández, Marchena, el propio Iker...

¿Mantiene el contacto con sus compañeros de aquel equipo?

-No es que nos llamemos por teléfono los unos a los otros. Pero cuando nos vemos hablamos siempre, y te das cuenta de que, al fin y al cabo, seguimos todos igual. Quién nos iba a decir en 1999 a Pablo Orbaiz y a mí que, más de una década después, nos íbamos a enfrentar en un Levante-Rubin Kazan de la UEFA... Y así resultó. Estuvimos hablando antes del partido y era como si no hubiera pasado el tiempo.

Tras el Mundial de Nigeria, vuelta a Zubieta. Y la cosa no terminó de arrancar. ¿Por qué?

-Fue una pena. Tengo esa espinita clavada de la Real. Porque es en casa donde más ganas he tenido siempre de triunfar, pese a que no lo he conseguido. Tras aquella temporada del Mundial subí al primer equipo, y viví años muy duros. Era joven, los entrenadores no confiaban en mí... Todo entró en una vorágine que no me beneficiaba. Echo la vista atrás y creo que debería de haber actuado de otra manera.

¿De qué se arrepiente?

-De no haber salido antes del club. Me obcequé demasiado en intentar triunfar aquí. Y resulta que el tiempo me ha terminado dando una lección: ni el fútbol ni la vida se acaban en la Real y en Donostia.

Cada vez que la Real le cedía era como una puñalada para usted...

-Sí. Llegaba diciembre y decías: “Venga, a ver a dónde voy este año”. Primero me tocó marchar al Toulouse, en verano del 2000. Pero allí no jugaba, así que en invierno fui al Eibar, donde las cosas marcharon bien. Al año siguiente regresé a la Real. Jugaba bastante con Toshack. Pero en diciembre volvieron a cederme al Eibar. Me sorprendió bastante. De forma negativa, claro. Aunque en Ipurua volví a hacerlo bien.

Y Denoueix se quedó con usted.

-Tengo un recuerdo muy bueno del año del subcampeonato. Y eso que hasta enero no jugué mi primer partido. Después vinieron otros trece. Aquel año es imborrable. Y jugar en la Champions la temporada siguiente, también. Fui titular en Anoeta contra el Olympiacos. Es algo que tengo ahí grabado.

Lo que ocurre es que llega enero y, con el equipo clasificado para jugar los octavos de final contra el Lyon, la Real le cede al Polideportivo Ejido.

-Fue durísimo. Porque en el club me dijeron que me cedían, pero que también me querían renovar. Yo acababa contrato y no entendía nada. Pero Astiazaran me repetía una y otra vez que tenía que triunfar en la Real. Me convenció de tal manera que le hice caso. Firmé por dos años más. Y me fui a El Ejido, donde las cosas no terminaron de funcionar.

En verano de 2004 se dispuso a afrontar sus dos últimos años como txuri-urdin.

-Fue una etapa muy difícil para mí.

Llegó a escuchar silbidos...

-Sí. En Anoeta, contra Osasuna, un día en que perdimos 1-2. Jugué de lateral izquierdo y los centros, no sé por qué, no me salían nada elevados. Pero se la seguí pidiendo a Riesgo y lo seguí intentando durante todo el partido. Como te decía, fue una etapa dura. Amorrortu fue muy sincero, pero el club no se portó bien conmigo.

¿Qué ocurrió?

-De entrada, volví de El Ejido y el míster me comentó que no contaba conmigo. Así que empecé a buscar salidas. Estaba todo acordado para marcharme libre tras rescindir el contrato, pero de buenas a primeras el club dijo que no, que tenía que ser cedido. Pues nada, cedido. Y cuando lo tenía hecho para irme a otro equipo, a préstamo, Astiazaran lo echó todo para atrás, y me repitió que tenía que triunfar aquí. Era verano de 2004. Después, ya en diciembre, el presidente vio que no iba nunca ni convocado, así que accedió a que me marchara.

Y llegaron ofertas importantes.

-Estaba a punto de cerrarlo todo con un equipo de Segunda y, de repente, surgió una propuesta del Athletic. Yo quería aceptarla, pero primero fui a comunicárselo a la Real, claro. Se quedaron a cuadros. Dijeron: “Joder, Jose, cómo te vas a ir al Athletic... ¿Y si triunfas?”. “Pero es que aquí ni juego”, les contesté. Me pidieron una semana para pensárselo, y terminaron diciendo que sí, que iban a aceptar mi salida. Me preparé para hacer las maletas. Pero un par de días después empezamos a llamar a la Real para cerrar el traspaso y nadie cogía. Nadie. Mi representante insistía. Pero nada. Ilocalizables. El 31 de enero a las nueve de la noche le enviaron un mensaje desde las oficinas de Anoeta: “Barkero se queda aquí”.

¿Y?

-Me hundí. A la mañana siguiente, en el entrenamiento, le dije a Amorrortu que quería dejar el fútbol. Me dio una semana libre para que lo meditara. Hablé con mis padres y con mis allegados, y me aconsejaron que siguiera al menos hasta junio. El míster lo agradeció y me comentó que continuara trabajando, en busca de una oportunidad que me llegó a las dos semanas, en Santander. Ganamos 1-3 y jugué cinco minutos. Al terminar el partido, vinieron todos mis compañeros a abrazarme y me eché a llorar como un niño.

Después siguió participando...

-Sí, creo que jugué trece partidos hasta el final de Liga. Y metí goles importantes para la permanencia, contra Numancia y Zaragoza. Fue como volver a empezar, pero digamos que me quedé a medias. Me restaba otra temporada, la 2005-06, la de los silbidos contra Osasuna que comentábamos antes.

Fin de contrato.

-Y me marcho al Albacete. El primer año allí también fue duro, con lesiones, pero en el segundo volví a sentirme futbolista. Importante además. Y fiché por el Numancia para jugar en Primera.

¿Puede decirse que en Soria terminó de explotar?

-Jugué 37 partidos en la máxima categoría e hice doce goles, siendo el centrocampista más realizador de la Liga. Descendimos, y estuve dos años más en Segunda, pero aquella temporada inicial en el Numancia me sirvió para darme cuenta de que era un futbolista de Primera.

¿Por qué no regresó a la Real después de su etapa en Soria?

-(Risas)

¿Estuvo tan cerca como se dijo?

-Sí (rotundo). Un problema mío no fue, desde luego. Tenía mis dos años de contrato negociados con la Real.

Y...

-Y ya no volvieron a cogernos el teléfono.

¿Otra vez?

-Pues sí, pasó lo mismo que varios años antes (risas). Era el verano de la llegada de Montanier. Mi representante llamaba y no le cogían. Nada. Tenía las opciones de la Real y del Levante. Yo quería volver a casa. Ya te he explicado antes que mi ilusión siempre ha sido triunfar aquí. Pero, una vez que pasaron tres veces de mi agente, no podía esperar mucho más. Le dije. “Tomás, nos vamos a Valencia”.

¿Se enfadó con la Real? Recuerdo un gol que le marcó en Anoeta como azulgrana celebrado con rabia...

-Todo el mundo me recuerda aquello. Pero no fue porque tuviera nada con la Real. Celebré así el gol, en primer lugar, porque siempre lo hacía así. Además, con quien estaba cabreado era con dos compañeros. Aquel partido lo empezamos perdiendo 1-0, gol de Vela. La Real nos estaba dando un baño serio, y yo no paraba de correr. Pues bien, hubo dos del equipo que empezaron a pedirme más trabajo. ¡Si no podía más! Al final le dimos la vuelta y ganamos 1-3.

¿Alcanzó en Valencia el mejor nivel de su carrera?

-Si juntamos lo individual y lo colectivo, te diría que sí. Pero ciñéndonos a mi rendimiento personal, creo que estuve mejor en el año de Primera con el Numancia. En el Levante éramos todos unos currantes. Pero se tendía a personificar en integrantes del equipo los dos extremos de este deporte: Ballesteros era el perro, el duro, y yo era el jugador diferente, el representante del otro fútbol. Disfruté como un enano.

¿Acabó mal con la gente?

-Pasó lo que pasó. No lo voy a negar.

¿Pasó lo que pasó y ya está? ¿O me lo quiere explicar?

-Dejémoslo en que pasó lo que pasó. Del mismo modo en que en el Levante viví de cerca la cara más bonita del fútbol, también conocí la más fea.

Se dice que, en el vestuario, usted se rebeló ante presuntos intentos de compra que el equipo, supuestamente, habría aceptado.

-Este es un asunto al que no he querido dar muchas vueltas desde que tuvo lugar. Yo solo digo que en esta vida cada uno puede hacer lo que quiera. Y que mi conciencia está muy tranquila.

Pero mantener la conciencia tranquila tuvo su precio.

-Me costó muchas cosas. En el momento, pensé que era capaz de aguantar toda la presión general, mediática sobre todo, que mi comportamiento iba a generar. Pero me equivoqué. Porque se me hizo mucho daño.

Al menos aquella actitud le ha podido ahorrar trances por los que ahora pasan algunos futbolistas. Me refiero a los juicios por presuntos amaños.

-No es agradable asistir a procesos como el que comentas. Pero yo siempre digo que cosas así han ocurrido en otros países y no se ha acabado el mundo: el que la ha hecho la ha pagado. Y punto, ¿no? Pues si aquí se demuestra que la han hecho, que la paguen. Y punto.

En 2013 firma por dos temporadas por el Zaragoza. Pero solo cumple una.

-El pasado verano se dio una situación un poco rara. Como dices, tenía contrato vigente. Pero me dijeron que, por motivos económicos, iba a tener que salir. Además, la LFP puso al club un límite de 18 fichas. Todo eran inconvenientes. Finalmente, el tema económico se pudo solucionar, porque acordamos que cobrara mi sueldo en unos plazos determinados. Pero el míster, Víctor Muñoz, pensó que, teniendo solo esas 18 fichas, yo era un futbolista prescindible. Negociamos la rescisión y ahí se acabó todo.