"He perdido una gran ocasión. Quizá nunca se me vuelva a presentar, la de ser solo un gregario o un ciclista que aspira a más". Maurizio Rossi se sinceró en La Gazzetta dello Sport, abatido, aún dolorido tras ser aplastado en la Vuelta al País Vasco por una apisonadora llamada Sean Kelly, hoy hace justo 25 años. El italiano tenía una renta de 3:40 de cara a los 18,7 kilómetros de la crono final en Andoain, un giro al circuito mundialista, pero se hundió al ceder 3:58 al irlandés, que se hizo con la general con 18 segundos sobre el boloñés.
"Aquel año, Kelly iba como un tiro", recuerda ahora su director en el Kas, Faustino Rupérez. "Pero no esperábamos remontar", añade el exciclista madrileño nacido en Piquera de San Esteban (Soria): "Se tenía que juntar la peor crono de su vida de uno y la mejor de otro. Y pasó".
Orlando Maini, compañero de Rossi, reacciona rápido al teléfono cuando se le hace referencia a aquella Vuelta al País Vasco: "¡Maurizio! Él perdió la maglia el último día". El ahora director del Lampre se detiene, reflexiona y continúa: "Maurizio vivió muy mal esa pérdida tan dramática, el último día".
Eran otros tiempos. El ecuador de los bravos años 80, en los que el ciclismo estatal se quitó de encima los complejos. Rossi, un italiano de 22 años, aún los tenía. Normal. Era el último dorsal de un pelotón de 14 equipos: el 140. Por delante, tenía los números de Ruiz Cabestany, Lejarreta (Seat-Orbea), Gorospe, Arroyo, Laguía, Indurain (Reynolds), Etxabe, Dietzen, Chozas (Teka), Juan Fernández, Pino, Fuerte (Zor-BH), Recio, Belda (Kelme), Van Impe (Dormilon), Yáñez (Zahor), Cueli (CR), Caritoux, Muñoz, Earley, Hoste (Fagor), Hinault, Hampsten, Bernard (La Vie Claire), Millar, Winnen, Breukink, Van Lanker (Panasonic), Delgado, Rooks, Kneteman (PDM-MG) y, por supuesto, el Kas de Gastón, Müller y Kelly, que la víspera había sido segundo en la Vuelta a Flandes tras Adrie Van der Piel (Kwantum).
El Ecoflam-Jolly, heredero del Alfa-Lum en el que militaron Ismael y Marino Lejarreta, alineó a ciclistas como Daniele Caroli, un incipiente Franco Chioccioli, Orlando Maini o Michael Wilson.
Aquel 7 de abril de hace 25 años en el que arrancó la Vuelta, llovía. Diluviaba para ser precisos. El viento cortaba la cara y el frío petrificaba el alma. Mal día para coger el bici. Y más para pedalear en solitario. Rossi lo hizo. Había pasado un año antes al profesionalismo. Un séptimo puesto en el Giro de Toscana y dos decimoquintos en Milán-Turín y Copa Sabatini era todo su bagaje. Pese a su juventud, había acabado el Giro de 1985 (102º), aquel en el que Bernard Hinault advirtió a Francesco Moser de que no le iba a birlar el triunfo con un helicóptero, como había padecido Laurent Fignon un año antes.
En realidad, Rossi cumplió las órdenes de su director, Primo Franchini. El ciclista de Forli debía estar atento a las escapadas junto a Amadoni y un Chioccioli que cinco años después se adjudicaría el Giro de Italia, aquel con el que Marino Lejarreta coqueteó hasta que la Marmolada se le cruzó a tres días de Milán.
Se habían cubierto 51 de los 167 kilómetros de etapa, cuando Rossi, tras superar Deskarga entre un pasillo de nieve, arrancó a la salida de Urretxu hacia Aizpurutxo. En el kilómetro 112 alcanzó más de siete minutos ante la desidia del pelotón. "Desde salida, todo el mundo nos miraba al Kas; pero no podíamos tomar la responsabilidad tan pronto. Nos habrían dado después por todos los lados", argumenta Rupérez. Al final, "cuando vimos que aquello se nos podía ir de las manos, nos pusimos a trabajar", pero Rossi, al que le nevó al paso por Oñati, se defendió en Deskarga y venció en Antzuola. A 3:40 llegó el pelotón, encabezado por Frank Hoste, Chioccioli y un Cabestany que lucía el dorsal 1 tras haberse impuesto un año antes, cuando sorprendió junto a Jörg Müller en el primer sector de la última etapa.
En el Ecoflam estaban seguros de tener equipo para defender el liderato -Caroli, Chioccioli y Wilson acabaron en el top 20-, pero dudaban de las respuesta de Rossi. "Era muy joven y nunca había estado en una situación así", puntualiza Maini.
"No pensábamos que Rossi aguantaría como aguantó", aprecia Rupérez. El italiano salió respondón. En la segunda etapa se llegaba a Ibardin, donde el irlandés Martin Earley atacó muy abajo y en la cima estrenó su palmarés. Llegó con 8 segundos sobre Kelly, que lideró un grupo de 62 unidades a cuya cola aguantó Rossi. Ese día, la Vuelta se vistió de luto. El helicóptero de ETB sufrió un accidente en el que murió su piloto, Mikel Trulles, y resultaron heridos los periodistas Kike Lauzirika y Andoni Basabe.
La climatología seguía siendo dantesca, y la tercera etapa se vio recortada en 69 kilómetros. Se salió de Arre para acabar en Oion, donde Kelly se impuso al sprint a Mathieu Hermans. Rossi, que atacó, siguió de amarillo en vísperas de su, a priori, reválida: Sollube, en una etapa entre Oion y Bilbao, que acogió la ronda por última vez en otro día de perros.
La carrera fue lanzada. En La Herrera, Hinault, aquejado de las rodillas que en 1983 se convirtieron de cristal, echó pie a tierra por segundo año seguido. En Sollube, Rossi perdió contacto mientras saltaban Marino Lejarreta, Ángel Arroyo y Anselmo Fuerte, que se jugarían una etapa que fue para el madrileño. El transalpino empalmaría para llegar al día siguiente a Andoain, donde Kelly batió al sprint a Hoste.
Quedaba el segundo sector. Los 18 kilómetros cronometrados, y nadie dudaba del triunfo de Rossi. "Para darle mayor caché al vencedor, pensamos en decir que era hermano del máximo goleador en el Mundial de España, Paolo Rossi", apunta entre risas Jaime Ugarte, coordinador general de la ronda. "Teníamos la Vuelta perdida", sentencia Rupérez: "En esa época se empezaban a llevar las cabras y las ruedas lenticulares, pero el terreno era ondulado y nadie se atrevió a usarlas. Como Kelly no tenía nada que perder, decidimos arriesgar y poner una lenticular en la cabra", que montó un 53x12. Rossi, en cambio, partió con su bicicleta convencional, una Basso, con la visera de la gorra en la nuca y su amplia cabellera castaña de freno.
"Bajando los repechos, aquella rueda se lanzaba y Kelly iba a mil, como un tiro", rememora con nitidez su director. Pero el triunfo final "ni se nos pasaba por la cabeza".
La utopía comenzó a tomar cuerpo en el punto intermedio. En 9 kilómetros, ¡el irlandés había recuperado 2:17! El líder iba agarrotado, sin romper a sudar. En el último kilómetro del sector matinal había sufrido una caída sin aparentes consecuencias, pero su musculatura no iba por la tarde. "Creo que se le vino todo encima: el esfuerzo de los cinco días y la tensión de verse por primera vez liderando una gran carrera", opina el exdirector del Kas y ganador de la Vuelta a España en 1980. "Piensa que para un chico que siempre ha querido andar en bici ganar la Vuelta al País Vasco, que es una de las pruebas más importantes, era lo máximo", conviene Maini.
En la segunda parte de la crono, Maurizio se recompuso algo, pero Kelly siguió martilleándolo en cada pedalada. En la meta, el obús irlandés rebajó en un minuto los mejores tiempos de Gorospe e Indurain. Faltaban seis ciclistas por concluir la crono: Arroyo, Blanco Villar, Lejarreta, Earley, Fuerte y Rossi. Kelly se refugió en el coche del Kas, junto a Iñaki Gastón, vencedor de la montaña, y la cuenta atrás resultó agónica. Al final, le sobraron 18 segundos para anotarse la segunda de sus tres Vueltas al País Vasco. "Fue una alegría inmensa; media hora antes solo pensábamos recortar como máximo un minuto y medio", indica Rupérez.
En el coche del Ecoflam, un Lancia, se sentó la desolación, cuando al mediodía habían llegado a brindar dando por hecho el éxito de Rossi. "Quedar segundo fue muy doloroso, siempre lo es. Pero quedar segundo tras Sean Kelly no es lo mismo; Sean Kelly era el más grande de todos nosotros", opina Maini. Además, el irlandés completó "uno de sus mejores años, andaba increíble", subraya Rupérez, centrado ahora en sus negocios en Alicante y Madrid, lejos del ciclismo. Dos días después, Kelly ganó la París-Roubaix por delante de Rudy Dhaenens y Van der Poel. Aquella campaña, también ganó la Milán-San Remo, París-Niza, Volta, fue segundo en Flandes y Lombardía y tercero en la Vuelta a España. "Iba como un tiro", concluye Rupérez. Un tiro que fulminó a Rossi.