NuevA Zelanda es algo más que la exótica y ancestral haka con la que reciben a todos sus rivales. Es también un buen equipo de baloncesto que en Turquía está demostrando que allí donde los mapamundis se acaban anida un extraordinario carácter competitivo. En medio de ese grupo de jugadores desconocidos - a excepción de Kirk Penney, segundo máximo anotador del Mundial tras Luis Scola- que hoy (20.00 horas) se miden en octavos de final ante Rusia, sobresale un tipo peculiar, Pero Cameron que, en realidad, son dos: el inclasificable jugador de 36 años y 1,98 metros sobrado de kilos y de talento de los Tall Blacks y el entrenador de los Wellington Saints, a los que hizo campeones en la última Liga de Nueva Zelanda en su primera experiencia en el banquillo. "Aquí estoy como jugador, que quede claro", advirtió Cameron.
El técnico Nenad Vucinic le pidió un último servicio al icono del baloncesto maorí. Cameron venía de padecer una fractura de estrés en un pie e imaginaba ya su futuro con una pizarra entre las manos, pero no pudo negarse a descolgar las zapatillas. Pidió dos meses para ponerse en forma, para reordenar sus casi 130 kilos. Cuando comprobó que su pie respondía y que podía aportar algunos minutos de calidad, dijo que sí a participar en su tercer Mundial.
El seleccionador tenía que exprimir las últimas gotas de baloncesto del hombre que condujo a Nueva Zelanda al mayor éxito de su historia, el cuarto puesto en el Mundial de Indianápolis de 2002. Entonces, Pero Cameron fue incluido en el quinteto ideal del torneo junto a Dirk Nowitzki, Peja Stojakovic, Manu Ginobili y Yao Ming, que ya jugaban entonces en la NBA. Todavía hoy y desde la cabeza de la zona, el orondo jugador demuestra que tiene el baloncesto en la cabeza, como debe ser, por su dominio de dos fundamentos esenciales en el baloncesto: el tiro y el pase. En Turquía, en apenas 16 minutos de juego, promedia casi 4 asistencias por partido. Si se extrapolara a 40 minutos, sería el mejor asistente del Mundial.
Cuando acabe, no antes, volverá a sus labores de entrenador. Cameron aplica su experiencia en el manejo de grupos "porque sé lo que el jugador espera del entrenador: no se trata sólo de lo que dice, sino de lo que hace". "Algunos chicos necesitan cariño, otros mano dura. Y tú debes saber cómo manejarlos para conseguir lo máximo de tu equipo", añade. El ala-pívot que comenzó en el rugby disfruta de esa presión. "Tienes que pensar por todos y tener una visión amplia de lo que pasa en la cancha", señala el líder de una selección que no está de paso en Turquía.