Miren Iza, de Tulsa, se juntó el sábado 11 de octubre en el festival Fenomena de Hondarribia con otros músicos destacados del panorama independiente, como el guitarrista Joseba Irazoki, la bajista Leire Zabala (Melenas), el andaluz Dani Llamas, miembros de la banda local Dut y la catalana María Rodés, para formar parte de una fugaz superbanda.
Además de desquitarse de sus propios proyectos, el encuentro sirvió para rendir tributo al malogrado cantautor indie Elliot Smith, en el altar de las leyendas que se fueron de este mundo demasiado pronto. Miren, de 46 años, volvió a su pueblo, pero hace tiempo que vive en Madrid.
Allí ha desarrollado una interesante carrera donde ha demostrado ser prolífica, siempre inquieta y buena, sin dejar de reverenciar a sus ídolos del rock anglosajón. Ahora sopesa la vuelta a Euskadi: un deseo al que le lleva dando vueltas, reconoce en esta entrevista, un buen tiempo.
¿Esa especie de Elliot Smith band fue más feliz en un día que el propio Elliot Smith durante sus 34 años de vida?
-Elliot Smith, o también Brian Wilson, son dos artistas que convivieron con el sufrimiento, pero que dejaron al mundo canciones que transmiten una felicidad absoluta. La idea de formar una banda en homenaje a Elliot Smith surgió de Ernesto Villar, uno de los organizadores del festival Fenomena, que para celebrar su décimo aniversario se dedicó a buscar a músicos que también fuéramos fans. Al final nos juntamos una serie de osados fans. Porque las canciones de Elliot Smith, que aparentemente parecen muy muy pop y sencillas, son bastante complejas; tienen unas armonías difíciles, unas letras complicadas de memorizar y unas afinaciones también diferentes.
"Fantaseo con la idea de irme a vivir a Bilbao”
¿Qué sabor le dejó la actuación?
-Con estas cosas siempre tengo miedo a que parezca demasiado forzado y poco orgánico, pero, efectivamente, fue un día feliz. Era algo que ya se veía venir desde los primeros ensayos. Entre nosotros hubo un clima de confianza, de acompañamiento y no juicio. Toqué el piano en Everything Means Nothing To Me. Al principio me atasqué y no me salía en los ensayos, pero, como todos los que nos juntamos remábamos a favor, me dieron seguridad y confianza.
Mundos distintos
Aunque no siempre es posible, para disfrutar de la música suele ser recomendable (y sano) librarse de prejuicios. Muchas veces el placer se encuentra en el proceso y en la búsqueda de territorios inexplorados. Leiva, el famoso músico madrileño, exmiembro del grupo Pereza, invitó a Tulsa a que cantara la canción Inertes en su disco de duetos Cuando te muerdes el labio. Si exceptuamos Oda al amor efímero, su mayor éxito comercial, con más de 5 millones de oyentes en Spotify, este es su tema más escuchado en las plataformas. Tulsa y Leiva son dos artistas rock que habitan el mismo universo, pero, como matiza Miren, que vienen de “mundos con estructuras diferentes”. Cuando le llega una canción, asegura la cantautora guipuzcoana, trata de que los prejuicios no le jueguen una mala pasada. “Me parece interesante que se puedan romper esos límites que nos autoimponemos. Si me gustan el artista y la canción, voy a por ello”. La grabación de Inertes fue en casa del guitarrista y productor Carlos Raya, en un estudio casero. ¿Y qué tal con Leiva? “Muy bien. Vive la música de una manera muy parecida a la mía”.
La Bien Querida lamentaba en esta sección que desde Euskadi la llamaban poquito. Tengo la sensación de que toca más en otras partes de la península que aquí.
-Últimamente toco bastante en Euskadi. Me parece lógico que en los eventos institucionales se decida proteger y promover los conciertos de artistas en euskera; forma parte del cuidado de la lengua del país. Lo acepto sin ningún problema. Tiene sentido porque además fuera de aquí la música en euskera igual no tiene tantas posibilidades.
¿Domina el euskera?
-El año pasado me apunté a un euskaltegi. Está siendo todo un viaje en el que no parto de cero. Disfruto mucho porque no tengo un objetivo laboral en mente, no es algo instrumental: lo hago porque quiero, por gusto. Me está conectando con cosas muy bonitas, con un tipo de amor, como el recuerdo de mi abuela. Además, una de las cosas que más me flipan en la vida es jugar con las palabras y en el euskera ese juego es algo increíble.
"Me han hecho más de una crítica que en su momento me hizo mucho daño y luego me ha servido mogollón”
En el cine o en la moda un hombre con 46 años está en su plenitud y, en cambio, las mujeres empiezan a ser mayores para según qué cosas. ¿En el rock también se sufre la sombra del edadismo?
-Yo he tenido esa crisis, pero la he vivido de una manera interna. Me pasó por la época de Ese éxtasis (2021), en un momento en el que tenía 40 o 41 años. Grabé el disco y lo guardé durante meses: no tenía la fuerza necesaria para sacarlo y acompañarlo. Pensé que ya no tocaba por esa cosa que culturalmente se ha cristalizado en nosotras y en la que se supone que solo debemos ocupar el espacio público siendo jóvenes. Pero yo le di la vuelta a mi crisis, precisamente, porque empiezo a ser una señora y siento que es ahora cuando tengo más cosas interesantes que decir encima de un escenario. Me salió la rebeldía. Si viene un mánager gilipollas y me dice que me quedan dos días por mi edad, me río en su cara. Las mujeres de más edad tienen mucho que decir y yo siempre estaré ahí para escucharlas. Lo tengo muy claro. Como Patti Smith, que la vi el otro día.
¿Hacer siete discos y que se hable bien de ellos es un milagro en estos tiempos polarizados y de insultos anónimos en redes sociales?
-A veces puede ser un coñazo estar en ese punto medio tan tibio. Igual es mejor que, de repente, saques un disco importante y superventas y luego recibas críticas malísimas de otros trabajos. Aunque todo esto es algo que está tan fuera de mí… Pero claro que he recibido malos comentarios alguna vez. Los he tenido. Y me parecen bien. Me han hecho más de una crítica que en su momento me hizo mucho daño y luego me ha servido mogollón.
¿Puede poner algún ejemplo?
-En Zaragoza hace muchos años, hacia 2010 o por ahí, vino un tío que nos vio actuar y nos destrozó el concierto. Se acercó de manera casi ofensiva, ¡se quedó a gusto! Yo pensé: “¿De qué va este tío?”. Con el tiempo pensé que tenía parte de razón por la forma en la que entonces construíamos las canciones. Tenía una banda-banda, pero quizás no poníamos demasiado esmero en los arreglos. Muchas veces me acuerdo de ese señor y de cómo me sentó lo que me dijo: “A ver si va a tener razón ese cretino”.
¿Oda al amor efímero (2015) no sería un hit indie sin la película Los exiliados románticos del director de cine Jonás Trueba?
-Es un poco inevitable que fuera así, aunque también me gusta pensar que las canciones de La calma chicha ayudaron al recorrido de Los exiliados románticos. El disco salió en enero y la película se estrenó en los cines en verano, por lo que la vida del álbum se alargó un poco más subido a la ola de Jonás Trueba. Él solía bromear con que el guion de la película era una oda al amor efímero. La grabación del disco fue muy larga, superdilatada en el tiempo, en casa de Carasueño (alias del músico y productor Javi Vicente). Éramos como orfebres, todo lo hacíamos con mucho cuidado. Y Oda fue la primera canción que grabamos: sentía que había entrado en una dimensión nueva. Cada vez que se la mostraba a alguien notaba el efecto que producía. No me ha vuelto a pasar con ninguna otra canción.
¿Hondarribia le queda lejos o cerca de Madrid?
-Cada vez más cerca. Siempre estoy pensando en volver y fantaseo con la idea de irme a vivir a Bilbao. Madrid ha cambiado mucho y a peor.