La pintora alemana Bárbara Stammel (Sockingen/Stamberg, 1960), afincada desde hace tiempo en Getaria, lleva muchos años dedicada a la creación de iconos familiares, mujeres, hombres y niños, un tanto desfigurados, expresivos, de una cierta crudeza y fealdad, que nos hacen pensar en la soledad, la tristeza y el dolor del ser humano arrojado a la existencia (Kierkegaard, Heidegger) .
Y uno llega a preguntarse: ¿por qué tanta insistencia? ¿Por qué tanta persistencia en hurgar en algunas heridas, rotos y descosidos que todo ser humano conlleva y a menudo oculta a lo largo de la vida, por qué tanta visión apocalíptica del espécimen humano, y por qué tanto dolor y angustia?
No basta con interpretaciones freudianas y lacanianas, no basta con reflexiones filosóficas ni sociológicas, no basta con casi nada para interpretar o profundizar en esa persistencia en indagar en el rostro humano. O basta con todas ellas y al unísono.
Lo cierto es que pintores, dibujantes, fotógrafos y escultores de todas las épocas y culturas se han sentido atraídos por el rostro del ser humano a lo largo de la historia. Unas veces como constatación de los puros rasgos fisiognómicos, otras por la apariencia fiel del retratado o como en los movimientos de vanguardia del siglo XX, como manera de interpretar y de profundizar en el misterio y la personalidad del ser humano. El retrato es una preservación ante la muerte.
En esta última dirección se mueve el retrato de Bárbara Stammel, inserto en las corrientes expresionistas alemanas elaboradas por Kirchner, Jalwlensky, Munch y muchos otros. En la introspección del ser humano vulgar y corriente, con sus adherencias existenciales, con sus huellas marcadas en lo mas profundo de sus entrañas y reflejadas en sus rostros como una radiografía del alma. Es por ello que las raspaduras, brochazos, empastes y coloridos disonantes que la autora aplica a sus retratos frontales no son más que la expresión de la soledad, el miedo, el aburrimiento, la vulgaridad y el espanto que la autora quiere comunicarnos a través de sus retratos. Probablemente porque ella los conoce mejor que nosotros, y quizás por ello a nosotros nos cuesta mantener la mirada frontal sobre los mismos. Son tan crudos y reales como la realidad misma de sus personajes. Ahí reside el valor y la valentía de su plasmación y de su mirada: Hilde (2017-2019), Rose (2020), Waterlily (2024). Y quizás también por ello hayan desembocado en el terror a la muerte, con su calavera y sus espejos abiertos: Vanitas I-V (2008-19).
La muestra en la Sala Menchu Gal de Irun, en Palacio Sancho de Urdanibia, viene acompañada por un lúcido texto de la comisaria de la muestra, Mª José Aranzasti, y está abierta hasta el 24 de mayo.